Francia: el precio de la negación de la violencia policial racista
Isabella Arria
La muerte de Nahel Merzouk, un adolescente de 17 años, por el disparo de un policía y los disturbios que le siguieron en toda Francia vuelven a poner la mira en los suburbios franceses y en especial a los denominados «barrios prioritarios», donde sobreviven cinco millones 200 mil personas (8,2% de la población), olvidadas por los sucesivos gobiernos.
El asesinato de Nahel, de 17 años, muestra lo poco que han cambiado las cosas desde la muerte de dos adolescentes que huyeron de la policía en 2005. Rokhaya Diallo,escritora, periodista, directora de cine y activista, señala que Francia ha ignorado la violencia policial racista durante décadas y afirma que este levantamiento es el precio de esa negación. Es más, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU ha pedido a Francia que aborde los “problemas profundos” de racismo en la policía.
Desde el 27 de junio hubo en las grandes ciudades movilizaciones con los manifestantes prendiendo fuego a 273 comisarías. Si bien la conflictividad social en Francia es parte de la “normalidad” desde hace décadas y la situación está que arde para el derechista presidente Emmanuele Macron: donde se aprieta, brota un pus que huele a racismo.
Las redes sociales han sido un elemento decisivo para el estallido de los disturbios de las ‘banlieues’ en Francia tras la muerte del joven Nahel en Nanterre, un disturbio de París, a manos de la policía. Primero, por que han ayudado a viralizar el vídeo del momento en el que un agente dispara al chico. Después, porque han servido tanto para organizar las protestas como para difundir las imágenes de las mismas.
En 2014, el Estado identificó mil 514 localidades pobres como “barrios prioritarios para la política de la ciudad». Se trata principalmente de grandes construcciones de bloques situadas en las afueras de las grandes ciudades, antiguas zonas industriales o de barrios periféricos de localidades medianas y pequeñas. Las encuestas señalan que el 23,6% de los residentes allí no nacieron en el país.
En Seine-Saint-Denis, un departamento situado en las afueras de París donde están muchos de estas barriadas, la tasa de personas nacidas fuera de Francia es de 30.9 por ciento. Demás está decir que las personas árabes o negras tienen mucho más riesgo de control y abuso policial, una probabilidad 20 veces más alta de ser sometido a un control por la policía, según un informe de 2017 del Defensor de los Derechos.
El ingreso medio disponible es de 13 mil 770 euros anuales por hogar frente a un nivel de 21 mil 730 euros en las ciudades circundantes, según estadísticas de 2020. En las baileus el 57 por ciento de los niños viven en la pobreza, que alcanza a 56.9 por ciento de los menores frente a un nivel de 21.2 por ciento en el resto de Francia metropolitana.
De película
Desarraigo, intolerancia, racismo, miedo y violencia: el cine francés ha tenido la capacidad de captar casi a tiempo real lo que ocurría en sus calles, convirtiéndolo en un síntoma de las carencias del sistema, ya fuera en su momento durante el mandato de Nicolas Sarkozy o, en estos momentos, con el de Emmanuel Macron, siempre con el ojo atento frente al peligro latente del aprovechamiento de la ultraderecha para generar inseguridad y fomentar la discriminación.
En 1995 se estrenó El Odio, dirigida por Matthieu Kassovitz, una de esas películas visionarias capaces de reflexionar de manera visceral sobre todo lo que se estaba gestando en los barrios pobres. Estaba inspirada en un caso real solo ocurrido dos años antes. Un chico de origen africano moría después de recibir un disparo en la cabeza cuando ya había sido esposado.
Diez años después, dos adolescentes fallecieron en el distrito periférico de Clichy-sous-Bois mientras escapaban de la fuerzas del orden, que desató la indignación y las protestas se sucedieron por todo el país provocando una ola de rabia que desembocó en la declaración del Estado de Emergencia y el toque de queda.
El director Ladj Ly vivía en las calles donde se produjeron los disturbios y los filmó desde dentro. Reunió más de 100 horas de material documental que le sirvió para componer 365 días en Clichy Montfermeil, a la que seguiría, Go Fast Connexion, en la que destapaban las mentiras que utilizaban los medios de comunicación a la hora de hablar de los barrios marginales para expandir el miedo. Todo eso terminaría convirtiéndose en el germen de su laureada obra Los miserables.
Asimismo, Romain Gavras estrenó en Netflix otra película clave para el movimiento: Athena, sobre la trágica muerte de un menor a manos de la policía y la consiguiente revuelta violenta posterior, mostrando las miserias de un sistema podrido y el acoso de la derecha radical para propagar el discurso del odio.
Los ejemplos son innumerables: la ópera prima de Jean François-Richet, État des lieux, en la que recrea el ambiente de los suburbios en los que nació para intentar plasmar todo un crisol de contradicciones que se convierten en el germen de una bomba de relojería, o Distrito 13, de Pierre Morel, una distopía en la que se ha construido un muro para separar a los guetos.
Colonialismo vigente
La muerte de Nahel es otro capítulo de una larga y traumática historia, en la que los descendientres de la inmigración poscolonial, vivieron ese miedo combinado con la rabia, el resultado de décadas de injusticia acumulada. Hace 40 años, en 1983, Toumi Djaïdja, de 19 años, vecino de una banlieue de Lyon, fue víctima de la violencia policial, que lo dejó en coma durante dos semanas, génesis de la Marcha por la Igualdad y contra el Racismo, la primera manifestación antirracista a escala nacional, con 100.000 personas.
Durante 40 años, este movimiento no ha dejado de denunciar la violencia dirigida contra los barrios de clase trabajadora y, más ampliamente, contra las personas negras y las personas de origen magrebí. Los crímenes de la policía están en la raíz de muchos de los levantamientos en las zonas urbanas más empobrecidos de Francia, y son estos crímenes los que deben ser condenados en primer lugar, señala Diallo.
La realidad de las banlieue
La ‘banlieue’ es un término francés para referirse a los suburbios de las ciudades. Se asocia a zonas marginales con mayoría de población de origen migrante, escasez de servicios públicos y que son fuente de tensión social. Se extendieron a partir de los años sesenta ante la llegada de inmigrantes de las antiguas colonias francesas, y su ubicación y la falta de servicios las han convertido en núcleos marginados en tensión con los centros urbanos. Las banlieues se han conocido por su situación marginal, la pobreza, el desempleo o el fracaso escolar, y por ser foco de protestas.
El éxodo rural francés y la descolonización provocaron a partir de los años cincuenta y sesenta del siglo XX una mayor migración hacia las ciudades del país, tanto interna como de las antiguas colonias francesas. La masificación de las ciudades y la redistribución de la población en distintas zonas hizo que la mayoría de los inmigrantes tuvieran que asentarse en las periferias.
La construcción de viviendas públicas en los años sesenta y setenta apuntó a solucionar la falta de acceso a la vivienda en las ciudades francesas. Sin embargo, creó zonas marginadas con edificios y zonas comunes mal mantenidas. Los inmigrantes quedaron alojados en esas banlieues, separadas de los centros urbanos y sin escuelas, centros sanitarios o transportes. Desde entonces, la ubicación y esa escasez de servicios ha marcado el cinturón urbano alrededor de París y también de Lyon y Marsella.
En las banlieues nacieron las protestas, choques culturales y la oposición a la presencia y actuación policial. Ya en 1981 hubo revueltas de la población de origen árabe en las banlieues de Lyon, que continuaron en esa década y la siguiente en más ciudades. Sin embargo, fueron a más en octubre de 2005. Dos adolescentes murieron electrocutados y un tercero quedó en estado muy grave al intentar esconderse de agentes policiales que investigaban un robo en una construcción.
Los disturbios empezaron en Clichy-sous-Bois, liderados por franceses de origen magrebí y subsahariano. Las protestas pronto se extendieron a otras ciudades y acabaron con miles de detenidos, varios muertos y cientos de vehículos incendiados. Tuvo que declararse el estado de emergencia, que duró tres semanas.
Discriminación y pobreza
Los protagonistas del nuevo estallido son en su mayoría jóvenes, de segundas o terceras generaciones de inmigrantes que, en el fondo, dicen no sentirse franceses o consideran que el Estado les ha dado la espalda. Pero, mientras Francia ardía, al presidente Emmanuel Macron, se le ha visto disfrutar de las noches parisinas asistiendo a un concierto de Elton John.
La última rebelión de las banlieue se prolongó durante tres semanas y acabó con tres personas muertas y más de 6.000 detenidos. En esta ocasión, la violencia parece aún mayor, unos disturbios, protagonizados por adolescentes. Según el ministro del Interior, Gérald Darmanin, un tercio de los detenidos son menores de edad.
En las banlieue la tasa de pobreza es tres veces más alta que en el resto de Francia y 43.3 por ciento de las personas que viven en estos distritos subsisten bajo el umbral de la pobreza, frente a 14.5 por ciento de la población general. La tasa de desempleo en estos barrios es del 18.6 por ciento frente a un nivel de 8 por ciento en Francia, según datos oficiales de 2020.
En la elección presidencial de 2017, 48 por ciento de los adultos que reside en estos barrios se abstuvo o no estaba inscrito en las listas electorales, según un estudio del Instituto Montaigne de 2020. En el resto de Francia esta proporción es de 29 por ciento.
Según cifras oficiales, unos 12 mil millones de euros fueron invertidos entre 2004 y 2020 en estos barrios por la Agencia Nacional de Renovación Urbana (ANRU). En 600 barrios, grandes torres de edificios deteriorados fueron demolidas y reemplazadas por viviendas de menos plantas y con otra concepción urbana.
*Periodista chilena residenciada en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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