OMC: Marrakech y 30 años después… la inquietud
Eduardo Camín
Sin duda que la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) el 1º de enero de 1995 supuso la mayor reforma del comercio internacional desde la segunda guerra mundial, a su vez hizo realidad, de una forma actualizada, el intento fallido de crear en 1948 la Organización Internacional de Comercio.
Y es así que un 15 de abril de 1994, representantes de 124 gobiernos, y las Comunidades Europeas, participantes en la Ronda Uruguay de Negociaciones Comerciales Multilaterales, con ocasión de la reunión final del Comité a nivel ministerial celebrada en Marrakech, Marruecos, se unieron con una visión compartida: transformar el mundo a través del comercio.
La firma tuvo lugar en una reunión de los Ministros de Comercio de las Partes Contratantes del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y dio lugar a la transformación del GATT en la OMC. En la actualidad, la OMC cuenta con 164 miembros, que representan el 98% del comercio mundial , y pronto serán 166 miembros.
«Los acuerdos que firmarán ustedes aquí esta semana significan oportunidades de expansión del comercio, el crecimiento económico y el empleo», declaró en aquel momento Peter Sutherland, el último Director General del GATT y el primer Director General de la OMC, en la apertura de la reunión de Marrakech.
Los textos firmados en Marrakech fueron el resultado de las negociaciones de la Ronda Uruguay de 1986-1994, destacado como un esfuerzo sin precedentes en el comercio internacional que produjo más de 60 acuerdos y decisiones que ascienden en total a 550 páginas: uno de los tratados más voluminosos -para la época- jamás firmados
«Al conmemorar el 30º aniversario de la OMC, esta promesa sigue siendo un faro, señalo en un comunicado para conmemorar dicho aniversario la actual Directora General de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala, agregando que «Crearon un nuevo bien público mundial: un bien público comprometido con el uso del comercio para elevar el nivel de vida de las personas, crear empleos y promover el desarrollo sostenible». (…)
«Los países han utilizado la economía mundial abierta y previsible anclada en la Organización Mundial del Comercio para acelerar el crecimiento y el desarrollo. La OMC sostiene que, en las últimas tres décadas, más de 1.500 millones de personas han salido de la pobreza extrema, encarnando la promesa perdurable encapsulada en el Acuerdo de Marrakech (…) La forma en que hacemos negocios a través de las fronteras ha evolucionado”, añadió.
“También lo han hecho los desafíos para la sostenibilidad y la inclusión socioeconómica. Sin embargo, el comercio sigue siendo una herramienta vital para resolver estos desafíos y construir un futuro mejor para las personas de todo el mundo», señaló Okonjo-Iweala.
Una realidad a múltiples velocidades
Luego de la euforia inicial ante los supuestos beneficios que acarrearía el “libre comercio”, especialmente en el caso de los denominados países en desarrollo, (hoy países emergentes) se esperaba que se abriera una etapa de mayor reflexión ante la evidencia de que algunos de los compromisos asumidos habían redimensionado la habilidad de actuar y aplicar políticas comerciales, teniendo en cuenta que múltiples herramientas usadas tradicionalmente para alcanzar el desarrollo fueron limitadas o prohibidas por las nuevas regulaciones
Sus funciones abarcan la administración de los acuerdos comerciales suscritos en su ámbito; la provisión de asistencia técnica a los países en desarrollo (PED); la supervisión de las políticas comerciales nacionales de sus integrantes; la cooperación con otros organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o la Organización Mundial de Aduanas (OMA).
También funciona como un foro de negociación, y tiene un sistema de solución de diferencias a efectos de resolver disputas comerciales. En términos institucionales, la Conferencia Ministerial se erige como el órgano máximo de decisión de la OMC, la que se reúne cada dos años y cuenta con la participación de todos los países miembros de la organización.
Políticas de desarrollo
Luego de más de tres décadas transcurridas desde la creación de la OMC, es claro que las negociaciones de la Ronda Uruguay tuvieron un impacto considerable en términos de espacios para la política. La amplitud de los compromisos asumidos reflejados en su cuerpo normativo, y el papel relevante que se le asignó a la Organización produjeron un hito en la regulación del comercio internacional hasta entonces vigente, más allá de la innegable presencia de múltiples elementos de continuidad legados del GATT de 1947.
La ampliación de las disciplinas restringió sustancialmente la autoridad de los gobiernos al prohibir o limitar muchos de los instrumentos de política industrial que fueran utilizados históricamente por los países desarrollados (PD) y los países del Sudeste Asiático, así como por las naciones latinoamericanas durante la etapa de industrialización por sustitución de importaciones.
Si se toma en consideración que la totalidad de los países hoy se los considera desarrollados han atravesado etapas donde sus sectores fueron activamente protegidos hasta que sus empresas alcanzaron un nivel de desarrollo que les permitió competir bajo las premisas del “libre mercado”, las perspectivas de desarrollo de los Países en Desarrollo (PED) parecen ser más complejas que antaño.
También existen flexibilidades que permiten que los gobiernos reimpongan restricciones al comercio en ciertas circunstancias:
- para lograr objetivos no económicos -proteger la salud pública o la seguridad, evitar problemas sociales ante un incremento desmedido de las importaciones, etc.-;
- asegurar una “competencia justa”, para lo cual es posible aplicar derechos antidumping o compensatorios;
- intervenir en el comercio por razones económicas -serias dificultades en el balance de pagos, o para apoyar una industria naciente.
No obstante, el resultado de los acuerdos generalmente se presenta como la consumación de una “cancha inclinada” a favor de los principales países desarrollados. Aunque la finalidad primordial de la Organización es “abrir el comercio en beneficio de todos los miembros”, la realidad muestra que no todos obtienen los mismos niveles de beneficios.
Ésto no se debe solo al desequilibrio resultante de la Ronda Uruguay, sino también, básicamente, porque los puntos de partida entre los miembros son disímiles, hay intereses contrapuestos, y existen relaciones asimétricas y jerárquicas entre los estados a nivel mundial, a partir de la disparidad de recursos disponibles. Sin olvidar, que en la OMC no todos los Países Desarrollados deben enfrentar igual situación ni tienen los mismos intereses ni idénticas estrategias de inserción comercial.
Lo mismo es válido con relación a los PED. Hay miembros de este agrupamiento que se diferencian por su posición predominantemente defensiva y/o pasiva en el “mundo OMC”, mientras otros participan activamente en las negociaciones y buscan articular alianzas para incluir temas en agenda (y/o limitar el avance tecnológico, energético, fiscal, macroeconómico, etc.).
Esto no invalida, de todas maneras, el legítimo interés de los PED de armonizar esas disposiciones con sus necesidades de desarrollo. La proliferación de compromisos (multilaterales, regionales y bilaterales) tuvo un efecto profundo en la capacidad de intervención de los miembros en desarrollo; y por ese motivo es que las disciplinas comerciales ahora sirven no para restringir el trato discriminatorio entre países, sino la intervención de los gobiernos vis-a-vis los mercados.
En concreto, contar con más herramientas, capacidades, y un marco jurídico más propicio, es imperativo a efectos de impulsar el desarrollo de los PED y contribuir a que el bienestar no sea sólo un privilegio de minorías.
En este sentido, a pesar del discurso librecambista radical, no se debe olvidar que los acuerdos comerciales no son un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar otros objetivos nodales, como erradicar la pobreza, generar más empleo, garantizar el acceso a la salud, o reducir la desigualdad.
No es razonable esperar que a partir de los compromisos asumidos el escenario descrito se modifique; especialmente, sin previsiones que impulsen cambios sustantivos y en un contexto donde el Programa de Doha para el Desarrollo – del que poco se habla – se encuentra entre las telarañas de la historia.
A esto se adiciona que los mecanismos políticos-institucionales de la OMC, las relaciones políticas y el formidable poder de lobby que ejercen los principales grupos económicos a nivel global, expectantes a los fines de moldear la normativa multilateral, actúan como obstáculos quijotescos a la hora de repensar alternativas respecto a la regulación del comercio internacional.
Un futuro incierto: la volatilidad de los aliados
Hoy la OMC impulsa la cooperación en un mundo fragmentado. Aquella fase del multilateralismo asentada en su creación tres décadas atrás, se ha agotado y hoy se vive frente a la desilusión, en medio de una policrisis de civilidad. No hay crecimiento imparable, sino crisis económica, no hay futuro cierto, sino inestabilidad e incertidumbre generalizadas.
La OMC insiste en que el comercio tiene que formar parte de la solución a la policrisis mundial, y que no habrá ninguna recuperación de la actual debilidad económica sin el comercio, impulsando la cooperación mundial, bajo la consigna de la “remundialización”, en oposición a la fragmentación del comercio y la “deslocalización entre aliados”, es decir, tratar de comerciar principalmente con solo un reducido conjunto de aliados.
Hace algún tiempo la Directora General dijo en una sesión titulada Reactivación del comercio, el crecimiento y las inversiones que “para permitir que el crecimiento se recupere, tenemos que fortalecer el multilateralismo. Tenemos que fortalecer la cooperación. Cuando generen resiliencia, utilícenla para incluir a quienes estaban en los márgenes de las cadenas de valor mundiales, descentralizar y diversificar sus cadenas de suministro a esas áreas.” “Un aliado hoy puede no ser un aliado mañana”.
30 años después… el agotamiento de la estrategia neoliberal
Así nos encontramos con otra paradoja de nuestros tiempos: la globalización capitalista se encuentra hoy en una fase diferente a sus orígenes. Ésta ha entrado en crisis. Por lo tanto, podemos hablar -como predice la OMC-, de una segunda globalización. “la globalización de la crisis”. Pero debíamos establecer desde un principio que la globalización no es un proceso unitario sino, más bien, múltiple.
El pensamiento científico, desde distintas posiciones, ha intentado definir teóricamente la globalización. Hay quienes sostienen que aún en su figura conceptual adolece del empirismo característico de toda aprehensión científica, sin que ello quiera decir que no se ha contribuído a su conocimiento.
Por su parte, en la búsqueda heurística se han formulado muchas definiciones. Los expertos de todo tipo algunas veces hacen hincapié en lo económico, comercial, en otras ocasiones atienden aspectos científicos-técnicos, políticos, culturales. Las variadas aproximaciones teóricas y el carácter de este fenómeno establecen un consenso, como mínimo controvertido.
No obstante, si creemos que en primer lugar la forma en que el concepto de globalización se utiliza, veremos que esconde o diluye su adjetivo fundamental que es su esencia neoliberal, que sería su primera precisión y no exactamente de orden formal sino de contenido.
Cada vez más, giramos sobre el mismo eje de la globalización. Un sentimiento que nos lleva a pensar que la policrisis en su gigantesca ola va desequilibrando -cuando no arrastrando- a aquellos organismos sobre los cuales surfeaba la globalización. Aunque el optimismo sea de rigor, cada vez más los discursos se transforman en simples retóricas sin futuro.
Azora la guerra, convivimos con la violencia, que se vuelve constituyente y pone en evidencia la nueva oligarquía del gobierno del mundo y su total incapacidad de resolver la exclusión de la gran parte de la población mundial del bienestar y también de las más elementales posibilidades de sobrevivencia.
Mucho tememos que la globalización necesita de la guerra, que determina en cada instante de la historia el nuevo orden mundial, e impone el dominio del imperio. Así que el futuro que nos vendían, “casi” científicamente determinado, en realidad está dominado por la incertidumbre. Ya no bastan las fórmulas tecnológicas o los algoritmos para el dominio del planeta. Lo más desagradable del principio de realidad es que tiene su origen en una desenfrenada explotación.
*Periodista uruguayo residente en Ginebra, exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas en Ginebra. Analista Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
[…] Publicado originalmente el 2024 por ESTRATEGIA.la […]