Guerras múltiples como expresión defensiva del declive de la dominación estadounidense
Jorge Elbaum|
Uno de los slogans de campaña de Donald Trump antes de acceder a la presidencia fue la promesa de “volver a hacer grande a los Estados Unidos”. El supuesto implícito en esa consigna puso en palabras la voluntad desesperada por recuperar un sitial perdido, una centralidad y una capacidad de gobernanza mundial que determinados sectores de Washington asumían como expresión de una debilidad o una decadencia.
La promesa orientada a rescatar el paraíso perdido incluía el compromiso por la recuperación de los puestos de trabajo (perdidos a partir de la desterritorialización provocada por el neoliberalismo), el fortalecimiento del dólar, la superación del endémico déficit comercial, el rescate del supremacismo blanco (frente a la invasión provienen de la frontera sur) y la restauración de las ventajas competitivas en áreas de tecnologías de punta.
En las elecciones de medio término de 2018 el magnate neoyorquino perdió la mayoría en la cámara de representantes y vio evaporarse parte de sus quimeras ligadas a la construcción del muro fronterizo con México y su programa de encierro y expulsión de los migrantes latinoamericanos. El fracaso de ambos proyectos, sumado al acoso de las investigaciones por fraudes electorales e impositivos, reorientaron el ancestral ímpetu belicista, utilizado históricamente para reagrupar fuerzas internas y resolver tensiones domésticas (irresueltas) varias.
La impotencia interna, sumada a las dificultades para recobrar el lugar de única potencia hegemónica, reorientó su política exterior a un esquema de provocación contante destinado prioritariamente a reprimir cualquier atisbo de multipolaridad. En ese marco, Washington se encuentra en una fase, probablemente anacrónica según gran parte de los think tanks, destinada a reconquistar el fin de la historia, fase en la que se hipotetizó la convergencia hacia un neoliberalismo unificado, ganancioso para los Estados Unidos.
La triple ofensiva contra Venezuela, Irán y China se explica por la necesidad de (a) controlar los recursos naturales imprescindibles para la continuidad de su desarrollo; (b) garantizar las rutas marítimas por donde circulan dichos recursos naturales; (c) perjudicar y/o obstaculizar el crecimiento exponencial de la economía china, sobre todo en relación a las tecnologías de punta (Inteligencia Artificial y redes 5G, viabilizadoras de lo que se denomina la internet de las cosas); (d) impedir el desarrollo nuclear de actores que potencialmente pueden perturbar las ventajas estratégica de Tel Aviv y Washington en Medio Oriente; y (e) impedir la suplantación del dólar como divisa de reserva y/o –concomitantemente— como soporte primordial de endeudamiento e intercambio comercial a nivel mundial.
Para contribuir a estos cinco objetivos Trump busca en forma denodada modificar la correlación de fuerzas geopolíticas para reposicionar a Washington en un escenario de liderazgo estructural que varias fracciones republicanas perciben como menoscabadas. Sin embargo, el Presidente de los Estados unidos empieza a ser catalogado como un negociador mediocre que no logra objetivos palpables. China ha respondido al incremento de los aranceles con subas similares a las dispuestas por Washington y no se ha sumado a las demandas de aislamiento de Venezuela ni de irán. Caracas, por su parte, continúa resistiendo a la ofensiva del comando sur y acumula fracasos.
Por su parte, la República Islámica de Irán ha decidido abandonar dos de sus compromisos firmados en 2015 (con Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania, conocido como Tratado 5+1), aquellos específicamente relacionados con el enriquecimiento de uranio. La decisión se sustenta, afirman los persas, en el restablecimiento de las sanciones contra Teherán, impulsadas por Washington. Las nuevas órdenes ejecutivas impuestas en las últimas semanas contra Irán tienen como meta impedir la continuidad de las exportaciones de hierro, acero, aluminio y cobre, que constituyen el 10 % del total de sus exportaciones. Gran parte de éstas últimas remesas tiene como destino a China.
La madre de las batallas
El Departamento de Estado busca asfixiar la economía persa para quebrar el vínculo de reciprocidad de Teherán con China. Por un lado busca entorpecer la continuidad de las exportaciones de hidrocarburos a China (máximo comprador del petróleo persa) y al mismo tiempo impedir la cooperación entre ambas. En diciembre último la directora financiera de la empresa tecnológica Huawei, Meng Wanzhou, fue detenida en Canadá a pedido de Washington, bajo la acusación de quebrantar las disposiciones de embargo estipuladas contra Irán. Meng fue liberada poco días después pero su arresto puso en evidencia dos de los motivos centrales del actual belicismo del trumpismo: petróleo y alta tecnología. En este marco se inscribe la justificación del envío del portaviones y del medio centenar de bombarderos.
El Pentágono comunicó la existencia de una embestidas contra sus intereses en la región, localizadas en el estrecho de Mandeb. En dicha zona, oeste de Yemen, se desarrolla desde hace 4 años una guerra civil en la que se enfrentan hutíes (colectivo religioso ligado al chiísmo, apoyados por Irán) y sunitas, asistidos por Arabia Saudita. Ambos grupos se disputan el control de uno de los pasos por donde circula un porcentaje relevante del Medio Oriente.
La decisión tomada por Estados Unidos en 2018 de fracturar unilateralmente el tratado 5+1 implicó el reinicio de las sanciones contra Teherán. Estas medidas incluyeron una ofensiva contra las empresas que continuaron comerciando con Irán (sobre todo las radicadas en Europa, China, Rusia) que llegaron a entablar intercambios sobre la base de divisas ajenas al dólar. En la última semana, uno de los funcionarios de más alto rango del Consejo de Seguridad Nacional, Tim Morrison, advirtió específicamente a dichas empresas sobre la intensión de sortear la divisa verde: “Si es usted un banco, un inversor, una aseguradora u otra empresa en Europa, debe saber que involucrarse con el Vehículo Especial [intercambios ajenos a la utilización del dólar] es una muy mala decisión empresarial”.
El 15 de mayo Trump firmó una orden ejecutiva orientada a impedir la participación de empresas chinas (sobre todo Huawei) en la red 5G dentro de los Estados Unidos y conminó a sus socios de la OTAN a hacer lo propio. Un ministro británico fue echado del gobierno de Theresa May por filtrar a la prensa dichas presiones. Este formato tecnológico supone la posibilidad de gestionar con mayor eficiencia las impresiones 3D (desde reproducir electrodomésticos hasta plasmar órganos biológicos) y viabiliza la conducción automotriz autónoma, la administración hogareña y la capacidad para obtener información sensible en tiempo real. La red 5G implica además un incremento en la capacidad de procesar información y dotar de mayor capacidad de análisis y prospectivación a las empresas y los gobiernos. Ese última dimensión refiere a la denominada inteligencia artificial.
La proscripción dispuesta por Trump se debe básicamente a que Estados Unidos ha sido derrotado en su competitividad tecnológica. Entre las patentes orientadas a la aplicación y el desarrollo futuro de la red 5G las empresas chinas han alcanzado ventajas muy difíciles de emular: una distancia que, según diferentes analistas republicanos, sólo una brutal acción proteccionista podrá impedir que se acreciente.
El último miércoles la Casa Blanca anunció que “el Presidente ha dejado en claro que esta administración hará lo que sea necesario para mantener a Estados Unidos seguro y próspero, y para proteger a los Estados Unidos de adversarios extranjeros que están creando y explotando de manera activa y cada vez más las vulnerabilidades en la infraestructura y los servicios de tecnología de la información y las comunicaciones en los Estados Unidos”.[1] El CEO de Huawei respondió el 16 de mayo: “Ni más seguro ni más poderoso. La decisión de EE.UU. les obligará a emplear equipos inferiores y costosos, quedándose atrás en el desarrollo de la tecnología 5G”.[2]
James Andrew Lewis, vicepresidente senior del Centro para la Estrategia y Estudios Internacionales —un analista ligado a la producción de papers republicanos—, agregó: “La gente ha estado esperando durante meses esta declaración porque efectivamente le otorga a la [Secretaría de Comercio de los EE. UU.] Autoridad para prohibir a Huawei. (…) China ha subsidiado a Huawei por una suma de miles de millones de dólares en los últimos 20 años (…) con la intención de obtener el dominio del mercado como la ventaja de espionaje.”[3]
Esta asimetría, afirman cientistas sociales como Immanuel Wallerstein, es el resultado de una debilidad creciente de la economía estadounidense, expresada en el aumento de su déficit comercial respecto de China y su productividad ligada a la Ciencia y la Tecnología. Lo que se pierde en la investigación y desarrollo (I+D), Trump busca recuperarlo con la guerra. El vocero del ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno chino, Geng Shuang, respondió el último jueves a las sancione dispuestas contra las inversiones de China ligadas a las nuevas tecnologías. “China no quiere de ningún modo una guerra comercial pero no tiene miedo y si alguien nos trae una guerra lucharemos hasta el final”.
Las inversiones chinas vinculadas a la nueva ruta de la seda (que busca hacer más eficiente el vínculo comercial entre el Lejano Oriente y Europa), sumada a la creciente cooperación con países latinoamericanos, es otra de las inquietudes de Trump. En el último congreso del Partido Comunista chino, realizado en Beijing entre el 18 y el 24 de octubre de 2017, se estipuló el programa de relaciones exteriores basado en la cooperación, el diálogo, la armonía y la paz. Los soportes estructurales de dichas metas, explicitados en el documento final, remiten a la paciencia, la perseverancia y la planificación estratégica. El hecho de que su economía se encuentra menos atravesada por la lógica especulativa (las finanzas son coordinadas desde el Estado) ha permitido a su economía una expansión autónoma relativa frente a las grandes crisis vividas por Occidente desde fines del siglo XX hasta el presente.
Geopolítica del petróleo
La situación de Venezuela se encuadra en esta disputa global. El embargo decidido por Washington sobre Caracas exige a Trump garantizar la provisión de hidrocarburos desde Medio Oriente. La presencia (triunfante) de Rusia en el conflicto sirio y el antagonismo intensificado en las últimas décadas entre sunitas y chiitas (cuyos máximos referentes son Irán y Arabia Saudita) ubican a Trump ante un nuevo menoscabo de sus capacidades imperiales: mientras busca recuperar el control del petróleo venezolano e intenta frenar la presencia rusa en la región, se desespera por ahogar la expansión comercial china.
Ese entramado brinda un marco de interpretación a los sistemáticos fracasos de Trump en el Caribe. La última semana Juan Guaidó envió una carta a Craig Faller, jefe del Comando Sur norteamericano, solicitándole una reunión urgente. Dado que la propia oposición venezolana empieza a percibir que su intención de lograr una guerra civil o dividir a las Fuerzas Armadas no tiene el eco esperado, empiezan a solicitar una urgente intervención militar.
El comandante Faller, por su parte, respondió que sus fuerzas se encuentran preparadas para “discutir cómo podemos apoyar el futuro rol de aquellos líderes de las Fuerzas Armadas que tomen la decisión correcta de poner en primer lugar al pueblo de Venezuela y restaurar el orden constitucional”. Los analistas internacionales e incluso el New York Times empiezan a percibir contradicciones al interior del Departamento de Estado, algunas de las cuales quedaron en evidencia en la toma de la embajada venezolana en Washington. Este hecho pone en cuestión la arquitectura diplomática internacional: en los años venideros las delegaciones diplomáticas podrían ser ocupadas por delegaciones de presidentes autonominados, en el caso de que dispongan de nexos geopolíticos que los legitimen.[4]
La mediación ofrecida por Noruega en los últimos días y su aceptación por parte del chavismo y las huestes de Guaidó, aparece como la reactualización del arbitraje iniciado por José Luis Zapatero dos años atrás que terminó abolido por órdenes explícitas del entonces Secretario del Departamento de Estado, tal cual lo denunció el propio ex Presidente del gobierno español.[5] El hecho de que sus preludios se lleven a cabo en momentos de alta conflictividad en Medio Oriente y de recrudecimiento de la guerra comercial con China, debieran permitir un espacio para negociaciones menos digitadas desde Washington.
En 2013 el intelectual orgánico estadounidense Zbiegniew Brzezinski, en una conferencia en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de la Universidad Johns Hopkins, afirmó que la declinación relativa del poder de Washington sobre el resto del mundo implica efectos geopolíticos que “conllevan necesariamente un caos planetario y a situaciones muy conflictivas. Nada prósperas”.[6] Trump parece ser uno de los protagonistas centrales de esa conjetura.
Notas
[1]. http://bit.ly/2w1eTZt
[2]. http://bit.ly/2Q5S2F8
[3]. http://bit.ly/2VvX3b2
[4]. http://bit.ly/2Hw0WYN
[5]. http://bit.ly/30skAO7
[6]. http://bit.ly/30nWGmI
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, priodista, escritor, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)