Paul Walder|
Se ha instalado la denominación Guerra de Cuarta Generación. Un concepto acuñado en Estados Unidos por el mismo Pentágono en la última década del siglo pasado para diferenciar a las guerras convencionales con los métodos modernos. Surge en el contexto de la guerra antiterrorista y amplifica tácticas conocidas de inteligencia y de alta tecnología, como la propaganda, la informática, la infiltración a través de las comunicaciones de masas, los sistemas políticos, las instituciones de los estados y las redes sociales. Podríamos agregar más áreas y tareas, pero esta introducción basta para comprender de qué hablamos. Porque la padecemos.
El vuelco en los regímenes políticos latinoamericanos es una consecuencia de estas tácticas. Campañas ubicuas de propaganda, infiltración en los sistemas judiciales y legislativos, más la manipulación permanente de la opinión pública para la creación de enemigos internos han sido suficientes para la reinstalación de gobiernos neoliberales. El liberalismo, que en la región había sufrido un fuerte retroceso en las décadas pasadas, regresa reforzado sin disparar un tiro y bajo una aparente certificación electoral y democrática.
Son los casos de Brasil, Perú, Ecuador, el asedio contra Venezuela, en pleno curso, Colombia, Paraguay, el desastre centroamericano y también Chile. El país del Cono Sur, que se ufana de su democracia y de su transición “ejemplar” a la democracia tras la bestial dictadura, es también un ejemplo vivo de esta agresión. Es hoy y lo ha sido durante todo el proceso de las últimas décadas al mantener casi intactas las estructuras económicas, comunicacionales y políticas creadas por la dictadura. No podemos olvidar a un Pinochet senador y su rescate de las manos de la justicia en Londres a finales del siglo XX, la impunidad de los crímenes, la certificación de las espurias privatizaciones o el sistema electoral binominal, que excluyó durante largas décadas a colectividades ajenas al consenso neoliberal.
Hacia inicios de esta década la ola progresista socialdemócrata latinoamericana influyó en las políticas chilenas. La emergencia de una cultura y conciencia antineoliberal, expresada a partir de las protestas de los estudiantes, pero no sólo por ellos, gatilló un cambio en las cúpulas políticas que gobernaron bajo el nombre de Nueva Mayoría desde el 2014 al año pasado.
Es entonces cuando pudimos observar un cambio en la estrategia neoliberal con una fuerte presión en los métodos ya mencionados. Las comunicaciones, en pleno desarrollo y expansión de las tecnologías masivas, fueron fundamentales para canalizar y ampliar desde los medios totalitarios una campaña para frenar las reformas al modelo de mercado impulsadas por Michelle Bachelet. La guerra comunicacional, iniciada a los pocos meses de la instalación del nuevo gobierno, no dio tregua hasta el final de su mandato. Corrupción, nepotismo, y todos los males económicos, desde caídas en la inversión, desempleo a bajo crecimiento, fueron suficientes para que Bachelet y su coalición terminaran su gobierno con históricas cifras de rechazo ciudadano.
La total ubicuidad de las tecnologías y las comunicaciones las han convertido en una herramienta política hoy privilegiada. La derecha, que tiene en sus manos todos los grandes medios de comunicación, puede imponer su agenda con libertad e impunidad. Amplifica sus intereses y silencia el resto, aquellos que corresponden a la gran mayoría de la población, a colectivos, organizaciones sociales y territoriales, sindicatos, estudiantes, pueblos originarios, pobres, migrantes o mujeres. Los silencia, o los demoniza, como violentos, terroristas y corruptos. La prensa dominante tiene suficiente poder para levantar y difundir mentiras sobre la vida privada de dirigentes sociales o políticos contrarios a sus intereses. Estos montajes y otras armazones comunicacionales difundidos por esta prensa son posteriormente un festín en las redes sociales, que mutan la irrelevante y muchas veces falsa información en opinión pública. La falsa verdad queda instalada y consolidada.
La Guerra de Cuarta Generación se ha hecho evidente durante esta década en Chile. La campaña contra Bachelet marcó esta nueva etapa, y el regreso de Sebastián Piñera le ha dado nuevos alcances, desde el uso permanente por políticos y parlamentarios de derecha del Tribunal Constitucional para frenar leyes ya aprobadas al permanente abuso de la prensa de sus privilegios.
La guerra es permanente y en contra de la ciudadanía. El objetivo no es otro que el reforzamiento del modelo mercado, que requiere de un terreno llano y ordenado para su constante crecimiento en uso de tierras, de energías, de expansión inmobiliaria, de ganancias a fin de cuentas. Un objetivo que necesita la contención de todas aquellas demandas ciudadanas que interrumpan el proceso y de todas las voces contrarias al statu quo neoliberal y sus expresiones políticas.
En estos días hemos observado la campaña para demonizar a los estudiantes en búsqueda de la aprobación, exitosa por cierto, del proyecto Aula Segura, que persigue al movimiento estudiantil, las críticas, con voces de escándalo público, de la reunión que sostuvo en París el diputado del Frente Amplio Gabriel Boric con el autor del asesinato, o ajusticiamiento, del senador de la UDI Jaime Guzmán, el brazo político e intelectual de Pinochet. Está también, y casi huelga decirlo, la maquinaria permanente de propaganda contra las organizaciones del pueblo mapuche que demandan tierras ancestrales en manos del gran capital forestal.
En este proceso destinado a reforzar el modelo las redes sociales han ocupado un lugar destacado. Ya sabemos, por el caso de Brasil y la campaña electoral de Bolsonaro, del poder de estas tecnologías. En tiempos de desorganización y fragmentación social, es fácil la inoculación de falsas informaciones y sesgadas opiniones en individuos, ignorantes y desesperados.
Las redes sociales están habitadas por individuos aislados, por seres anónimos y su principal alimento es la información generada por los medios hegemónicos. El tan citado filósofo coreano de la Universidad de Berlín Byung-Chul-Han habla del hombre digital como una concentración sin congregación, una multitud sin interioridad, sin alma ni espíritu. Seres aislados que replican y reproducen el discurso dominante y son incapaces, pese a su indignación, de generar energías políticas. Las multitudes furiosas de las redes sociales están fragmentadas, carecen de un nosotros, de una acción común. Con la misma rapidez que emergen se desarman. Sin un cambio en la estructura de medios y su enorme capacidad de modelar la agenda y la opinión pública, esta fase de la Guerra de Cuarta Generación avanza hacia la consolidación del totalitarismo neoliberal y sus expresiones, o brazos, políticos.
*Periodista y escritor chileno, director del portal Politika.cl.