Chile: Sesenta días de agitación y el inicio de una arriesgada semana
Paul Walder
Al ingresar en la décima semana del más intenso y masivo levantamiento social de la historia de Chile la reacción conservadora demanda su espacio con evidentes señales de regresión. Así se observa con meridiana claridad por el lado del gobierno, y también se visualiza con cierta opacidad entre la clase política, que tiende de forma prematura e interesada a anclar reformas para acotar, encauzar y especialmente neutralizar la conmoción callejera.
En ese espacio crepuscular trabajan sin tregua en estos días y estas horas los políticos profesionales de una decadente democracia representativa. La historia, junto a aquel nefasto espacio que nos condenó por los últimos treinta años, está en peligro de repetirse.
En el inicio de la segunda semana de diciembre hemos presenciado la instalación, que tiende a una consolidación legal, de un andamiaje autoritario de alto riesgo de inflamación. Este lunes hemos visto a un Sebastián Piñera en plena catarsis maniqueísta repetir consignas negacionistas afines a la ultraderecha local y regional.
El presidente de Chile, que es también el peor evaluado y el más repudiado de toda la historia de esta nación, se ha desprendido de todo el ropaje de demócrata liberal para mutar en un discurso y pensamiento de incipiente autócrata.
Orden neoliberal o caos, como en Venezuela, le espetó durante la mañana a una periodista, y horas más tarde volvía a endurecer su agenda de seguridad, esta vez con leyes para endurecer los castigos a la población movilizada. La imagen era clara y detallada: Piñera nuevamente abraza al repudiado director general de Carabineros, el hombre fuerte a cargo de la represión y la carnicería urbana.
El lunes pasado ha sido un día terrible por sus contenidos, pero necesario, apretemos los dientes, en cuanto a sus alcances, a sus proyecciones. Cierta claridad de cuál es la intención de Piñera y el valor que le otorga a la defensa a ultranza del modelo neoliberal. La respuesta a la periodista estuvo demostrada no solo con palabras, sino con hechos.
Piñera no ha sufrido un arrebato, simplemente carga las tintas, hace contrastes y principalmente se dirige hacia sus aliados políticos en el Congreso. El modelo de mercado con toda sus carga de inversiones y tratados de libre comercio no se toca.
Durante la misma mañana se confirmaban casos increíbles, como ha sido la difusión de un análisis sobre el uso de agentes químicos, nada menos que soda cáustica, en el agua arrojada por los carros antidisturbios. Y hacia la tarde el gobierno mandaba otras señales.
Persecución de dirigentes de izquierda no parlamentaria por llamados a protestar (Dauno Tótoro y Roxana Miranda) y el asedio durante una transmisión en directo desde la Plaza italia a la corresponsal en Chile de la venezolana Telesur. Hacia el atardecer, el senado le daba una alegría a Piñera y le aprobada parte de su agenda de seguridad con cárcel a quienes corten rutas y calles.
Todo en la misma tarde para no dejar dudas sobre el curso de los hechos. Así ha iniciado la semana el gobierno. Con prisas y con la mano apretada en la agenda de seguridad.
Mientras, en otro lugar de Chile, en el mismo Congreso de Valparaíso, otra agenda seguía su curso. El rescate que la clase política le entregó a Piñera aquel 15 de noviembre pasado al acordar un proceso constituyente, “histórico” le llamaron, pero limitado a los partidos ha quedado casi sellado con paridad de género y cupos a los pueblos originarios.
Pero no altera las verdaderas distorsiones selladas el mes pasado en cuanto se le entregó en bandeja el poder de veto a la minoría. Con este candado en mano, los intereses consolidados en Chile tienen la posibilidad cierta y real de no cambiar nada que no desee, desde AFP, inversiones en salud y educación, ley laboral, código de aguas.
En fin. Un acuerdo con letra chica entre parlamentarios altamente repudiados por la población. Porque salvo muy escasas excepciones, ninguno de ellos y ellas puede ni acercarse a las masivas y frecuentes manifestaciones.
El acuerdo, prematuro e inconsulto, ni con el pueblo ni con sus organizaciones, tenderá con los días a descomponerse porque es un pacto entre las elites que revive las más nefastas políticas de los consensos. Aquellas que han tenido atados a los chilenos y chilenas y causas del trance actual.
Este acuerdo tiene toda la apariencia de aquel pacto entre las altas esferas de finales de los años ochenta para sacar a Pinochet y dejar el modelo de mercado y todas sus instituciones intacto. El acuerdo parlamentario del 15 de noviembre apunta en la misma dirección, en sus intereses y también en su inmoralidad.
Por un lado Piñera encargado de la contención y neutralización del movimiento social, las organizaciones y la izquierda no parlamentaria. La otra cara del mismo sistema son los partidos, los mismos de siempre, desgastados y corruptos, encargados de darle curso a la política y arropar al presidente. La clase política y todos los intereses a plena marcha. ¿Y el pueblo, el pueblo, el pueblo dónde está? ¿Seguirá en la calle pidiendo dignidad?
*Periodista y escritor chileno, director del portal politika.cl, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)