El genocidio en Gaza y el resurgir del movimiento antibélico global

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Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican)

Durante el mes de mayo se incrementaron las protestas masivas contra la ocupación israelí de la Franja de Gaza. A pesar de los intentos de varios gobiernos por impedirlas y de que muchos medios de comunicación ni siquiera las registren, éstas no cesan.

Más de 100 mil personas marcharon por las calles de Londres el 18 de mayo mientras que en Ámsterdam, Berlín, Madrid, Montreal, Londres y París hubo grandes movilizaciones que ningún gobierno pudo ignorar. A esto se suma un extendido activismo universitario en Estados Unidos a pesar del intento de silenciar las voces críticas hacia el Estado de Israel, so pena de ser acusadas de antisemitismo.

Los grandes medios de comunicación proisraelíes insisten en ocultar o minimizar lo que sucede en Gaza. Tratan de no mostrar las terribles imágenes de niños quemados o la destrucción de la pequeña Franja, pero la competencia de las redes sociales los obliga –como mínimo- a informar, aunque no quieran.

La protesta contra Israel es global y evoca los grandes movimientos antibélicos del pasado. El más reciente de gran escala fue la oposición a la invasión de Estados Unidos a Irak en 2003, cuando el 15 de febrero se organizaron manifestaciones simultáneas en más de 600 ciudades alrededor del mundo. Sin embargo, pese a la importancia y alcance de estas protestas, no se logró impedir la invasión.

Más atrás en el tiempo podemos mencionar la protesta contra la guerra en Vietnam con epicentro en Estados Unidos en la década de los 60 y 70 del siglo pasado. Este fue el movimiento antibélico y pacifista más importante de la historia e incidió en el retiro de las tropas estadounidense en 1975.

Los movimientos de protesta —el de Vietnam en su momento y el de Israel hoy— actúan en dos frentes complementarios. Por un lado, exponen las atrocidades cometidas contra poblaciones civiles; y en la era de los celulares y las múltiples plataformas, esas imágenes se propagan con rapidez.

Por el otro, las movilizaciones globales alientan a que crezcan las voces locales que, aunque aún minoritarias, se pronuncian contra la destrucción de Gaza. Algunos israelíes, desde una perspectiva ética, rechazan los bombardeos sobre la población civil. Otros temen una guerra interminable que solo suma muertos. Como se suele decir en Israel: “mueren nuestros hijos”.

Durante la guerra de Vietnam uno de los efectos más impactantes para la población estadounidense, que llevó a exigir el retiro de las tropas, fue ver los ataúdes que regresaban del sudeste asiático. Mientras cenaban y miraban la televisión veían llegar los féretros a la base de Denver. Las estadísticas son frías, lejanas; un ataúd cubierto de la bandera impacta. En la Casa Blanca aprendieron la lección. Conscientes del impacto visual que tienen las escenas de los ataúdes, prohibieron que se mostraran durante la invasión a Irak de 2003. Solo divulgaban cifras impersonales.

La otra lección que aprendieron fue no brindar información sobre la muerte de civiles ya que es un tema muy sensible, incluso para quienes apoyan una guerra. No es lo mismo matar soldados regulares o irregulares que niños y ancianos. Durante la invasión a Irak le preguntaron al comandante Tommy Franks por la muerte de iraquíes; simplemente dijo “no contamos cuerpos”.

Es la misma actitud que hoy muestran los principales responsables israelíes al ser preguntados por las muertes de civiles causadas por los intensos bombardeos. Tampoco las cuentan. El ejército israelí aplica la llamada “Doctrina Dahiya”.

Esta doctrina, nombrada así por un barrio del sur de Beirut que fue duramente bombardeado por el ejército israelí durante la invasión de 2006, implica el uso de una fuerza desproporcionada y sistemática contra áreas civiles que se consideran estratégicamente importantes.

El término fue acuñado por analistas militares tras declaraciones públicas del general Gadi Eizenkot en 2008, quien afirmó que la estrategia busca causar gran daño y destrucción para debilitar al enemigo, sin importar las pérdidas civiles.

Hay que reconocer que el general Eizenkot fue más honesto que el general Franks. Al ser consultado por los bombardeos sobre ese barrio de Beirut dijo: «aplicaremos una fuerza desproporcionada sobre esa aldea y causaremos allí un gran daño y destrucción. Desde nuestro punto de vista, no se trata de aldeas civiles, sino de bases militares».

Y para que no quedaran dudas sobre sus palabras agregó: “no es una recomendación. Es un plan. Y ha sido aprobado». Clarísimo: es una estrategia basada en la destrucción sistemática de zonas civiles.

Pero siempre se puede ser más explícito.

El 20 de mayo, Yair Golan, exgeneral del ejército israelí y actual líder del partido de oposición “Los Demócratas”, declaró en una entrevista que “un país sensato no lucha contra civiles, no mata bebés como pasatiempo y no se fija como objetivo la expulsión de una población”. Textual. Como suele ocurrir en casi todo el mundo cuando se critica al gobierno israelí, para descalificar y silenciar esas voces se las tilda de antisemitas. Golán, israelí y exgeneral, tampoco se salvó.

Las palabras de Golan resonaron tanto en Israel como en el ámbito internacional. Las críticas de un general tienen un peso especial y pueden influir en muchos soldados que dudan entre acatar las órdenes de combatir en Gaza o unirse a quienes ya se niegan por convicción ética. A nivel global, su declaración ha sido recogida por los movimientos de protesta que ya la emplean para presionar a sus gobiernos a cesar el apoyo y suministro de armamento a Israel.

La historia de las protestas antibélicas demuestra que las voces colectivas pueden cambiar el curso de los conflictos. La resistencia global frente al genocidio en Gaza no solo gana terreno, sino que está forzando un cambio en la agenda internacional. La creciente presión externa e interna demanda que Israel detenga los bombardeos y que los gobiernos de todo el mundo revisen y cuestionen su apoyo político y militar a Israel.

* Colectivo del Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican), Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA)