Chile: retorno de la política del odio
Paul Walder|
Un incidente con un grupo de carabineros en el hospital de Melipilla, informado a través de la prensa, se convierte a las pocas horas en tendencia en las redes sociales. Un torrente verbal y descalificaciones que incluyó declaraciones del propio ministro del Interior inundaron las redes de xenofobia. Los nacionalismos más básicos se levantaron como peligrosa corriente para estimular amenazas de muerte con la filtración de los datos personales de un médico venezolano supuestamente involucrado en el incidente con carabineros.
Este es solo el último de los frecuentes casos de histeria rabiosa colectiva que intoxica las redes sociales, todos ellos armados por figuras políticas o cuentas anónimas ligadas a posiciones conservadoras y de ultraderecha. Un mecanismo no tan nuevo, que ha distorsionado aún más la política en no pocas latitudes.
El derrape de la política en Estados Unidos, Gran Bretaña o Brasil ha sido empujado por agencias de comunicaciones vinculadas a grupos conservadores, supremacistas y evangélicos que han logrado colocar en la cúspide del poder a sus candidatos y sus propuestas regresivas. Trump, Bolsonaro, Brexit y Boris Johnson pueden mencionarse junto con agencias como Cambridge Analytics y Mano, herramienta de Bolsonaro para su campaña de fake news.
La mezcla de política y mentiras nos instala en las peores escenas posibles, no solo con la estrategia probada de Goebbels sino también por sus contenidos. Mentiras que se hunden en las zonas más oscuras de la ignorancia para despertar todo tipo de miedos y odios. Las redes sociales están habitadas por individuos aislados, por seres anónimos y su principal alimento es la información generada por rumores y por la prensa institucional ligada al gran capital.
El filósofo coreano Byung-Chul-Han habla del hombre digital como una concentración sin congregación, una multitud sin interioridad, sin alma ni espíritu. Seres aislados que replican y reproducen el discurso dominante y son incapaces, pese a su indignación, de generar energías políticas. Las multitudes furiosas de las redes sociales están fragmentadas, carecen de un nosotros, de una acción común. Con la misma rapidez que emergen se desarman. Tal vez no formen energías políticas, pero pueden ser conducidos cuan rebaño.
Este fenómeno, que en nuestra región padece de forma severa Brasil, se presenta en Chile de forma creciente y con elementos no muy diferentes.
Un relato conservador a ultranza, que incorpora el negacionismo de consensos básicos de la civilización, desde los derechos humanos a las bases de la ciencia, del supremacismo blanco y la cultura occidental al odio al otro, representado por el migrante o los pueblos originarios, desde el pensamiento mágico, entre ellos los antivacunas, terraplanistas a milenaristas apocalípticos de diversas raigambres.
Un grupo en apariencia amorfo que es encendido y canalizado por figuras identificadas de la ultraderecha.
En Chile tenemos una variación, que es la UDI y otros nostálgicos de la dictadura como oligarcas y la llamada familia militar. Con la Constitución pinochetista como libro sagrado y el neoliberalismo como rito y doctrina, todos los medios son válidos para su defensa, por cierto con la mentira por delante.
La UDI fue creada por Jaime Guzmán, mentor de la constitución, que es el referente normativo al golpe de estado y las violaciones a los derechos humanos. Como dice el constitucionalista Jaime Bassa, esa constitución y sus instituciones son el efecto de la experiencia traumática que tuvo la oligarquía al ver amenazados sus activos por la Unidad Popular de Salvador Allende.
No es una constitución basada en derechos, sino en intereses, que son también privilegios. La UDI y otros ultraderechistas que han hecho buenas carreras en RN y en la DC siguen anclados en la concepción maniqueísta de la guerra fría. La constitución de Pinochet y la doctrina neoliberal es la piedra angular del muro que separa al mundo. Los buenos, los creyentes, los elegidos, y la gran amenaza, que son todos los otros desde migrantes, mapuches, pobres y hasta liberales.
Esa concepción del mundo se yergue cuan guerra santa contra el resto, supuestamente infieles que merecen la persecución y la condena: terroristas, comunistas, zurdos, activistas.
Son una caricatura sin duda, pero es también una imagen delirante. Pero estos colectivos son peligrosos. No por su pensamiento, que podría ser como cualquier creencia, sino por el odio a los otros. Por el desprecio, las humillaciones y las condenas.
“El odio se fabrica su propio objeto” dice la filósofa alemana Carolin Emcke en Contra el odio, contra las mujeres, los negros, los judíos, los musulmanes, las lesbianas, los gays, los pobres, los mapuches, los migrantes. Y solo se combate rechazando su invitación al contagio.
*Periodista y escritor chileno, director del portal mural.cl, colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, ww.estrategia.la)