Un nuevo “relato” emancipatorio desde América Latina
Antes de la segunda Guerra Mundial había tres visiones mayoritarias (o relatos para usar la tesis de Yuval Noah Harari) del mundo en disputa: el socialismo soviético, el fascismo de Alemania e Italia y el capitalismo monopólico “liberal” del Estados Unidos.
Tras la Guerra se impusieron dos visiones: el socialismo soviético y el capitalismo monopólico “liberal” estadounidense. La izquierda latinoamericana, en sus distintas versiones, adscribió en mayor medida al “socialismo soviético” o al “no alineamiento”.
Derrotado el socialismo soviético se impuso el capitalismo monopólico “liberal” del Estados Unidos. La izquierda adscripta al “socialismo soviético” sintió que se le había caído el mundo y se produjeron distintas rupturas. Un sector mantuvo una mirada emancipatoria y otro se acomodó al capitalismo.
La izquierda no alineada supo mantener una postura crítica, sin que se le cayera la biblioteca. Las movilizaciones indígenas y campesinas, la disputa por los 500 años de resistencia indígena y popular, el Foro Social Mundial, la lucha contra el ALCA, los gobiernos que empiezan a cuestionar al imperialismo y propician la integración latinoamericana, los movimientos sociales campesinos y urbanos de nuevo tipo son algunas de las expresiones de la aparición de una nueva izquierda surgida de distintas vertientes de la izquierda pro soviética y la izquierda no alineada. Desde esa nueva izquierda se construyó una nueva visión del mundo, un nuevo “relato” de disputa al “relato” hegemónico mundial.
Ante la crisis del mundo unipolar y del “relato” del capitalismo monopólico “liberal” se empieza a configurar un mundo multipolar con potencias emergentes como China y Rusia, que disputan la hegemonía de Estados Unidos a nivel geoestratégico, geopolítico, económico-comercial, financiero y cultural. Surge un nuevo “relato” que no cuestiona el capitalismo como tal, pero cuestiona el capitalismo de Estados Unidos que impone al mundo formas políticas, económicas y sociales que no cumple para consolidar el imperio. Se evidencia la crisis total del capitalismo monopólico “liberal“.
En este mundo en crisis de visiones o relatos, falta la construcción del relato nuevo “no alineado”. Ese relato no puede surgir de Europa porque, con algunas excepciones, las izquierdas europeas y el «progresismo» parecen perdidos a la cola de Estados Unidos. Las socialdemocracias, que ya habían demostrado no ser izquierda, y los partidos verdes, son totalmente dependientes del relato y las imposiciones de la gran potencia.
Por su parte, con la guerra de Ucrania, buena parte de las izquierdas reales europeas van atrás de las socialdemocracias y se pierden en la telaraña estadounidense, asumiendo por miedo, incapacidad en el análisis, ingenuidad o acomodo, el discurso de la potencia central en crisis. Se comen el cuento estadounidense con demasiada facilidad.
Entonces, con algunas excepciones, poco o nada se puede esperar de las izquierdas europeas y corresponde a las izquierdas latinoamericanas construir ese nuevo relato no alineado y revolucionario para la nueva etapa del mundo.
La integración fue la acción revolucionaria más importante durante los gobiernos progresistas, que de haberse consolidado no solo hubiese sido un punto fundamental en el proceso de liberación de la América Latina sino que la colocaba en la capacidad de liderar un nuevo bloque no alineado dentro del mundo actual. Era además parte de un nuevo proyecto geoestratégico latinoamericano. Durante diez años, con idas y venidas hubo una nueva visión desde América Latina que la posicionó en el mundo y generó respeto internacional. Hubo un nuevo relato emancipatorio.
Si bien, la integración no se pudo consolidar y el retroceso de los últimos años es muy importante porque se generó una juventud despreocupada, sectores de supuesta izquierda que por odio se venden al mejor postor sin ubicar el enemigo real, decepción en todos los relatos, sigue siendo Nuestra América la región llamada a construir una nueva visión del mundo con contenido liberador, una visión que dispute el relato del capitalismo monopólico “liberal” de EEUU (hoy más que nunca vinculado al “remozado” relato fascista) y del capitalismo estatal centralizado de Rusia y China.
Sin duda, entre un mundo unipolar, hegemonizado y subyugado por una potencia imperial y un mundo multipolar en disputa, para América Latina y para el mundo es mejor la segunda opción.
Por lo tanto, nuestra visión debe partir de la consolidación de un mundo multipolar. No podemos equivocarnos en eso, pero no es posible conformarnos solo con eso. Es necesario construir un nuevo relato emancipatorio socialista y anticapitalista, dentro de este mundo que, después de la disputa comercial China–EEUU, la pandemia y la guerra de Ucrania ya no tiene vuelta atrás.
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