Argentina: La rebeldía juvenil comienza a cambiar su signo ideológico

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Juan Guahán

 Las encuestas, los estados mayores de los grandes partidos y ciertos aspectos de la realidad argentina están llamando la atención sobre un tema socialmente muy complejo. Se trata de un giro que están tomando algunos sectores juveniles, particularmente de sectores medios, en el sentido de identificarse con políticas tradicionalmente consideradas como las más conservadoras.

Ese fenómeno cultural adquiere una valoración muy especial, en un año en el que el tema electoral trata de ser colocado como el más importante.  Desde tiempos inmemoriales, las mayores perspectivas de cambios sociales estuvieron puestas en los sectores juveniles. En general esas transformaciones tenían como ideario los sueños de un mundo mejor, más justo, digno y humano. Nuestra sociedad fue, en tiempos no tan lejanos, una especie de reflejo de tal tendencia. Esas corrientes tuvieron fuerte impacto durante las décadas de los 60’ y los 70’, alcanzando un importante desarrollo en varios países.Noticias | Por qué atrae Javier Milei: una autopsia de la derecha

Fueron los tiempos en que la vieja aspiración a una liberación personal iba de la mano con el sueño colectivo de una liberación social. Eso hizo que vastas fuerzas juveniles de los sectores medios se identificara con las mayoritarias masas de jóvenes provenientes de los sectores más humildes proponiendo transformaciones profundas, que fueron asumidas por amplias mayorías sociales.

Desde el corazón del imperio vino la respuesta. Ellas fueron la aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional y el Plan Cóndor. Esa tragedia está reflejada -en parte- en la premiada película “1985, más allá de sus intenciones de influir sobre esta realidad actual, reivindicando la importancia de estas instituciones.

Más allá de aquella represión genocida, la Argentina productiva y sus industrias fueron destruidas y aquellos ideales derrotados. La búsqueda de una mayor ganancia y una incontenible concentración y extranjerización económica, en medio de un empobrecimiento y miseria colectiva, fueron la guía de aquellos gobiernos. El ¡sálvese quien pueda! fue la consigna de esos tiempos e instalada en la cultura masiva.

Crecieron la pobreza y la disgregación social. Se fue incrementando la caída de los ingresos y las dificultades para conseguir trabajos que permitan vivir con dignidad. Eso repercutió en toda la sociedad, pero sobre todo en la juventud. La mayoría de la dirigencia política pareció no entender ese fenómeno y su desprestigio fue cada día mayor.

La destrucción del aparato productivo hizo que faltara el trabajo. Los planes sociales, una solución temporaria, se transformó en algo definitivo y terminó por profundizar la brecha social. En los más pobres creció la bronca y su impotencia, un sector importante se reagrupó en organizaciones sociales. Eso les permitió mínimas respuestas reivindicativas, pero sin avanzar más allá elaborando prácticas sociales y políticas alternativas.

El gobierno aprovechó esa debilidad para sus planes de cooptación. El accionar de muchos de esos agrupamientos se transformó reiteradamente en correas de trasmisión del aparato estatal, en otros casos cayó en la reiteración de los reclamos y las metodologías tradicionales. La ausencia de un discurso y práctica alternativos, que retomaran la senda del trabajo y el mejoramiento colectivo, completaron el panorama dominado por un gobierno sin rumbo, acompañado de una oposición sin plan.

En franjas importantes de los sectores medios tomó fuerza un negativo discurso antipolítico. Esa fue la novedad de los últimos tiempos. En ese marco apareció la figura de Javier Milei. Su discurso reaccionario, altisonante y provocativo dio cuenta de esta nueva situación, poco importa si fue imaginación propia o creación de algún “laboratorio del sistema” que intentan salvar.

Lo cierto es que, en medio de una generalizada anomia colectiva y ausencia de un proyecto distinto, fue el aglutinante de vastos sectores. Su impacto en los medios electorales no es menor y puede ser decisorio en la próxima contienda. Pero mucho más importante es su efecto social si logra transformarse en la vanguardia de un movimiento social profundamente conservador de un capitalismo inviable cuyas respuestas, en medio de la fenomenal crisis que desafía al actual sistema, pueden ser catastróficas.

Quitar a los más pobres para pagar al FMI y financiar campañas electorales La Argentina planera: 25 millones reciben ayuda social estatal - Primera  Edición

El gobierno argentino parece tener a una urna electoral por cabeza. Sin respuestas a los problemas cotidianos y ante la posibilidad de un triunfo de una oposición cada vez más gorila, el peronismo oficial despliega dos ideas diferentes.

Una parte, ligada al cristinismo más duro, donde prima la idea de repetir la experiencia hecha con Daniel Scioli, cuando su candidatura no recibió el apoyo suficiente y fue derrotada por Mauricio Macri. En ese caso, imaginan que el peronismo volvería transformarse en el adalid de otra resistencia.

Otros sectores, entre los cuales hay que contar al actual presidente (Alberto Fernández) y a otros dirigentes como Juan Manzur y Jorge Capitanich, que aspiran a dar la pelea ahora, en medio de la confusión que reina en una oposición que a sus problemas internos suma la presión del ultraderechista Milei.

A estos juegos hay que agregarle las dudas del hoy ministro de Economía Sergio Massa, cuyo futuro está atado a la evolución de la inflación.

En estos menesteres gasta la mayor parte de su tiempo la dirigencia estatal, mientras tanto sabemos cómo transcurre la vida cotidiana del pueblo y las escasas respuestas que recibe. La cosa es más grave aún: gran parte de los recursos con los que contamos tienen otros destinos, como el pago de la deuda odiosa insumió el mes pasado 4.340 millones de dólares.  ¡Para el FMI nunca faltan los recursos!

Pero, falta la frutilla del postre: el gobierno recorta los pagos de planes sociales para pagarle al FMI y asegurarse fondos para esta campaña electoral.

La última semana el gobierno le pagó al FMI otro vencimiento por 641 millones de dólares. Ese monto equivale a 92 meses de los pagos del “Programa Potenciar Trabajo” a las 154.441 personas que fueron suspendidas por no haber completado los datos sobre su validación. Así funcionan las prioridades para este gobierno.

Es por eso que el gobierno sigue metido en un juego donde las opciones que se fabricó son: devaluar, provocando un caos, o profundizar el ajuste y seguir frenando la economía, corriendo el riesgo de provocar otro caos.

 

*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

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