Argentina: El penal errado con el arco vacío
Daniel Vidart
La euforia del gobierno argentino no surgía de una fortaleza estructural, sino de una desesperación cuidadosamente maquillada.
Se puede errar un gol con el arco vacío? ¿Cuando el público ya está de pie, con los brazos en alto, listo para gritarlo? Aunque parezca mentira, sí. Y eso fue exactamente lo que ocurrió ayer en el encuentro entre Javier Milei y Donald Trump. Una escena que prometía épica y terminó en bochorno diplomático, estético y estratégico.
La euforia del gobierno argentino no surgía de una fortaleza estructural, sino de una desesperación cuidadosamente maquillada. Tras meses de quemar reservas del Banco Central para sostener un tipo de cambio artificial entre bandas, el Ejecutivo había logrado preservar —a un costo altísimo— el esquema de
carry trade que permite a fondos de inversión y especuladores obtener rendimientos del 35% en dólares. Todo esto a costa de un ajuste salvaje, una plaza financiera seca, un falso equilibrio fiscal y una inflación que, más allá del exitismo oficial, sigue superando el 30% anual.
En ese contexto, la figura de Trump apareció como el 8º de caballería en las películas del oeste: justo cuando la caravana de carretas está rodeada por los sioux y la derrota parece inminente. Pero esta vez, el salvataje vino con condiciones brutales. El mensaje fue claro: “Solo habrá cooperación si ganan las elecciones de mitad de término. Si no, no vamos a perder tiempo ni dinero.” No hubo gesto diplomático, ni reciprocidad simbólica. Solo una exigencia cruda: demostrar poder electoral para merecer ayuda.
La escena fue aún más desconcertante porque se dio en un momento de profunda fragilidad en Estados Unidos. El shutdown paraliza oficinas públicas, provoca despidos masivos y genera tensiones crecientes entre Trump y los granjeros, que ven con alarma el apoyo a un país que compite directamente con ellos en mercados agrícolas. En ese marco, la propuesta de Milei —que incluyó nominar a Trump para el Nobel de la Paz— no solo pareció desubicada, sino contraproducente.
La puesta en escena tampoco ayudó. Trump monopolizó el discurso, se explayó sobre sus logros en Medio
Oriente sin mencionar a Argentina, y dejó a Milei en un rol secundario, balbuceando frases hechas contra el socialismo del siglo XXI. Lo que debía ser una jugada maestra de política exterior terminó siendo un autogol en cámara lenta. Los mercados, que al principio celebraban el encuentro, reaccionaron con desconcierto y caída de activos.
Este episodio expone una fragilidad estructural en la estrategia internacional del gobierno: la dependencia de gestos simbólicos sin sustancia, la sobreexposición a figuras extranjeras sin garantías, y la falta de una narrativa propia que articule dignidad nacional con alianzas estratégicas. No alcanza con repetir slogans libertarios ni con buscar legitimidad en escenarios ajenos. La política exterior, como el fútbol, también exige timing, lectura del juego y capacidad de definir.
El gobierno tuvo el arco vacío. Y erró el penal.
*Columnista de La Diaria, Uruguay