Hora de girar la Estatua de la Libertad
David Brooks

Muchos recordamos que, además de proclamarse ejemplo democrático y defensores mundiales de la libertad, durante décadas los estadunidenses generosamente ofrecían exportar su democracia, libertades y su forma de gobierno a todo el mundo –o eso decían (bueno, si habían condiciones, y a veces podían hasta cambiar regímenes en nombre de ese noble objetivo)
Recordamos los programas, becas y asesorías para que los mexicanos y latinoamericanos aprendiéramos cómo ser democráticos. Millones se gastaron para impulsar reformas de sistemas electorales y legislaturas, incluidas las estructuras de los poderes judiciales y más, a fin de ampliar y hacer valer, decían, los derechos y libertades de los ciudadanos, así como hacer florecer la democracia al estilo estadunidense.
Recordamos que Washington y sus instituciones –Usaid, el Fondo Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés) y varias fundaciones– otorgaban fondos para todo tipo de organizaciones y centros en México y América Latina que ofrecían programas de educación, capacitación electoral, la vigilancia de los derechos humanos, además de la promoción de una nueva invención curiosa llamada “sociedad civil” y sus representantes (casi siempre no electas, pero eso es otro asunto), las ONG.
Recordamos incluso que ofrecieron talleres, informes, libros e intercambios como parte de sus programas de promoción de la democracia. Varios activistas, académicos, políticos, líderes sociales y hasta periodistas (lo que hoy son los influencers) fueron invitados a foros y reuniones sobre democracia y sus anexos. La Usaid invitaba a políticos a que se dieran una vuelta por Estados Unidos para ver en vivo su experimento democrático.
Tenemos en la memoria cenas de gala en Washington en las que se otorgaban premios a los declarados “demócratas del año” de otras partes del mundo por la NED (cuyos beneficiarios insistían en que era una entidad no gubernamental, pero el postre era pastel de chocolate decorado con una imagen del Capitolio en chocolate blanco).
Aunque ahora todos los llamados programas de promoción de democracia han sido cancelados por el nuevo gobierno de Washington, continúan los que buscan un cambio de régimen en Cuba y Venezuela (¿por qué será?)
Con tantos recuerdos de este generosísimo esfuerzo estadunidense para ayudar en democratizarnos en México, América Latina y el Caribe, tal vez ha llegado el momento para devolverles el favor.
Ahora que dicen que la democracia estadunidense está en una crisis existencial, donde expertos, políticos y ONG lamentan que el sistema político en todas sus dimensiones está descompuesto, que los derechos y libertades civiles, incluyendo la libertad de expresión, están bajo asalto, donde hombres enmascarados no identificados están secuestrando y desapareciendo a gente (a los invitados por aquella estatua) en las calles, donde se acusa a opositores políticos de ser “enemigos” del Estado, y donde la corrupción se pasea por las más altas esferas políticas del país, y donde algunos denuncian que Estados Unidos se está volviendo –una palabra antes sólo aplicada a muchos de nuestros países– una oligarquía, ¿no sería el momento de ofrecerles la mano?
México y otros países del hemisferio podrían invitar a talleres y seminarios, expertos podrían evaluar la condición de la democracia estadunidense y ofrecer propuestas y recomendaciones, se podría invitar a una amplia gama de representantes políticos y sociales de Estados Unidos a que se den la vuelta para aprender de los avances en nuestros países en materia electoral, en programas de desarrollo, educación cívica y más. Se podría debatir si Estados Unidos cumple con las condiciones para ser invitado a la próxima Cumbre de las Américas. Se podría crear un fondo latinoamericano para la democracia en Estados Unidos.
Tal vez hasta se podría proponer una iniciativa americana para rescatar a la Estatua de la Libertad.
*Corresponsal de La Jornada de México en Estados Unidos