A 45 años del golpe: La memoria personificada y el reconocimiento de identidad

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Jorge Elbaum|

Varias generaciones argentinas han sido atravesadas por una fecha que sea asemeja a vértice. De un lado la sistematización planificada del genocidio ejecutado desde el Estado. Y del otro, miles de militantes, activistas, delegados fabriles, estudiantes y jóvenes iracundos que se había puesto propuesto tomar el cielo a empujones. Estos últimos compelidos a la construcción de una sociedad menos cruel, mas bella. Comprometidos en la abnegación por los que sufren.

Ni dioses inalcanzables, ni trayectos inmaculados. Mujeres y hombres lanzados a una apuesta liberadora de lágrimas y cadenas. Agujereados por un ardor contagioso. De época.

La contracara de la fecha fatídica exige señalar a los criminales. Pero también incorporar en el presente a sus víctimas. Recordarlos en su desgarrada y contradictoria humanidad en desafío. En sus años muchas veces breves. En sus días esparcidos como arena limpia: sujetos de una tenacidad que en algunos casos devino en metralla. Portadores de una fe caprichosa instituida como militancia de la evangelización terrena, juramentados de victoria –aunque lo duden los escépticos de mirada corta– contra el Tiempo.

Nosotrxs los recordamos en sus ganas de perpetuar su historia apasionada. Sus luchas inconclusas. Su espíritu con crédito de futuro. Sus ojos lanzados al aire de otra generación dispuesta a retomar su mirada. A completar la tarea. Abiertos a esa potencial camada estudiosa de los errores cometidos pero al mismo tiempo identificada con la misma voluntad férrea y generosa.

El 24 exige recorrer la llaga de los que no están en la exacta medida de lo que también está siendo: los vemos en los rostros altivos de sus Hijos y en todxs los que resistieron a los diferentes gobiernos neoliberales. Sentimos su presencia en la asunción de la derrota transitoria y en quienes caminan junto al trauma de haber sobrevivido.

No son referentes quiméricos: fueron vidas con convicciones y recorridos contradictorios –como todxs– que se lanzaron a reparar un mundo que estaba (está) en ruinas. Los recordamos como viajes biográficos en los que asumieron enormes riesgos vitales. Que dejaron todo. Que pusieron todo.

Mientras hacemos presente el repudio a la fecha de inicio de la dictadura genocida, los hacemos presentes en sus canciones, en sus voces, sus fotos, sus deseos íntimos y plurales. Los recuperamos en la diversidad de lo que fueron: delegados de sus compañeros de trabajo, cuadros político-militares, activistas barriales de ayuda escolar en villas del dolor con lluvia de chapas, sacerdotes aunados en el amor a los humildes, activistas de la vida en frecuencia de ofrecimiento pleno, adolescentes juramentados en responsabilidades trascendentes.

Nostroxs lxs resucitamos humanos cuando los pensamos en su complejidad de pasiones enlazadas. Los abrazamos cuando los observamos en sus clandestinos desafíos contra los criminales uniformados. Los incorporamos como parte de los que somos, cuando los ubicamos frente a esos molinos de viento de la inequidad y la bajeza.

Lxs convocamos repetidamente porque no dejan de augurar futuros –hoy encarnado en miles de jóvenes–, y por su valor cósmico de sentir ternura por lxs más débiles, por lxs lastimadxs de toda laya.

Los hacemos presentes porque somos ellxs. De no serlo testificaríamos su postrer olvido. Y sucede que no vinimos a caminar para callarnos. Trajimos sus fotos: las pusimos frente a las luces de nuestras casas para que sus cuartos quedaran alumbrados. Hacemos hoy continuidad de sus ganas. Enarbolamos pañuelos blancos. Anotamos en el margen de los días sus listados de promesas encendidas.

Sus herencias se suceden en Hijos que dan evidencias de identidad. En Madres y en Abuelas que instituyeron la dignidad como emblema. En las pedagogías que nos enseñaron para desarmar a las burocráticas formas tribunalicias. En sus pañuelos se acumula gran parte de las deudas que esta sociedad tiene con el futuro.

A los 30 mil los recordamos vivos. Cotidianos. Testigos de los debates que atraviesan el mundo contemporáneo.

Si algunx pretendiese creer que vamos a matar su memoria –al instalarnos inermes en la historia plastificada de un pasado remoto–, que los vamos a convertir en nombres ajenos a los conflictos actuales, se equivoca. Son vidas actuales. Están instalados en muchos más cuerpos de lo que el pensamiento colonial desearía.

Andan por acá con la misma esperanza blindada que mostraban mientras dibujaban letras enormes sobre esas sábanas blancas con agujeros de aire.

Siguen pintando paredes con consignas de sueños. Nos reconocemos en ellxs porque son el mejor compendio disponible para reconquistar ese cielo que la especie humana tiene como asignatura pendiente.

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*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la). Publicado en dejamelopensar.com.ar

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