Javier Tolcachier
La descarada agresión de Donald Trump y el Comando Sur contra Venezuela pueden desembocar en una guerra con consecuencias desastrosas para los pueblos de América Latina, el Caribe y, por supuesto, para el mismo pueblo estadounidense.
Como ha sucedido una y otra vez en la historia, los pueblos ponen los muertos y las élites insensibles, las corporaciones financieras y armamentistas, se llevan la ganancia.
No hay argumento que justifique la destrucción de una nación por otra, mucho menos, si los argumentos que se esgrimen no son sino argucias, inventos, justificaciones para engañar a la gente y amarrarla en situaciones de conflicto, fabricando enemigos inexistentes.
Contextos agresivos
El objetivo inmediato, visible y monstruoso de Trump y su administración es la apropiación directa de las enormes reservas naturales de Venezuela. Apropiación que seguramente ya ha sido a su vez reservada por anticipado por alguna empresa multinacional, corrompiendo con dádivas o promesas futuras a más de algún funcionario, representante político o pariente.
Pero esta ofensiva debe ser vista, comprendida y, sobre todo, denunciada, desde varios ángulos. En primer término, liquidar al gobierno bolivariano es equivalente a ejemplarizar lo que le sucede a los pueblos y liderazgos que osan desafiar la arrogancia imperial. Un método usado y muy conocido desde antaño para prevenir futuras rebeliones.
De este modo, es obvio que nada termina con Venezuela, sino que, en las mentes afiebradas de los estrategas bélicos, se continuaría con Cuba, Nicaragua, incluso con México, Colombia y Brasil.
No cabe duda que varios think tanks neoconservadores han aconsejado, ante el avance chino y el fortalecimiento de los BRICS, tomar por la fuerza lo que consideran su plaza más cercana, América Latina y el Caribe, antes de aventurarse en nuevas guerras lejanas.
El contexto político regional les resulta aparentemente favorable, con varios gnomos políticos vasallos en el gobierno, que se ilusionan con verse adulados y apoyados por la potencia del Norte. Hasta algunos países del Caribe, otrora férreamente unidos en postura soberana, han sucumbido al avance retrógrado, quien sabe con qué promesas.
Como hemos sostenido en otras oportunidades, más allá de sus lamentables consecuencias, este momento reaccionario es eso, una reacción a las transformaciones y mejoras – aun cuando aun parciales – producidas en los últimos años en la región y el mundo. Pero más allá del desgaste de las políticas progresistas y el aumento de expectativas lógico en las poblaciones debido al crecimiento social colectivo, es sobre todo la alta incertidumbre frente al futuro y la inestabilidad y extrañeza que genera un paisaje humano modificado en sus hábitos y posibilidades, lo que motivan un impulso regresivo en muchas personas.
Todo esto se suma la metódica instalación en la subjetividad colectiva a través de medios y plataformas corporativas de la violencia generalizada y el temor. Esta difusión masiva del peligro de hechos delictivos – objetivamente existentes, pero desproporcionadamente presentados en forma y volumen a las audiencias masivas – abre la puerta al discurso de “mano dura” y a la irrupción de cuerpos armados extranjeros junto al aumento de la vigilancia y el control social.
Nada nuevo, y sin embargo, bastante efectivo, al menos en el corto plazo, para garantizar la expansión de la ultraderecha y su discurso irracional.
Como señaló el senador Bernie Sanders, la escalada contra Venezuela también pretende desviar la atención hacia un escenario bélico, frente a la crisis económica y social interna que afronta la población de los Estados Unidos, marcada por el aumento de los precios de servicios básicos como salud, vivienda y alimentación.
Asimismo, llenar los medios y las redes de continuos exabruptos, endilgando a otros la culpa de las injusticias producidas por el propio sistema, son parte de la estrategia comunicacional de manipulación utilizada por las ultraderechas, impidiendo así que los temas verdaderamente importantes formen parte de la agenda de discusión pública.
Visto en perspectiva más extendida, asistimos a la caída de un ciclo histórico largo, inserto en el marco del dominio colonial y neocolonial de Occidente. Esa caída y su correspondiente reemplazo por un nuevo momento civilizatorio, es lo que está en juego y se quiere resistir y demorar por parte de los poderes establecidos anteriormente.
Tácticas de guerra
En la actual coyuntura es evidente que la continuidad de las tácticas tendientes a deteriorar la economía del pueblo venezolano mediante el bloqueo, el cierre del espacio aéreo y la amenaza de invasión persiguen, en los sueños húmedos de los Maquiavelos del capital, la idea de provocar una rebelión interna, sobre todo, en las fuerzas armadas.
El resultado sería una guerra civil, la que sería apoyada directa- e indirectamente por el imperialismo, bajo la fachada de ayudar a los “luchadores de la libertad”, sin pagar los costos de inmiscuirse directamente. Guerra, al fin, que traería consecuencias igualmente terribles para la población. Víctimas mortales, desplazados, destrucción de infraestructura y las secuelas psicosociales que dejan en las conciencias estos enfrentamientos armados, mucho más difíciles de remover que escombros materiales.
También puede pensarse en acciones de comandos insurgentes o en puestas en escena que habiliten un escenario propicio para una invasión parcial y la instalación de un gobierno paralelo.
Pero más allá de estas especulaciones, que sin duda forman parte de diversos mapas mentales agresivos, la clave fundamental para que no se produzca un desenlace doloroso, será el rechazo popular a la vulneración de una de sus máximas aspiraciones: la paz.
Hacer frente a la afrenta
Pese a la imperiosa necesidad de desarrollar acciones efectivas que impidan nuevas guerras, descripciones como la anterior no son ociosas, ya que tienen como intención desmontar narrativas que justifican la matanza. Sin embargo, no bastan para detener lo que hoy ya cruza la línea de la amenaza y se convierte en destrucción.
En la dirección de promover unidad y articulación contra la guerra pueden señalarse múltiples antecedentes. Destacan, en los últimos tiempos acciones ejemplares como las Marchas Mundiales por la Paz y la No Violencia, promovidas por el colectivo Mundo Sin Guerras y Sin Violencia, un organismo del Movimiento Humanista. Movilización que recorrió el planeta concitando la adhesión explícita de millones de personas y destacadas personalidades de las más diversas procedencias y culturas.
Según indica la experiencia, la clave estratégica para el logro y mantenimiento de la paz, la justicia social y el avance de derechos ha sido y será incrementar la incidencia de la participación popular.
En esa misma línea, desde distintos sectores sociales se está convocando hoy a la unidad en la diversidad para defender la paz en la región y el mundo. Esa es, sin duda alguna, la urgencia del momento. Los pueblos ya han sufrido suficiente las consecuencias de la guerra y la violencia. Todas las organizaciones y movimientos populares están convocadas a estar a la altura de la situación y a constituir un frente plural de acción a escala masiva contra la guerra.
Es importante que esta alianza sea forjada incluyendo a todos los colectivos y organizaciones que también luchan por la superación del supremacismo y los arrebatos tiránicos en el llamado “norte global”, conformando una base sólida para construir a partir de allí relaciones de hermandad y colaboración.
De este modo, podremos superar esta etapa oscura y librarnos de las prácticas violentas que impiden abordar con ímpetu la necesidad de evolución de la humanidad desde la profundidad de la conciencia individual y colectiva y sembrar la semilla de la futura Nación Humana Universal.
* Investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas, activista humanista y columnista en la agencia internacional de noticias con enfoque de Paz y No Violencia Pressenza.