La actual rebeldía juvenil argentina busca su camino

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Juan Guahán|

Hubo tres hechos destacables en la última semana en Argentina: dos giraron en torno a las discusiones sobre el Presupuesto y el acuerdo con el Fondo Mpnrtario Internacional y el tercer tema sobre la cuestión generacional que aparece con motivo del viaje del novel diputado ultraderechista Javier Milei a Rosario en momentos que el Ministro de Economía comparecía ante la Comisión de Presupuesto de Diputados.

Analicemos, porimero, las condiciones que hicieron posible el surgimiento de cada generación.  Consideramos como “generación” a un grupo humano nacido en tiempos semejantes y que formó parte de algún hecho protagónico que caracterizó a un determinado tiempo histórico. Desde este punto de vista las generaciones se renuevan –aproximadamente- cada 20 años. Para no caer en consideraciones académicas vamos a analizar el tema en relación a la historia argentina.

El 17 de octubre de 1945 emerge una fuerza de jóvenes trabajadores del campo y la industria (en Tucumán y el Gran Buenos Aires) que se movilizan por la libertad del general Juan Domingo Perón. Ése fue el origen del peronismo.

Entre 1966 -golpe de Estado pensado para gobernar varias décadas- y 1969, fecha del levantamiento popular conocido como Cordobazo, se generan las condiciones para el amanecer de otra generación de jóvenes trabajadores y estudiantes que radicalizan al propio peronismo e imaginan, junto a sectores de izquierda, las posibilidades de grandes transformaciones en la sociedad. Un cruel golpe de Estado frustra esas posibilidades.

A fines de 1983 llega al gobierno el radicalismo, de la mano de Raúl Alfonsín. Después de aquella cruel dictadura –iniciada en 1976- se recuperó el derecho al voto y el mayor protagonismo lo tienen las juventudes radicales y peronistas, imbuidas de la reivindicación de derechos humanos y la democracia, pero sin modificar las  bases económicas de la propia dictadura.

En los días 19 y 20 de diciembre de 2001 se manifiesta la rebeldía de quienes exigen ¡Que se vayan todos! Se inicia por un reclamo ante la imposibilidad de de recuperar los depósitos bancarios. El cansancio social lo generalizó y jóvenes de diferentes sectores fueron sus principales protagonistas.

Estamos transitando exactamente 20 años de los últimos hechos señalados.  No hace falta abundar sobre la situación en la que se encuentra nuestro país. Luego de 38 años de vida “democrática”, durante la cual gobernaron la inmensa mayoría de las fuerzas políticas y dos nuevas generaciones apuntalaron los sueños de esperadas transformaciones, negadas en la realidad.

Así está el país actual. Cargado de deudas de dudosa legalidad y ninguna legitimidad; con una estanflación (estancamiento más inflación) que parece interminable; con una pobreza que –promediada- supera largamente el 40%.

Realidad y futuro de ésta y la próxima generación

Qué futuro tenemos cuando nos enteramos que dos de cada tres niños y adolescentes crecen en medio de las limitaciones que impone la pobreza. Así estamos y nada de eso parece conmover la conciencia de la mayor parte de nuestra dirigencia. A los sectores económicos, expresados políticamente en el PRO (neoliberal), no les interesa que esto cambie. Sus ganancias se multiplican y la represión estatal contiene los reclamos. Les gustaría volver a administrar –sin límites- al Estado, pero comprenden que para sus intereses ello no resulta imprescindible.

El radicalismo vacila entre seguir asociado a esa derecha recalcitrante o buscar otros caminos. Un peronismo que luce cansado, agotado y sin nuevas ideas, maneja el Estado. Transita trillados y fracasados caminos mientras apela a la nostalgia de glorias, luchas y resistencias pasadas. La mayoría de la izquierda, peronista o no peronista, aspira que una vuelta del progresismo los instale en un poder que ya administraron, sin haber sabido encauzar las energías del pueblo.

El sindicalismo tradicional, simbolizado en los “gordos” de la Central Gen eral del Trabajo (CGT), continúa negociando según los intereses de esa dirigencia. Parecen estar cómodos entre los recovecos del poder.

Las nuevas organizaciones sociales, tuvieron en estos 20 años el importante rol de organizar a una buena parte de los sectores “descartados”. Sin una perspectiva de cambios de fondo, están recorriendo un camino semejante al del sindicalismo tradicional, y corren el riesgo de terminar al servicio del mismo modelo económico y poder estatal que provocó los daños actuales.

Estas debilidades del campo popular, a 20 años del hecho de masas más significativo de este tiempo, dan una idea de los riesgos que estamos corriendo en momentos que una crisis global acecha a nuestras sociedades.

Si del lado del pueblo no se generan alternativas superadoras a lo que está pasando vendrán los carcamanes de turno a ofrecer sus servicios. Como los buitres y caranchos, buscan alimentarse con despojos de esta sociedad, que ellos contribuyeron a crear y que los demás no supieron transformar.

Libertarios, ultraliberales

En medio de estas condiciones se comenzó a vislumbrar aquí un fenómeno semejante al vivido en algunos países europeos (Austria, Holanda, Polonia), en EEUU con Donald Trump y en Nuestra América con Jair Bolsonaro, en Brasil. Un autoritarismo creciente, al servicio del gran capital y como una expresión de la degeneración del sistema capitalista copó la parada.

Aquí ese fenómeno fue corporizado por Javier Milei, un divulgador del pensamiento económico de las corrientes ultraliberales, que él denominó “anarco capitalismo”. Lo hizo de un modo agresivo contra la dirigencia política y se fue instalando sin ahorrar calificativos denigrantes.

Los jóvenes empezaron a expresar su admiración. Se rodeó de algunos  “negacionistas” del genocidio cometido por la dictadura (1976/1983), armó un partido con eje en la palabra “libertad” y conmovió a los porteños, siendo electo diputado con el 17% de los votos.

Una prensa complaciente le sirvió de plataforma de lanzamiento a su desparpajo, desgarbada figura y peinado cuidadosamente desordenado.  Un lenguaje chabacano poco afecto a guardar las formas tradicionales, lo hizo simpático a la vista y oídos de rebeldías juveniles y broncas colectivas.

Muchos pensaron que lo acontecido en la Capital era la expresión de una moda porteña. Sus posteriores actos en el llamado “interior” (La Rioja, La Plata y Rosario) tuvieron un fuerte acompañamiento juvenil clasemediero. En el voto porteño ese apoyo fue ampliado a jóvenes, provenientes de sectores donde reina la miseria.

Ello permite observar que este fenómeno es capaz de trasmitir su reaccionario modelo social con colores y perspectivas críticas, hacia la dirigencia tradicional,  que muchos sectores populares –temerosos de confrontar con el sistema- usan poco y nada.

Si el campo popular no genera otro modelo económico que trasmita la idea que existe otra forma de vivir y producir, sin destruir la naturaleza, esta perspectiva liberal puede llegar a constituirse en la referencia de esta generación, que está naciendo a la vida política, sustituyendo el rol generacional que aspiraban construir los jóvenes integrados a la política luego del fallecimiento de Néstor Kirchner.

Esta compleja realidad también reúne las condiciones para  que pueda emerger una generación de jóvenes superadora de las experiencias frustradas y del engañoso espíritu crítico que trasmite el peligroso discurso de Milei.

*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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