Nicolás Centurión|
Llamarle guerra al hecho histórico, es un eufemismo y nos posiciona de entrada, levemente a favor de una historiografía afín a los poderes concentrados de esa época. Porque como siempre sucede, la historia la escriben los vencedores. Por eso no llamaremos a este conflicto armado como la Guerra de la Triple Alianza, sino como el exterminio del Paraguay.
La historiografía liberal abona la tesis de excesos del presidente de Paraguay Solano López y que, tácitamente, eso daría excusa para la invasión. Desde los que abogamos por la unidad latinoamericana de sus pueblos, la influencia del imperio británico fue determinante para el intento de exterminio del Paraguay.
La participación de Uruguay en este conflicto es un capítulo de nuestra historia que se ha querido ocultar. Como esas historias familiares que todos conocen pero nadie comenta. Es una mancha indeleble que perdurará por el resto de los tiempos. Una página escrita en el libro de la conquista iniciada en 1492.
En 1863 Uruguay estaba trabado en un conflicto interno donde la divisa colorada pretendía arrebatarle el gobierno a Manuel Oribe de la divisa blanca a través de un golpe de Estado. Brasil, como el Imperio que era y presionado por los fazendeiros de Río Grande en obtener los campos de la Banda Oriental, decidió inmiscuirse en los asuntos internos del Uruguay.
El conflicto se desencadenó a finales de 1864, cuando el mariscal Solano López, presidente paraguayo de ese entonces, decidió otorgarle ayuda al gobierno del Uruguay de Manuel Oribe. Concretamente se solicitaba ir en ayuda de la defensa de Paysandú, zona que se encuentra lindante al río Uruguay al noroeste. Paysandú estaba en guerra civil contra el Partido Colorado y este era apoyado militarmente por Brasil. Solano López advirtió a los gobiernos de Brasil y Argentina que consideraría cualquier agresión al Uruguay “como atentatorio del equilibrio de los Estados del Plata”. El gobierno de Brasil hizo caso omiso a esta advertencia y envió a sus tropas a invadir territorio uruguayo en octubre de 1864.
Las alianzas quedaban configuradas de la siguiente manera, Colorados liderados por Venancio Flores junto con Brasil y Bartolomé Mitre de Argentina. Oribe era apoyado por Rosas y Solano López entendiendo que si Brasil se hacía con Uruguay en alianza con Argentina, la próxima víctima sería el propio Paraguay.
El 12 de noviembre de 1864, en represalia por la invasión brasileña a Uruguay, el gobierno paraguayo se apoderó de un buque mercante brasileño y del gobernador de la provincia brasileña de Mato Grosso, dando inicio a la Guerra y declarándola al día siguiente. La primera etapa consistió en la invasión del Mato Grosso, en diciembre del mismo año, durante la cual fuerzas paraguayas ocuparon y saquearon gran parte de esa provincia.
El intento de exterminio total no prosperó, pero arrasar con el Paraguay de esa época fue un éxito para las potencias beligerantes. El imperio británico arrastró a Argentina y Brasil en esta empresa y estos a Uruguay, como último vagón del tren de la devastación. Catorce años atrás del comienzo de la guerra, falleció en Asunción nuestro prócer José Gervasio Artigas. Protector de los pueblos libres, Karay Guazú para los guaraníes. Es una especulación, una fantasía poder imaginar qué hubiera pasado con Artigas vivo a la hora del exterminio de la Triple Alianza. Las paradojas de la vida hicieron que Sarmiento, un promotor del exterminio paraguayo y argentino, acabara en suelo guaraní los últimos años de su vida.
El papel de Uruguay en esta guerra es el reflejo de su historia. Mirando de un lado al otro a dos enormes países que lo rodean. Meciéndose como una pequeña balsa en medio de dos corrientes continentales. Incluso Uruguay no tiene nombre, es una ubicación: es la República al Oriente del río Uruguay. Esa porción de tierra que formó parte de las provincias unidas del Río de la Plata, que fue invadida por el Brasil, que fue un capricho de los ingleses, “un algodón entre dos vidrios” y quizá lo más acertado sería llamarlo Lord Ponsombylandia. Pero nos desviamos del tema central.
“Argentina quería reconstruir el Virreinato del Río de la Plata, cuya capital era Buenos Aires y del cual el Paraguay había formado parte. Demandó anexar al Paraguay, pero el Brasil se opuso. Son puntos que se cambiaron en el Tratado“, explica el historiador paraguayo Jorge Rubiani.
Por su parte, Brasil quería libre acceso a sus ricas provincias del Mato Grosso, donde ya en 1633, en Cuiabá, se había encontrado oro. “Con un Paraguay que resultara mucho más adecuado a sus pretensiones tras la guerra, iba a tener más facilidades para fortalecer sus fronteras”, destaca.
Uno de los flagelos que azota a los pueblos de Nuestra América es el de la deuda externa. Con intereses de deuda que inauguraron un nuevo concepto de usura e imposiciones que condicionan el desarrollo nacional, los organismos multilaterales de crédito han erigido esta arquitectura financiera a nivel mundial como mecanismo neocolonial de explotación. Este fenómeno no es nuevo ni de post segunda guerra mundial. En ese entonces Brasil y Argentina tenían grandes deudas con los bancos ingleses y por ende, sus decisiones estaban condicionadas por esto. Por su parte, Paraguay no tenía ningún tipo de deuda y eso lo dejaba con un margen de acción sin estar supeditado a ningún interés financiero.
Fueron asesinados 700 mil paraguayos y paraguayas, varios de ellos niños y niñas combatiendo con lo que tenían al alcance de la mano contra ejércitos profesionales. Casi cien mil víctimas eran población civil. Incluso la contienda fue tan desigual que las tropas argentinas de Entre Ríos se negaron a intervenir en la guerra. Astilleros del norte de este país decidieron iniciar una huelga para no construir más barcos que sean usados en el exterminio. “Los agentes de la civilización” como irónicamente los llamó Alberdi, destruyeron a su paso todo tipo de maquinaria y avance tecnológico de la época: una de las primeras acerías de América Latina, los telégrafos, las vías del ferrocarril, etc.
No hay estimaciones exactas de las pérdidas. Lo que sí es claro, es que las consecuencias para el pueblo paraguayo subsisten hasta el día de hoy. El país perdió entre el 50 % y el 85 % de su población y quizá más del 90 % de su población masculina adulta. Cada cuatro mujeres vivía un hombre y en algunas regiones uno cada veinte mujeres. La barbarie a rostro descubierto en nombre de la civilización.
En 1949 George Orwell escribió su célebre libro “1984”, una novela distópica de futuro aciago para la humanidad. Acuñó el término “neolengua” para referirse a un nuevo lenguaje, dentro de este el “doblepensar”. Según el autor esto significa “el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente.” En la novela se pueden encontrar frases como “la esclavitud es la libertad” y “la guerra es la paz”. Las tropas invasoras, un siglo antes, practicaban el doblepensar antes de que fuera concebido.
Paraguay perdió un cuarto de su territorio con consecuencias que se extienden hasta el presente. Todavía tiene la mayor desigualdad de propiedad de la tierra en el mundo: aproximadamente el 85% de la tierra agrícola está en manos de sólo el 2.5% de los propietarios, y los pequeños grupos de agricultores e indígenas se enfrentan a la falta de tierras. Al menos el 14% de la tierra paraguaya está en manos de los agricultores brasileños, un grupo que ejerce un enorme poder económico y político.
Las pérdidas que sufrieron los ejércitos vencedores terminaron siendo positivas para el proyecto civilizatorio que miraba de frente a Europa y quedaba de costas al centro de América Latina. Veinte mil soldados argentinos, cincuenta mil soldados brasileños y algunos pocos miles de uruguayos murieron en la fragua. Todos pobres, gauchos y/o esclavos. Se pretendió hacer una purga del Paraguay e indirectamente se eliminó a una población que era indeseada por las élites rioplatenses y brasileras.
Según el periodista brasilero Julio José Chiavenato en su libro «Genocidio americano: guerra de Paraguay» señala que varios militares reclamaban a sus superiores que la guerra ya estaba ganada. Una de estas figuras era el general Luís Alves de Lima e Silva, luego duque de Caxias, quien lideraba las tropas brasileñas en Paraguay y expresaba: «¿Cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos necesitaremos para terminar la guerra, es decir, para convertir en humo y polvo a toda la población paraguaya, para matar hasta el feto en el vientre de la mujer?», reclamó al emperador de Brasil.
La saña fue tal que la alianza infame de Uruguay, Argentina y Brasil concertó finalizar su empresa solo cuando Francisco Solano Lopez fuera asesinado. Hecho que sucedió el primero de marzo de 1870.
El exterminio del Paraguay fue la primera guerra fotografiada en América Latina. Por ende, la primera muestra fotográfica de lo que son capaces de hacer las oligarquías locales, que la tiranía no sabe de fronteras, como así tampoco la solidaridad entre los pueblos. Fotografías de una película que aún se sigue rodando y pariendo engendros que socavan la dignidad popular. Recordar el exterminio del Paraguay es rescatar uno de los peores capítulos de nuestra historia, para no repetirla y poder forjar nuestro destino con la liberación e independencia como horizonte común. Porque todavía queda mucha vida por rodar.
* Analista uruguayo asociado al Centro Latinoamericano de Análisis estratégico (CLAE, estrategia.la) y miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el Estudio de la Deuda Pública (RICDP).