El Mercosur del doctor Lacalle: detrás del lastre, los Tratados de Libre Comercio

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Eduardo Camin |

El grotesco episodio solventado por la verborragia del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou contra su homónimo argentino Alberto Fernández, derivó en una respuesta juzgada por algunos como poco diplomática. Y bien entendido para los lacayos de turno, bastó para generar el escándalo.

El mandatario uruguayo calificó de “lastre” al Mercosur. «Lo que no puede ser ni debe ser (el Mercosur) es un lastre. No estamos dispuestos a que sea un corset en el cual nuestro país no se puede mover, y por eso hemos hablado con todos los presidentes de la flexibilización. Uruguay necesita avanzar, nuestro pueblo nos exige avanzar en el concierto internacional». «Si nos hemos convertido en una carga lo lamento, lo más fácil es bajarse del barco» le contestó Alberto Fernández.

Lo cierto es que cada día que pasa estamos más lejos de aquellos soñadores que iluminaban los desafíos de la Patria Grande. Tal vez esto suene a rancio para muchos tecnócratas que deciden que lo único que pueden hacer sus pueblos es vivir pendientes de los desequilibrios del gran capital.

El problema de la integración de América Latina, tan traído y llevado por nuestra tecnocracia continental, tan propicio a los desbordes retóricos y los informes soporíferos – otra forma de retórica – es claro un problema económico; pero es, en primer termino un problema político, ya que la integración de América Latina no es un fin en si misma.

Es parte de un proceso general de liberación del continente. Así como no habrá desarrollo, no obstante tecnócratas y burócratas, tampoco habrá integración, mientras permanezcan o se hagan más estrechas las actuales relaciones con el núcleo central de la globalización.

No es concebible la integración en la dependencia. Puede que estemos equivocados, pero es útil y limpio deslindar con tajante precisión los campos y no perder mas tiempo, ya que sobra, en circunloquios, eufemismos y partidas.

Sin dudas que los problemas económicos y sociales siguen siendo muchos, complejos y difíciles, una mayoritaria parte de la población sigue aún excluida de la democracia, el mercado y la modernización. La dependencia, el subdesarrollo, el desempleo, la marginalidad, el analfabetismo y la pobreza continúan siendo las espadas de Damocles que acompañan nuestro accionar.

Las políticas neoliberales pregonadas por los gobiernos de turno, con sus efectos alienantes dominan prácticamente todo el escenario mundial y, por ende, nuestro continente no escapa a esta realidad. Repasando el discurso político-social y económico actual en la región se constata el debilitamiento, cuando no la ausencia, del postulado de la unidad latinoamericana.

El discurso se ha concentrado en lo nacional particular, en un sálvese quien pueda permanente y las escasas referencias a la región no trascienden el concepto de integración mercantilista.

En América Latina y el Caribe, una primera fase de la globalización neoliberal acentuó los procesos de desnacionalización de las economías, así como las condiciones de un empobrecimiento estructural, en medio de la polarización interna que favoreció la formación de élites económico-políticas trasnacionalizadas y la fragmentación del movimiento popular y las formas de resistencia.

Es por esto que una breve evaluación histórica del neoliberalismo del Dr. Lacalle, nos conduce a sostener que su fundamento se halla ligado a la función de soporte ideológico de un tipo de globalización reforzada por la industria militar de los centros hegemónicos de la economía-mundo capitalista, la presencia de las empresas trasnacionales, la existencia de los organismos financieros y por el papel desempeñado por los políticos/empresarios y tecnócratas que administran el poder en nuestras sociedades.

Como consecuencia de todo esto se ha creado una ficticia clase pudiente formada por la minoría y una brecha aún mayor entre éstos y la mayoría de los ciudadanos.

Esta descomposición, que se acompaña de la reducción del peso de las economías locales en el mercado internacional, de la dependencia acentuada y de la ausencia de respaldo popular a las medidas empleadas para enfrentar la crisis, es traducida en el imaginario de dominación como el acabamiento de las ideologías y vehiculizada por medio de una serie de medidas de corte tecnocrático destinadas a la represión y fragmentación de la organización popular.
Entre mitos y eufemismos

Siempre se ha establecido una relación de causación entre modernidad y desarrollo económico, variables que se han vinculado a una mejor integración de las estructuras productivas de América Latina al comercio mundial. Se ha interpretado el desarrollo como un aumento en la capacidad de competencia del sector exportador en aquellas ramas productivas que se muestren capaces de incorporar innovaciones tecnológicas.

Innovaciones que permitirían a mediano y largo plazo participar con éxito en la división internacional de la producción, el consumo, los mercados y el trabajo. De esta manera se desarrollan relaciones desiguales y combinadas, en cada una de las áreas del relacionamiento internacional, es decir comercial, financiera, productiva, y tecnológica, generando una subordinación cada vez mayor de nuestros países.

Independientemente de sus variables y al margen de los momentos históricos en que se ha planteado, prevalecen argumentos que ponen énfasis en transformaciones que modernicen el sector exterior con el fin de mejorar su posición en el mercado mundial, y por ende los efectos de esa política se beneficiara en el conjunto de la sociedad. Los beneficios así obtenidos servirían para incentivar la capacidad de inventiva y transformación de las estructuras industriales para la producción interna, a fin de no rezagarse o desaparecer.

En realidad, este relato de la modernización e integración termina por establecer una relación entre el mayor grado de competencia internacional y ritmos de crecimiento. El argumento es un excelente ardid para promover la integración que se torna viable por el nivel de homogeneidad que lograron tener los sectores exteriores de los países latinoamericanos que han seguido las recomendaciones previas, del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, etc.

De esta forma América Latina quedaría integrada a partir de su capacidad de adecuar sus exportaciones a las demandas que establece el mercado mundial. Es decir, un proceso de internacionalización por vía de las multinacionales o de la mano de la globalización mundial por la trasnacionalización productiva, para avanzar en el reinado de la abundancia.

El libre comercio sigue siendo la piedra angular de esta construcción. La base que sustenta esta concepción es la presunción del absoluto y benéfico poder regulador del mercado y la bondad de la especialización en la producción en función de las ventajas comparativas de que cada economía nacional goza. La idea central es que la competencia desata la innovación, eleva la productividad y conduce al descenso de los precios.

En realidad, nos pretende enseñar de que la interdependencia es superior a la autonomía, la competencia mejor que la cooperación y el consumo como ideal de vida.

La zanahoria de la globalización, los TLC

Como sabemos en la mayoría de las ocasiones estos acuerdos se establecen entre países ricos y pobres y, es aquí, donde los Tratados de Libre Comercio (TLC) se muestran como lo que son: una verdadera arma de expolio en favor de las grandes corporaciones, so pretexto de la generación de empleo.

En definitiva, un TLC hace que desaparezcan las barreras impuestas al comercio y a la inversión extranjera. Esto significa que las economías más pobres no puedan utilizar los aranceles de importación para proteger sus sectores de actividad emergentes, ni a sus agricultores de la avalancha de importaciones a bajo precio, ni a las pequeñas industrias que se hunden al no poder competir con las grandes empresas de los países ricos.

Todo esto lleva al establecimiento de un nuevo colonialismo que no necesita de las guerras (teóricamente) para dominar países, basta con controlar sus economías para tener el poder absoluto en la toma de decisiones. Tanto es así, que cuando la gente se rebela contra el Estado y consigue doblegarlo se da cuenta de que el Estado no existe, que el poder está más allá, con nombre de empresas.

Esta globalización bajo esquema neoliberal ha significado formalmente el abandono de los proyectos de desarrollo nacional y ha favorecido los temas macroeconómicos como por ejemplo el control de la inflación y el reordenamiento de las finanzas fiscales, con consecuencias destinadas – más tarde o más temprano – a la destrucción del sindicalismo y la informalización de la economía y con una concentración considerable de las ganancias, y un aumento de las desigualdades sociales.

Para los países latinoamericanos y caribeños esta situación redundó en la apertura unilateral al comercio extranjero, la privatización de empresas estatales, la liberalización del mercado de capital, el ajuste fiscal y la reducción del gasto público.

Lo mismo que el debilitamiento de la injerencia del Estado en la administración macroeconómica con un crecimiento muy irregular de las economías, pero con un intensificado incremento de la deuda externa y por consiguiente de las condiciones de dependencia del mercado mundial capitalista.

Esta visión de los hechos lo percibimos con frecuente elocuencia en el acotado discurso de la integración, que no sobrepasa lo regional, el Mercosur, y más allá de las buenas intenciones predomina una visión reduccionista, centrada en el aspecto económico y más estrictamente comercial.

El referente ya no es el ideal latinoamericanista, proclamado por Artigas, Bolívar, Martí y tantos otros, sino la Unión Europea y los Estados Unidos, lo que nos lleva a desconocer e ignorar nuestra realidad económica y política, y además a saltearse el elemento central de nuestra condición dependiente acentuada dramáticamente en el contexto del mundo globalizado.

En otras palabras, muchos de nuestros países continúan funcionando económicamente como simples colonias de la industria y las finanzas europeas y estadounidense. Se nos explica que las necesidades de nuestros países, y su momento histórico exigen un determinado realismo político.

El fenómeno universal genera una tozuda persistencia en la continuidad de sus errores, que lo podíamos ilustrar con la fórmula “concentración de la riqueza y expansión de la miseria”, lo que refuerza el elenco de pruebas acerca de la inviabilidad del actual proyecto globalizador y profundiza la contradicción del capitalismo que no ha logrado resolver. Es decir, los mercados se contraen al compás de las políticas neoliberales recomendadas.

Pero cualquier estudio contemporáneo sobre el proceso de identidad política latinoamericana que obvie o simplemente no tenga en cuenta un enfoque multilateral de la dependencia histórica de la región y sus disimiles incidencias en la praxis de los distintos gobiernos, será sin duda un estudio parcial, vulnerable, que capta solo reflejos secundarios.

El acceso a los mercados poderosos, de alto poder adquisitivo (en crisis) es un objetivo acariciado por los países en desarrollo. De hecho, en los discursos y en las declaraciones, la promesa del acceso a estos mercados oficia como el elemento de persuasión utilizado para ablandar resistencias.

Pero la promesa de “desarrollo” es otra promesa falsa. Ofrece para los países pobres el nivel de vida y bienestar que ostentan las sociedades desarrolladas, lo que incluye el consumo y el despilfarro conocidos. Se pretende ocultar que el desarrollo alcanzado por los países centrales se obtuvo en sus orígenes y actualmente aun se sustenta en la continua explotación del mundo subdesarrollado, la sobreexplotación de los recursos y la contaminación incesante.

¿Qué sucedería si la contaminación existente, producto de la forma de vida que disfruta una octava parte de la humanidad se multiplicara por ocho? Ergo, no hay lugar para nuevos consumidores a la manera de las sociedades “desarrolladas” en su consumo, aunque se acuñe para simular mejor este hecho inapelable, el concepto de “crecimiento sustentable”, “energía renovable” etc.

Los pueblos deben apurarse para impedir que los gobiernos eternicen mediante acuerdos y tratados los deseos del verdugo, quien pretende ejecutar una sentencia terrible: la extinción de nuestras naciones y sus humanos sueños de progreso. Este es el verdadero lastre.

 

*Periodista uruguayo acfreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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