Venezuela no es Crimea ni el Donbás

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Leopoldo Puchi

Lo que está en juego no es una discusión teórica sobre el orden mundial, sino la posibilidad concreta de que una potencia extranjera decida quién controla los recursos nacionales venezolanos

Desde hace algún tiempo, el discurso político sobre Venezuela ha venido incorporado analogías muy peligrosas, relacionadas con el reacomodo del orden internacional. A partir de la idea de una nueva repartición del mundo en esferas de influencia, se ha planteado que la situación venezolana sería comparable a la de territorios como Crimea o el Donbás en el conflicto de Rusia y Ucrania.
Esta visión parte del supuesto de que las grandes potencias estarían reorganizando el planeta en varias zonas, algunas bajo tutela estadounidense, otras bajo la órbita rusa o china. En ese marco, Venezuela aparece mencionada como una pieza intercambiable destinada a “caer” del lado de Estados Unidos, del mismo modo en que regiones como Crimea o el Donbás quedarían definitivamente del lado de Rusia.¿Qué es el Donbás? - El Orden Mundial - EOM

La equiparación

Ante todo, es necesario precisar que, se esté o no de acuerdo con lo que ocurre Ucrania, y al margen de las controversias jurídicas y políticas que rodean la incorporación del Donbás o Crimea a la Federación Rusa, Venezuela no se parece en nada a esos casos. Ni por su historia, ni por su configuración como Estado, ni por su identidad cultural, ni por sus vínculos históricos con Estados Unidos. La equiparación, por lo tanto, no ayuda a comprender la realidad venezolana, sino que introduce una confusión que sirve para otros fines.
El Donbás y Crimea forman parte de un contexto postsoviético conflictivo: poblaciones rusoparlantes, fronteras redefinidas tras el colapso de la URSS, y disputas políticas y territoriales derivadas del Euromaidán y el fracaso de los acuerdos de Minsk. Son territorios inmersos en guerras y en redefinición fronteriza. Nada de esto es trasladable a América Latina: Venezuela no es un territorio en disputa entre dos Estados contiguos, ni su soberanía ha sido históricamente cuestionada.
Sin embargo, la analogía cumple una función política precisa, la de normalizar la idea de que una potencia extranjera puede redefinir el destino de un país soberano y de sus recursos naturales. En el caso venezolano, esto no implica una incorporación formal, sino algo más sutil, pero igual de grave: la aceptación de que Estados Unidos pueda condicionar la política interna del país y arrogarse derechos sobre sus riquezas. Se trataría de una anexión de facto de un Estado petrolero.

La “devolución”

En el centro de la escalada sobre Venezuela están los recursos estratégicos del país. Donald Trump ha afirmado que estos pertenecerían por derecho a Estados Unidos y deberían ser “devueltos”, bajo el argumento de haber sido supuestamente “robados”.
Este discurso reintroduce, sin eufemismos, un lenguaje de apropiación colonial que se creía superado. Ya no se trata de “influir” mediante el soft power, sino de una nueva doctrina de seguridad hemisférica que busca imponer un supuesto derecho natural sobre los recursos ajenos. Para ello se utiliza el asedio económico y la amenaza militar, como si la soberanía venezolana fuera negociable.
Una diferencia fundamental entre Venezuela y el caso ucraniano reside en el espacio cultural e histórico en el que se inscribe. Venezuela no forma parte del mundo anglosajón ni es un territorio de fronteras establecidas tras un colapso reciente.
Pertenece a la América española y mestiza, forjada en la experiencia de la conquista y la colonización, atravesada por la gesta de las guerras de independencia y por una memoria, una lengua y una cultura propias que no pueden asimilarse a la relación de Crimea o el Donbás con Rusia. En Venezuela, Esta tradición se expresa en el legado de Simón Bolívar, núcleo simbólico de soberanía y autodeterminación.

Soberanía

Lo que está en juego no es una discusión teórica sobre el orden mundial, sino la posibilidad concreta de que una potencia extranjera decida quién controla los recursos nacionales. Comparar a Venezuela con Ucrania es absurdo. Pretender que un presidente estadounidense pueda proclamarse dueño del petróleo venezolano equivale a ignorar siglos de historia latinoamericana y a desconocer el significado de la soberanía para los venezolanos, como valor y orgullo constitutivos de su identidad nacional.

 

* Politólogo y analista político venezolano. Cofundador del Movimiento al Socialismo, fue ministro de Trabajo