Santiago Masetti
La certeza absoluta no es atributo de las ciencias sociales ni mucho menos del periodismo, cuanto más, los cronistas logramos ciertos puntos de convicción, tras interrogantes, atención a voces y documentos y procesos interpretativos. Serán entonces los hondureños los encargados de darnos una respuesta definitiva a la pregunta de nuestro título.
Sin embargo, encontramos serios indicios de que por los territorios de la práctica política, que nunca son llanos ni lineales, caminan con rumbo propio los actores y sujetos históricos los cuales ubican a Honduras en un rumbo que, de sostenerse, podría parir una épica que le está faltando a Nuestra América: un nuevo tiempo, un nuevo estar en el mundo.
Antes de avanzar con la idea, una confesión. Lo de inventar una nueva época lo tomé de “Inventé el tiempo”, una frase magistral de Fidel Castro. Tras su encuentro en 2009 con Manuel Zelaya, ex presidente de Honduras y sin dudas líder del movimiento que sus protagonistas conceptualizan como de “resistencia y refundación”, Fidel se refirió a aquella reunión en una de sus frecuentes “reflexiones” que aparecían en la prensa de Cuba y de otros países: “Lo vi. No me quedaba otra alternativa. Inventé el tiempo”, escribió.
Esa expresión en un texto de Fidel Castro amerita no sólo un artículo, sino un seminario sobre narrativas políticas, incluso discernir con respecto a la relación existente entre la Historia y sus protagonistas, pero por ahora sólo pretendo utilizarla para entender los posibles y necesarios alcances regionales de la experiencia que vive Honduras tras su vuelta al régimen democrático con el gobierno de Xiomara Castro, consagrada presidente en 2022.
Hace pocos días, un artículo de la publicación digital argentina El cohete a la luna recordó el libro de Carina Miller, Influencia sin poder (2000), una obra pensada para analizar la política internacional desde Buenos Aires a principios de siglo.
Sin embargo, se trata de un texto que es de actualidad a la hora de observar el tablero latinoamericano y del Caribe, en nuestro caso el de Honduras. Al comentar el libro citado, el autor del artículo, el académico argentino Luciano Anzelini, destaca la siguiente idea: los “Estados medianos” pueden ejercer su influjo en el sistema internacional, a pesar de no contar con una cuantiosa disposición de atributos de poder.
La categoría “Estados medianos” puede asimilarse en términos políticos al de países periféricos y, salvo excepciones, con superficies y demografía menores respecto de las naciones desarrolladas y centrales el sistema capitalista imperialista global.
Para Carina Miller, los estados medianos “deben aprovechar los recursos que los foros internacionales les ofrecen para aumentar su impacto más allá de lo que cabría esperar dado su limitado peso económico o militar…La estrategia para ejercer esta influencia consiste en recurrir a los foros multilaterales a los fines de desarrollar estándares normativos y obtener pronunciamientos consistentes con los intereses propios”.
El planteo suena interesante, aunque no tiene en cuenta la fragilidad instrumental de esos organismos internacionales, conforme indica la experiencia histórica, y obvia dos elementos estratégicos: la fortaleza del consenso social y político interno que tengan los gobiernos de esos Estados intermedios y, en la actualidad, la capacidad de esos gobiernos y de los contingentes sociales que lo apoyan para organizar y producir un aparato comunicacional mediático y no mediático eficaz en orden a la creación de sentidos de disputa frente al poder simbólico hegemónico.
El caso hondureño es un espacio con potenciales específicos para convertirse en un protagonista de la escena regional y en ese sentido debería ser seguido por las izquierdas y los progresismos latinoamericanos, tan expuestos ante sus propios errores y las ofensivas de las derechas y ultraderechas soliviantadas en la era Donald Trump.
¿Por qué afirmo lo que acaban de leer? A continuación propongo algunos porqués.

La gestión del partido Libre, de “resistencia y refundación”, que encabeza Xiomara Castro, se apresta a continuar con la presidencia de la actual candidata, Rixi Moncada, favorita para las elecciones del 30 de noviembre próximo.
Las estimaciones más prudentes de encuestadores, analistas y de hasta los propios candidatos de la derecha hondureña desflecada, la ubican al menos con 10 puntos porcentuales por encima de sus oponentes.
Es que Libre, con un renovado y dinámico carácter movimientista y frentista, cuenta con algunas fortalezas paradigmáticas.
Un desarrollado trabajo político y social en los territorios, y una suerte de dialéctico liderazgo ejercido por Manuel Zelaya, sintetizador de las corrientes que lo integran y en pleno ejercicio intelectual destinado a darle sustentabilidad a un programa de democracia económica y original planteo de independencia respecto del núcleo central de bloque capitalista imperialista hegemónico: las corporaciones financieras y sus maniobras predatorias.
Quienes dialogan con frecuencia con Zelaya dan cuenta de que el ex presidente debate y traza líneas de acción política tendientes a preservar y ampliar su frente interno partidario, de forma tal que el proceso de construcción de consensos y mayorías se multiplique.

Y en ese plan de acción no es menor el trabajo que realiza la dirección de Libre para el logro de alianzas regionales e internacionales desde las cuales puedan apoyarse con la inteligencia que demanda la coyuntura global y sus postulados contrahegemónicos.
El equilibrio logrado en la complicada agenda de relaciones con Estados Unidos, en el contexto agresivo y provocador de la administración Trump, habla de la vocación con la que trabaja el proyecto político que encarnan Libre, su dirección y su militancia.
Y para el final, quizás lo decisivo: el plexo de políticas públicas desplegadas por la administración de Xiomara Castro, pese a todas las dificultades que debió sortear.
Una de ellas. y no menor. fueron las maniobras legislativas de la derecha que obturaron proyectos capitales como el de la Reforma Tributaria. Seguramente Rixi Moncada acometerá con lo mismo, con la renovada fortaleza que le otorgará el resultado de las urnas en noviembre próximo.
La portentosa concreción de obras públicas estructurales y de desarrollo social en las áreas salud y educación pública, la preocupación por la conservación del poder adquisitivo de los ingresos populares y el fomento a la producción en sectores estratégicos del PBI, como el apoyo a los productores del café de alta gama que exporta Honduras, entre otras iniciativas, fueron de una contundencia tal que pudieron mucho más que las campañas con intenciones destructivas de las derechas oligárquicas.
La esperanza de que Honduras invente un nuevo tiempo latinoamericano y del Caribe es fundada, y como señalara antes en este texto, las fuerzas progresistas y de izquierda de la región deben hacer los deberes y estudiar lo que está sucediendo en ese país centroamericano.
Y dicho o escrito sea de paso, con la intención de una mejor memoria, en el país de Francisco Morazán (1792-1842), el líder independentista que concretó el sueño de unidad, presidiendo la República Federal Centroamericana entre 1830 y 1839.
* Periodista, Licenciado en Historia de la Universidad de la Habana. Fue Jefe Editorial de la revista internacional Correo del Alba. La Paz, Bolivia, Redactor de la Agencia Periodística de Buenos Aires (Agepeba) y Director del Portal del Sur (www.portaldelsur.info). Colaborador de Prensa Latina y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)