Al Hilal y Arabia Saudita: deporte y poder
Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican)
El mundial de clubes de fútbol en Estados Unidos permitió conocer algunos equipos que no están en el radar habitual de los tradicionales torneos. Uno de ellos fue el saudí Al Hilal, bautizado por numerosos medios de comunicación como la “cenicienta” que llegó lejos en el torneo. El club es conocido en el Medio Oriente porque tiene casi setenta años de vida y es multicampeón en su país. Lo invitaron a participar porque fue uno de los mejores en Asía en los últimos años, aunque está muy lejos de ser una cenicienta.
Arabia Saudita no es cualquier país, es una monarquía con muchísimo dinero. MUCHÍSIMO DINERO, en mayúsculas. Por eso Al Hilal cuenta con varios jugadores de renombre mundial y grandes figuras –como Cristiano Ronaldo, Neymar y Karim Benzema- fueron seducidos para jugar en diferentes equipos del reino. Tampoco se privaron de contratar a Leo Messi y convertirlo en “embajador” del turismo saudí, obviamente cobrando fortunas.
La corona saudí es árabe e islámica y sus reyes no usan corona al estilo de algunas monarquías occidentales o asiáticas. Pero tienen “coronita” por el trato preferencial que se les brinda desde la política y los medios de comunicación. Pocos gobiernos y empresas se privan de tener negocios con la multimillonaria monarquía, capaz de pagar fortunas por cada proyecto.
Y mucho más. En 2018, la empresaria Corinna Larsen, ex amante del rey emérito Juan Carlos I de España, afirmó en grabaciones filtradas que el rey habría recibido comisiones de hasta 100 millones de euros por la adjudicación del proyecto del tren español de alta velocidad (AVE) entre La Meca y Medina. Absolutamente verosímil.
El juego detrás del juego
Numerosos estudios han demostrado que el deporte siempre estuvo vinculado a los negocios de las grandes empresas. Se lo puede ver en cualquier evento importante, incluso con empresas que promocionan bebidas alcohólicas o apuestas que luego –paradójicamente- los Estados tratan de combatir por los estragos que provocan.
Arabia Saudita usa al deporte como un instrumento para lavar la imagen de un país donde no hay elecciones, se violan los derechos humanos, todavía hay decapitaciones con espadas y las mujeres tienen muchos menos derechos (y prensa crítica) que sus pares iraníes. Según Amnistía Internacional la mayoría de las ejecuciones en 2025 han sido por delitos no violentos, especialmente relacionados con drogas. Aunque las autoridades saudíes no publican cifras oficiales y es muy difícil acceder a la información algunas agencias de noticias sostienen que en 2025 ya se han ejecutado al menos 100 personas.
El que maneja todo es Mohammed Bin Salman (más conocido en occidente como MBS), hijo del rey Salman Abdulaziz Saud, de 89 años, quien le delegó el poder en 2015 debido a su avanzada edad.
Dado que en Arabia Saudita no vuela una mosca sin su autorización, el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018 dañó su imagen de príncipe moderno, capaz de impulsar audaces transformaciones, como solían presentarlo varios medios occidentales que no escatimaban elogios de su persona.
Khashoggi -colaborador del Washington Post y crítico de la monarquía- ingresó al consulado saudí en Estambul, Turquía, en octubre de 2018 para realizar un trámite y no salió.
Los saudíes primero aseguraron que se había retirado. Luego dijeron que murió adentro, de manera accidental, a manos de unos agentes que debían llevarlo a su país y que su cuerpo fue entregado a un “colaborador local”, del que nunca se supo nada. En 2019 las autoridades saudíes realizaron un juicio a 11 personas cuyas identidades no revelaron.
Condenaron a muerte a cinco de ellas, aunque las penas luego fueron conmutadas.
Para las autoridades turcas Khashoggi fue asesinado dentro del consulado por un comando especial saudí, su cuerpo desmembrado y sus restos eliminados por completo.
Un informe de la CIA fechado el 15 de febrero de 2021 es categórico y concluye que MBS “aprobó una operación en Estambul para capturar o matar al periodista (…) El príncipe heredero ha tenido un control absoluto sobre las organizaciones de seguridad e inteligencia, lo que hace altamente improbable que los funcionarios sauditas hayan llevado a cabo una operación de esta naturaleza sin la autorización del príncipe heredero.»
El informe de la CIA no impidió que Joe Biden y Donald Trump visitaran el reino, uno de sus principales compradores de armas y aliado fundamental en el Medio Oriente.
Lavar la imagen
Las empresas contaminantes -como las petroleras- comprendieron que podían revertir su imagen negativa apoyando proyectos ecológicos y sustentables. Esto es conocido como “greenwashing”; es decir, la utilización de lo verde (green) para presentarse como defensores del medio ambiente y del planeta mientras siguen contaminando.
En los últimos años apareció el concepto de “sportwashing”, el lavado de la imagen de un país a través del deporte. Y esto es lo que hacen los saudíes. La organización no gubernamental danesa “Play the Game” en un extenso estudio identificó cientos de auspicios (esponsoreos) saudíes en diferentes actividades deportivas. Desde ya que no se trata del amor por el deporte de MBS, sino de una estrategia meticulosamente diseñada a través de una vasta red de influencias para impulsar una imagen atractiva del reino y silenciar las críticas.
Todo se trata de poder, dinero y política.
Como en Arabia Saudita nada escapa al control de MBS, el príncipe también preside el Fondo de Inversión Pública (PIF).
En junio de 2025, la prensa saudí informó que el PIF alcanzó activos por 1,15 billones de dólares, consolidándose como uno de los mayores fondos soberanos del mundo. Para dimensionar su poderío, equivale a la suma del PBI anual de Chile, Colombia, Finlandia, Portugal, Nueva Zelanda y Grecia.
El PIF es uno de los principales vehículos para comprar todo lo que se pueda, desde equipos de fútbol –como el Newcastle inglés- hasta la organización de las finales de las grandes copas de fútbol españolas e italianas, pasando por torneos de golf, cricket, boxeo y otras actividades deportivas. Y ya puso un pie en la región financiando todo tipo de competencias en América Central y el Caribe.
Los saudíes han comprendido que sus recursos ilimitados se complementan con la pasión –y los negocios- que generan los deportes. Mientras sigan siendo un aliado estratégico de los Estados Unidos seguirán teniendo la complacencia y complicidad de los más influyentes medios de comunicación, encandilados por el oro saudí y sus megaproyectos.
Posdata: Arabia Saudita contradice de forma elocuente el mantra de que “solo lo privado funciona”. Allí todo lo hace el Estado. Y funciona excelente.
Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican), Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA)