Yo, Donald Tump, El Supremo
Pedro Brieger
El estilo tan particular que tiene para gobernar Donald Trump no deja de asombrar y confundir. Nunca antes en la historia de los Estados Unidos la figura del presidente estuvo tan identificada con un extremo personalismo. La mayoría de quienes ejercieron el cargo tuvieron personalidades descollantes, pero exaltaban la institución presidencial, hablaban en clave colectiva, no eran autorreferenciales al ejercer el cargo.
Ni siquiera fueron tan personalistas el carismático John F. Kennedy (1961- 1963) o Ronald Reagan (1981-1989) quien gustaba resaltar los valores del país por sobre su persona.
En Estados Unidos se ha escrito mucho en clave sicológica sobre la personalidad de Trump. Pero él encarna un fenómeno novedoso que es la identificación del país con el “yo”. Trump no suele hablar en nombre de los Estados Unidos, ni siquiera cuando interviene en Gaza, Ucrania o Venezuela. Cuando Trump dice “yo paré ocho guerras” el acento no está puesto en el poderío de la primera potencia mundial, sino en el “yo”. Sus citas sobre lo genial de su persona han sido recopiladas en diversos estudios y parecen infinitas.
Lo novedoso es que utiliza el aparato del Estado para que hable de él en primera persona. Un ejemplo es la página oficial de la Casa Blanca, convertida en un sitio de elogios institucionalizados y logros sobre su persona. Allí se puede leer un texto titulado “Aclamación generalizada al triunfo diplomático del presidente Trump” sobre “la determinación indomable y la diplomacia magistral del presidente Donald J. Trump” en Gaza. Es apenas un párrafo. El resto, que ocupa páginas y páginas, son citas con elogios de más de ochenta personalidades y medios de comunicación. Vale la pena resaltarlo: no es su red social sino la página oficial de la presidencia de Estados Unidos.
Donald Trump gusta autoelogiarse enumerando su supremacía en múltiples campos y enfatizando su inteligencia. Aunque parezca un compendio de frases de Groucho Marx, las que siguen son suyas:
- -“Pasé de ser un empresario MUY exitoso, a una gran estrella de la televisión, a presidente de los Estados Unidos Creo que eso califica no como alguien poco inteligente, sino como un genio”
- -“Nadie ha sido más exitoso que yo”
- -“Nadie lee la Biblia más que yo”
- -“Nadie tal vez en la historia del mundo sabe más de impuestos que yo”
- -“Nunca hubo un presidente que trabajó tanto como yo”
- -“Paré ocho guerras y creé la mejor economía en la historia de nuestro país”
- -“Soy el único que puede arreglar este desastre.”
- -“Lo siento, perdedores y odiadores, pero mi coeficiente intelectual es uno de los más altos, ¡y todos ustedes lo saben! Por favor, no se sientan tan estúpidos o inseguros, no es culpa suya”.
- – “Soy la persona más exitosa que jamás se haya postulado a la presidencia, por lejos”.
El portal Politico comparó la utilización de la primera persona en los discursos de apertura de 2017 y 2025 y encontró importantes cambios. En 2017 apenas habló de su persona. En 2025 usó el “yo” 33 veces. Su experiencia personal se convierte en sinónimo del país, de los temas nacionales. No es el partido republicano o un país unido que resolverá los problemas, como solían decir otros presidentes. Es él. El énfasis en inglés de I – me – my (Yo – a mí – mi/mío) no funciona solo como pronombres sino como estrategia discursiva para que la narrativa política gire en torno a su persona.
El Estado soy yo
Es muy factible que Trump nunca haya oído hablar de Augusto Roa Bastos. Ya sabemos que quienes adhieren a la
Doctrina Monroe no se interesan demasiado en la riquísima vida intelectual y simbólica que existió y existe al sur del río Bravo. Para ellos, cruzar el río es llegar a un territorio indómito que solo sirve geopolíticamente y para apoderarse de sus riquezas. Todo lo demás —desde el Popol Vuh hasta Maradona, pasando por Machu Picchu, Tenochtitlán, Tiwanaku o Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano— queda reducido, a lo sumo, a la categoría de lo “exótico”.
Sin embargo, para comprender la esencia de la forma de actuar de Trump como presidente tal vez convenga incorporar (o repasar) “Yo el Supremo”, la obra maestra de Augusto Roa Bastos. El escritor paraguayo reconstruye de forma literaria y crítica la figura de José Gaspar Rodríguez de Francia, dictador del Paraguay en el siglo XIX, para explorar la lógica íntima del poder absoluto. En la obra, el dictador se expresa en primera persona donde se confunde con el Estado, la ley y la nación, y anula toda mediación institucional, histórica o moral. El “Supremo” no gobierna: se encarna en el poder, decide qué es verdad, qué es justicia y qué es memoria, mientras borra voces ajenas y reescribe la historia desde su “yo”.
La descripción de Roa Bastos lleva a una dimensión más profunda la famosa frase ‘El Estado soy yo’ (L’État, c’est moi) -atribuida a Luis XIV, rey de Francia, y muy utilizada para describir liderazgos autoritarios, porque muestra los efectos subjetivos y políticos. La soberanía no reside en las instituciones sino en la persona. El poder no se delega, no se representa, no se institucionaliza plenamente. Se encarna. El rey no gobierna el Estado: ES el Estado. De hecho, Trump tiende a identificar la nación, la voluntad popular y el poder con su propio “yo”.
Para Roa Bastos el poder no se apoya en el Estado porque el “yo” ocupa todos los niveles. El Supremo no dice “el Estado soy yo”. Dice la historia soy yo, la palabra soy yo, es un poder que no admite exterioridad y donde existe una centralidad obsesiva de la primera persona. Cuestionar al líder equivale a atacar al país, debilitar al Estado,
favorecer al enemigo. El “yo supremo” no describe hechos: los decreta. El aporte de Roa Bastos es señalar que, cuando la política se reduce a la primera persona del singular, el poder se vuelve una identidad.
No se trata solamente de narcisismo. Trump, como líder carismático, debe probar constantemente que él mismo es el amo querido por Dios. Sus seguidores necesitan percibirlo como exitoso en su misión y dotado de cualidades extraordinarias, que aceptan sin cuestionamientos. Su completo desprecio por el comportamiento apropiado y propio de un estadista constituye una fuente esencial de su atractivo. Trump quiebra normas y reglas políticas. Comete transgresiones de manera constante y reemplaza el debate por la lealtad personal. Esta personalización sin precedentes de la presidencia implica que la autoridad de Trump se apoya en el carisma individual o incluso el derecho divino.
A simple vista, pareciera que ese personalismo lo perjudica, pero en gran medida lo beneficia, porque es difícil encasillarlo y confrontarlo con las herramientas tradicionales de la política.
*Sociólogo y periodista argentino