Lula: Nueve meses de gestión signados por un amplio protagonismo internacional
Paula Giménez y Matías Cacciabue
Veinte años después de su primera participación en la Asamblea General de Naciones Unidas y a 14 años de su último discurso como Presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, fue el primer orador en la apertura de sesiones, el pasado martes, en la 78va. sesión del máximo organismo deliberativo y de representatividad multilateral a nivel internacional.
Como indicaba el protocolo, antes que Joe Biden, anfitrión, y después que el presidente del organismo, Dennis Francis, Lula pronunció durante 20 minutos un discurso en el que responsabilizó al neoliberalismo de agravar la desigualdad económica y política, recalcó la emergencia de la extrema derecha y pidió romper con la disonancia entre “la voz de los mercados y las calles”.
El mandatario brasileño, ahora en la presidencia pro-témpore del G20 y del Mercosur, y próximo anfitrión de la Cumbre de los Brics y la COP30, viene proponiendo en su periplo, los puntos prioritarios que pidió que sean tomados en la agenda del G20: la lucha contra la desigualdad y el hambre, el combate contra el cambio climático y la reforma de las instituciones de gobernanza internacional.
La amenaza de un retorno a la escena política de movimientos de derecha, vinculados al negacionismo y a los discursos de odio a las diversidades, también es bandera para Lula, proveniente del país que funcionó como laboratorio de las aventuras neo fascistas en Latinoamérica.El liderazgo del presidente no parece encontrar resistencias. Ni en el Norte ni en el Sur.
Este miércoles, tras meses de discrepancias, operaciones de prensa e intentos fallidos de diálogo, Lula se reunió con Volodimir Zelensky, presidente ucraniano, en Nueva York. El mandatario latinoamericano aclaró luego del encuentro: «le dije al presidente que la negociación en una mesa de diálogo es mucho más barata que una guerra. Propuse construir una mesa de negociación para parar la guerra. Sé que es difícil, pero creo que es la única vía para encontrar una solución. Nadie gana una guerra al cien por ciento».
Equilibrista de las relaciones internacionales, el mandatario brasileño ha sabido mantener el diálogo con el globalismo estadounidense, al tiempo que ha logrado convertirse desde los BRICS en una voz autorizada para proponer un plan de paz para Rusia y Ucrania, empujar el ingreso de nuevos miembros como argentina y discutir la supremacía del dólar.
En el plano regional, no sin dificultades, Lula se presenta como el principal líder subcontinental, intentando reunir y fortalecer diferentes organismos políticos y económicos de la región latinoamericana. Asumió la presidencia del Mercosur poniendo en la centralidad la discusión por las condiciones del acuerdo con la Unión Europea, que viene generando varias tensiones hacia el interior mismo del bloque, principalmente con Lacalle Pou de Uruguay.
Hospedó la cumbre de presidentes de Suramérica en Brasil donde se discutieron las perspectivas para la región para reactivar la agenda de cooperación sudamericana en áreas como salud, cambio climático, defensa, infraestructura y energía. Realizó la cumbre del Amazonas con los líderes de los países que comparten territorio amazónico para buscar políticas en conjunto que fortalezcan el cuidado del mayor pulmón verde del planeta luchando contra la deforestación, la minería ilegal de oro y las infracciones medioambientales.
Mediante estos organismos, Brasil toma las riendas de Latinoamérica buscando inversiones económicas y poder político para avanzar en las materias neurálgicas de un mundo que se transformó, y hoy se disputan los dos grandes proyectos estratégicos comandados por EEUU y China. Ambos con claros intereses sobre los recursos de nuestra región que tiene, en esta coyuntura, la oportunidad de avanzar en decisiones soberanas o someterse a las demandas del exterior.
Ante estas posturas y acciones políticas el líder latinoamericano parece no olvidar de dónde viene y al pueblo al que se debe, ya que con políticas económicas para Brasil, se anima a denunciar las políticas monetarias de organismos como el FMI, a tensionar a la ONU para que tome cartas en el asunto del diálogo en el conflicto Rusia-OTAN, a buscar alternativas de desdolarización de la política económica global, entre otros movimientos de fichas que al menos podrían aminorar el poderío de las instituciones nacidas al calor del orden mundial del siglo XX.
Todos estos movimientos definen la política impulsada por Lula para Brasil y el continente latinoamericano, que, a partir de una comprensión del momento económico, social y político, lleva la agenda de los países emergentes y aparece como articulador de las relaciones sur-sur tendiendo en la construcción de puentes que llegan hasta el continente africano.
En su tercer mandato, Luiz Inácio Lula da Silva no deja de mover fichas hacia el interior del Brasil, tensionando con la alianza de partidos que le sirvió de plataforma para volver a la presidencia.
Luego del embate del neofascismo bolsonarista, propuso un plan de gobierno que refleja un proyecto que contiene los intereses de la enorme clase trabajadora brasileña, como así también de ciertas fracciones de burguesía paulista o el empresariado nacional y los movimientos sociales urbanos y rurales.
En los primeros 6 meses de gestión obtuvo un crecimiento de casi 2 puntos en el PBI; sancionó la ley que aumenta el salario mínimo a 320 reales luego de seis años sin paritarias, decretó el cobro de impuestos a los fondos de inversión de los superricos y a quienes tengan cuentas en paraísos fiscales; lanzó el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) con fuertes inversiones en obras de infraestructura para Educación, Salud y Transición energética.
También lanzó el plan de seguridad y soberanía para la amazonia con disminución de los índices de deforestación y minería ilegal en el pulmón verde del planeta; e impulsa planes de desarme civil por el aumento de la violencia en las escuelas luego de que Bolsonaro legalizara la tenencia de armas, entre otras políticas llevadas adelante.
Las tensiones que marcan el camino del gobierno
A lo largo de sus 45 largos años como líder político, el ex metalúrgico atravesó profundos desafíos y dificultades: primer obrero en ser presidente del gigante latinoamericano tras varias derrotas electorales, es el principal responsable de sacar a millones de brasileños de la pobreza. Sufrió la destitución de su compañera Dilma Rousseff como presidenta, fue encarcelado en una ofensiva sin precedentes del lawfare, y desde allí, presenció el avance del neofascismo de la mano de Jair Bolsonaro.
Sin embargo, a principios de este mes, el Supremo Tribunal Federal (TSF), anuló la validez de las pruebas obtenidas en la causa Lava Jato contra el histórico líder del PT, por obtenerlas de manera ilegal por medios como la “tortura psicológica”. Además, calificó el fallo que condenó al mandatario como “uno de los mayores errores judiciales en la historia del país». Recientemente, condenaron a prisión de entre 14 y 17 años a tres jóvenes acusados por el asalto al Planalto. Si bien fueron condenados estos participantes por su responsabilidad material, los responsables intelectuales no parecen estar tan identificados.
En relación también al accionar de la justicia brasileña, recientemente Lula tuvo declaraciones vacilantes respecto al posible arresto de Vladimir Putin si asiste a la próxima cumbre del G20 en Brasil: mientras que un viernes había dicho “puedo decirles que, si yo soy presidente de Brasil y él va a Brasil, no hay manera de que lo arresten”, al lunes siguiente dijo: “si Putin decide ir a Brasil, serán los tribunales quienes decidirán si será arrestado o no, no yo”.
Absuelto de las causas ficticias que lo proscribieron, cárcel de por medio, volvió a ser elegido como presidente, resistiendo el intento de golpe de estado a días de haber asumido. Si bien se ha mostrado decidido a llevar una política en favor de las mayorías al interior de Brasil y a asumir una actitud protagónica en la política internacional, esto no ha sucedido sin dificultades y tensiones, llevando, por ejemplo, a tener que equilibrar su relación con China y Estados Unidos, o a realizar las mencionadas declaraciones contradictorias respecto del pedido de captura de Putin.
La posibilidad de que Lula sea el representante de un proceso que mejore las condiciones de vida de los brasileños y brasileñas o impulse un proceso de integración que permita condiciones de posibilidad de un nuevo momento de transformaciones en la región, depende, principalmente, de que sea la iniciativa popular la que construya las agendas que marquen esta senda, como contrapeso a los proyectos estratégicos que miran hacia nuestra región como la proveedora de los recursos para su propio desarrollo y expansión en plena disputa por el Siglo XXI.
*Cacciabue es licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina. Giménzs es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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