Eduardio Camín|
La transición a una economía de cero emisiones netas en carbono podría crear 15 millones de nuevos empleos netos en América Latina y el Caribe para 2030. Para apoyar una recuperación sostenible de la Covid-19, la región necesita urgentemente crear empleos decentes y construir un futuro más sostenible e inclusivo.
Un estudio pionero, realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) revela que la transición a una economía de cero emisiones netas provocaría la desaparición de unos 7,5 millones de empleos en electricidad generada por combustibles fósiles, extracción de combustibles fósiles y producción de alimentos de origen animal.
Sin embargo, dicre el estudio, estos empleos perdidos son más que compensados por las nuevas oportunidades de empleo: se crearían 22,5 millones de empleos en agricultura y producción de alimentos procedentes de plantas, electricidad renovable, silvicultura, construcción y manufactura.
El informe destaca el potencial existente durante dicha transición para crear 15 millones de empleos netos para 2030 en sectores como la agricultura sostenible, la silvicultura, la energía solar y eólica, la manufactura y la construcción.
A través de medidas diseñadas de manera adecuada para garantizar que estos empleos sean decentes y que quienes salgan perdiendo en la transición reciban protección y apoyo, los planes de recuperación también pueden detener la emergencia climática a la vez que impulsan el crecimiento, hacen frente a la desigualdad, y avanzan hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Coincidencia o no la Comisión Económica para América Latina,(CEPAL) un organismo dependiente de la ONU, a través de su Secretaria Ejecutiva Alicia Bárcena, hizo un llamado para profundizar la integración en Latinoamérica afirmando que es «crucial para salir de la crisis económica derivada de la pandemia, que llevará al comercio exterior de la región a desplomarse un 23 % en 2020, la mayor cifra en una década” (…)
«El volumen del comercio en la región cae mucho más que el comercio mundial, es algo que tenemos que mirar con alerta. Hay que fortalecer los bloques regionales y rescatar la visión de un mercado latinoamericano integrado», indicó Bárcena.
La Cepal estimó el pasado mes de julio que el producto interior bruto regional (PIB) se contraerá este año hasta un 9,1 % y que la tasa de desempleo se elevará hasta el 13,5 % por la pandemia. Se trata de la peor contracción de la actividad económica desde que se tienen registros y llevará al número de personas en situación de pobreza de 185,5 millones en 2019 a 230,9 millones en 2020, lo que equivale a un 37,3 % de la población regional.
América Latina y el Caribe, con 626 millones de personas y considerada la más desigual del mundo, enfrenta la pandemia en un momento de debilidad de su economía, con un crecimiento que apenas alcanzó una tasa del 0,1 % el año pasado.
Es cierto que la devastación de la COVID-19 ha obligado a hogares, empresas y gobiernos a replantearse cómo se conecta el entorno natural con sus economías y sociedades. Hoy, los déficits de trabajo decente, las desigualdades y la dependencia en las exportaciones de combustibles fósiles hacen que América Latina y el Caribe sea particularmente susceptible a los efectos sociales y económicos de la pandemia.
Descarbonizar la economía; los cinco pilares
En respuesta a la pandemia, el estudio conjunto del BID-OIT propone que una transición justa a cero emisiones netas puede corregir los efectos económicos y sociales adversos de la crisis mundial y, al mismo tiempo, ofrecer una oportunidad para crear empleo, abordar la desigualdad e impulsar un crecimiento inclusivo.
Descarbonizar la economía, o llegar a cero emisiones netas de carbono, significa reducir las emisiones de carbono debidas a las actividades humanas, tal como la utilización de combustibles fósiles, y equilibrar las emisiones restantes, por ejemplo, sembrando árboles a gran escala. La viabilidad América Latina y el Caribe puede lograr una prosperidad libre de carbono mediante acciones inmediatas y paralelas en torno a cinco pilares (BID y DDPLAC, 2019):
- eliminar gradualmente la generación de electricidad a partir de combustibles fósiles y sustituirla por fuentes libres de carbono, como la energía eólica y solar;
utilizar electricidad en lugar de combustibles fósiles para el transporte, la preparación de alimentos y la calefacción;
aumentar el transporte público y el no motorizado;
detener la deforestación y sembrar árboles, lo que exigirá un cambio en las dietas, reemplazando alimentos de origen animal por alimentos de origen vegetal;
reducir los residuos en todos los sectores, reciclar materiales y empezar a usar materiales de construcción sostenibles, como la madera o el bambú.
Las transformaciones requeridas van más allá de la primera ronda de Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) que presentaron los países bajo el Acuerdo de París.
Es de amplio conocimiento que las NDC son insuficientes para alcanzar cero emisiones netas para 2050, así como para lograr el objetivo general del Acuerdo de París: limitar el calentamiento global a entre 1,5 °C y 2 °C por encima de los niveles preindustriales.
El estudio indica que la descarbonización también tiene beneficios inmediatos, además que la energía renovable suele ser más barata que las alternativas basadas en los combustibles fósiles, y es una solución para electrificar zonas rurales remotas y atender a las poblaciones pobres y marginadas.
Un transporte público eficiente puede mejorar la productividad de los trabajadores y reducir los efectos socioeconómicos y de salud ocasionados por la contaminación atmosférica, el ruido y los accidentes. Y ya que estamos cambiemos las dietas de las poblaciones con menos carne y lácteos más saludables.
¿Quien paga deudas “soberanas” o soberanas deudas?
La impertinencia del realismo mágico se da cita nuevamente en nuestro subcontinente, en ese volver a empezar, en ese crimen perfecto que constituye el sistema de la deuda externa Nuevamente el patio trasero es convocado en laboratorio del ecosistema, cuyo telón de fondo es el espectro del desempleo masivo.
De esta forma, se nos recuerda que los organismos internacionales proporcionan un marco para construir un futuro con mejores empleos, mayor equidad y un medio ambiente saludable. Sin duda, es importante tener en cuenta del carácter cada vez mas grave de los desequilibrios ecológicos, de los progresos de la erosión de los suelos y también de los efectos climáticos.
La oportunidad económica, gracias a sus ricos recursos y al nivel relativamente bajo de la presión demográfica, hacen que la región este bien dotada para hacer una transición hacia cero emisiones.
Pero debajo de un torrente de palabras, de promesas se descubre la irracionalidad de la explotación del trabajo, para devastar el planeta en nombre de la libertad de mercado. En realidad, hay que estar atentos porque estas diatribas en momentos de mucha vulnerabilidad en la región se producen lejos del hábitat natural de los pueblos y van de la mano de la política de hechos consumados.
La gran mayoría de los compromisos que se han hecho hasta ahora con respecto al cambio climático son a mediano y largo plazo, fijando metas para años como el 2030 o 2050, pero eso no significa que no haya que actuar inmediatamente. Paradojalmente entre los países que se han comprometido a la descarbonización de sus economías para mediados de siglo, no se encuentran ni Estados Unidos, China ni India, los estados con la cantidad de emisiones más alta del mundo.
Los intereses que se esconden detrás del poder financiero global y el sistema de deuda, desde su posición dominante siempre han sido variados, las investigaciones para el desarrollo de energías «limpias» adjetivadas alternativas, renovables, o de cero emisiones, desempolvan tratados que el núcleo central de países ricos los obvia, como respuesta o pretexto dentro del marco de una economía social de mercado globalizado.
La elite política y las empresas trasnacionales, dueñas de la producción de energía, buscan nuevos mercados, con empresarios que apuestan por el futuro de las nuevas generaciones. Pero la realidad es mas prosaica ya que hay múltiples empresas privadas que ven en el calentamiento del Planeta un gran negocio y por ello impulsan estudios y megaproyectos en el campo de las energías renovables con el único afán de obtener dinero a cambio de promesas.
Un ejemplo claro lo constituye justamente América Latina. Sus promotores son aquellos que nos han conducido a la situación de crisis en la que nos encontramos: grandes empresas trasnacionales, con el apoyo activo de gobiernos e instituciones internacionales, se reparten un buen trozo del pastel, desde la Patagonia al Orinoco pasando por el Caribe, la Amazonia y la selva subtropical.
Aquellas compañías que monopolizan el mercado de la energía (Exxon, BP, Chevron, Shell, Total), de la agroindustria (Unilever, Cargill, DuPont, Monsanto, Procter&Gamble), de las farmacéuticas (Roche, Merck, Bayer), de la química (Dow, DuPont, BASF) son las principales impulsoras de la economía verde. Su sistema se fundamenta en el consumo ligado a la rentabilidad. Buscan obtener el máximo provecho de la energía sea solar, eólica, acuífera o proveniente de la biomasa.
Una de las habilidades del capitalismo es su destreza para transformar un problema en un activo financiero, con el objetivo de ganar dinero. Ya sea tangible como el agua o invisibles como el dióxido de carbono.
Sin lugar a dudas lo verde vende, pero está inmerso en una economía que, contrariamente a lo que su nombre indica, no tiene nada de “verde”, más allá del color de los dólares que esperan ganar aquellos que la promueven.
Pero esta lógica de nuevos/viejos estudios forman parte de su lavado de cara. Esta idea de progreso lineal, propio de la fase actual del capitalismo, debe ser cuestionada, ya que sobre dicha base el actual orden político levanta su mito de irreversibilidad histórica.
Y es que la nueva ofensiva del capitalismo global por privatizar y mercantilizar masivamente los bienes comunes tiene en la economía verde a su máximo exponente y principal socio. Justamente en un contexto de crisis económica, una de las estrategias del capital para recuperar la tasa de ganancia, consiste en privatizar los ecosistemas y convertir “lo vivo” en mercancía.
A veces el deseo de creer es tan poderoso que desplaza los criterios habituales del realismo y la lógica. Independientemente de las fuentes de comunicación, o de su prestigio, asistimos a un nuevo ataque a los bienes comunes del planeta, legitimando unas prácticas de una economía que se tiñe de verde, pero en definitiva se mancha de rojo.
Mucho tememos que los cantos de sirena de cero emisiones ocasionen mucha deuda, eso si “soberana” que suena mejor.
*Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)