La deuda externa argentina, una historia sin fin (¿ni solución’)
Juan Guahán
Para Argentina, no fue una semana cualquiera. El tema de la deuda se subió al podio de los problemas. Hace unos días había sido, con motivos semejantes, el viaje del Presidente a Israel. Ahora se habló del problema en Washington, El Vaticano, Roma, Berlín y París, además de Buenos Aires. Las principales figuras mundiales se vieron involucradas en el tema.
Alberto Fernández recorrió el espinel europeo para que lo ayuden a reunir los votos que contribuyan a una mejor negociación en el FMI, y a esos mismos fines también estuvo en el Vaticano. Su ministro Martín Guzmán, que voló desde Buenos Aires a Washington y desde allí a Berlín, también fue al Vaticano para saludar, junto a la nueva jefa del FMI, al argentino Jorge Bergoglio, el Papa Francisco.
Éste le dio una “manito” cerrando una reunión económica y advirtiendo –ante el FMI y varios economista- sobre los peligros que significa para los pueblos las deudas que impiden atender su desarrollo y las necesidades de sus pueblos.
Da la impresión que la Argentina es conocida en gran parte del planeta por dos principales razones: por el fútbol, sobre todo por la magia de Maradona y Messi en los pueblos del mundo que gustan de ese deporte; y por la deuda y el tema de un temido default en los organismos financieros, banqueros y políticos, particularmente, del mundo occidental.
Lo mencionado nos da una idea de las dimensiones del problema que encierra lo que es conocido como “nuestra deuda”. Así, por ejemplo, lo que le deberíamos al FMI constituye el 60% de sus préstamos y lo que ocurra con los mismos puede incidir de un modo definitorio sobre el futuro de esa entidad.
Por eso al reflexionar sobre la deuda conviene despejar algunas dudas que nos ayuden a comprender cómo surgió este problema; de qué forma afecta la vida cotidiana delos argentinos, y hasta cuándo esto seguirá de este modo. Los argentinos somos “pagadores seriales” y sin embargo se producen recurrentes “crisis de la deuda” que ponen en vilo a toda la sociedad.
La historia de lo que se conoce como “nuestra deuda”
El endeudamiento fue iniciado por Bernardino Rivadavia en 1822/1824, esos empréstitos con la legendaria Baring Brothers se terminaron de cancelar 80 años después abonando ocho veces el crédito adjudicado, del cual recibimos una mínima parte de su valor nominal.
Desde mediados del siglo pasado hay referencias claves que es preciso vincular. En 1944 se creó, a través de los Acuerdos de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional (FMI). Fue creado por los países que se reconocían como “triunfadores” en la Segunda Guerra Mundial.
En 1955, al momento que asume la dictadura de la llamada Revolución Libertadora, Argentina no estaba en el FMI y había repatriado todas sus deudas. Nada debía y el mundo debía a la Argentina cinco mil millones de pesos de aquel momento. (Unos 170 millones de dólares). Argentina se incorporó al FMI en 1956, luego del golpe militar de 1955 que desalojó del gobierno al peronismo.
En el mismo 1956 el gobierno de la dictadura tomó créditos en Europa. A su vencimiento no los pudo pagar y se generó -en 1958- el Club de París, un foro informal que reunió acreedores estatales y privados. El arreglo definitivo de esa deuda se concretó en 2014, cuando gobernaba Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof era Ministro de Economía, ordenó el pago de la deuda sin quita o descuento.
Desde 1956, la deuda fue creciendo y al momento del golpe militar de 1976 sumaba alrededor de siete mil millones de dólares. Durante la vigencia de la dictadura subió seis veces y terminó –en 1982- en 42 mil millones. Alejandro Olmos investigó dicha deuda y el fallo del juez Jorge Ballesteros concluyó (junio de 2000) en la existencia de 467 ilícitos. Remitió las conclusiones al Parlamento, donde duerme el sueño de los justos.
Desde el fin de la dictadura la deuda continuó creciendo: Un 44% durante el gobierno de Raúl Alfonsín (1983/1989); un 123% mientras gobernó Carlos Menem (1989/1999); un 9% con Fernando de la Rúa (1999/2001). Luego vino la crisis del 2001/2002 y la formal declaración, por parte del Presidente Adolfo Rodríguez Sáa, del default (no pago hasta que se investigue) de la deuda reclamada.
Esa decisión, puede vincularse con la inmediata renuncia de ese presidente, aislado por políticos del sistema de poder. Los efectos de ese default -si bien nunca se investigó el origen, destino, legalidad y legitimidad de tal deuda reclamada- permitieron que, por unos años, la economía argentina estuviera prácticamente al margen de los saqueos financieros tradicionales, lo que le permitió una notable recuperación.
En ese marco se dan los primeros años del kirchnerismo. Mediante canjes, quitas y pagos, la deuda en el 2005 se consolidaba en 126 mil millones de dólares, el nivel más bajo después del default y la crisis. A fines del 2015 ella se había elevado a unos 239 mil millones de dólares. Cuando Mauricio Macri deja el gobierno esa deuda había trepado a 340 mil millones.
Desde el 2011 en adelante la deuda continuó creciendo y la economía se paró. Por eso ella pasó a representar del 39% al 81% del PBl. Dolorosa historia de una “deuda eterna”, que explica algunos de los “males argentinos” que hoy padecemos, a cuya continuidad parecemos apostar.
Deuda, gobernabilidad y vida cotidiana
La deuda es con el Pueblo y no con el FMI!, sentencian carteles que brotan de las paredes a lo largo y ancho de la Argentina. Esa idea condensa lo que debería pasar. La primera deuda que tiene el gobierno es con el propio pueblo y no con este organismo financiero, que la próxima semana va hacer una “visita” a Buenos Aires.
Desde este punto de vista esa reivindicación va al fondo de la cuestión: Peso que se destina al pago de esta pretendida “deuda” es peso que se sustrae del bolsillo y las necesidades de todo el pueblo.
El gobernador de la Provincia de Buenos Aires, lo acaba de poner blanco sobre negro. Comunicó a los docentes de esa Provincia que recién en marzo podrá liquidar los saldos pendientes y ajustes derivados de la “cláusula gatillo” que debería aplicar desde diciembre. Lo fundamentó en la “compleja situación financiera” por la que atraviesa esa provincia.
Horas antes Kicillof había anunciado que la Provincia pagaría el monto total a los bonistas que le reclamaban 250 millones dólares de capital y siete de intereses por el bono BP21. Kicillof intentó negociarlo posponiendo el pago a mayo, pero no logró la adhesión del 75% de bonistas (llegó al 50%).
Las lecturas de ese hecho giran sobre el hecho si tal actitud fue o no un fracaso. Muy pocos recordaron que el pago íntegro de un mes de salarios a los 280 mil docentes provinciales insume igual cantidad de dinero que la que reclamaban los bonistas.
Este ejemplo sirve para verificar que la consigna que la deuda es con el pueblo hay que transformarla en realidad y nos da una idea precisa de la importancia que tiene pagar o no los requerimientos de los pretendidos acreedores.
La gobernabilidad y el cobrador armado
Es sabido que lo que conoce como “gobernabilidad” es una de las claves de estos gobiernos con estas democracias de baja intensidad. Se trata de que las instituciones del Estado se muevan dentro de los límites del actual sistema y sus necesidades, en definitiva que nada se vaya del control de quienes determinan y dominan el sistema.
Por ello en esta Ley, que acaba de votar el Senado, también se ratifica la entrega de soberanía con la delegación de jurisdicción a favor de tribunales extranjeros en caso de conflicto.
Cuestiones como éstas tienen que ver con el sistema financiero como tal. Es por eso que cuando asoman estos temas encontramos coincidencias y solidaridades del poder que están más allá de las “grietas” cotidianas con las que nos entretienen. De allí que no llame la atención el voto casi unánime que se produjo en Diputados y la unanimidad, sin ninguna disidencia, en el Senado.
Como una prueba de que estamos ante uno de los pilares del sistema, no parece casual que junto con las facultades concedidas para la negociación de la deuda se aprobó, en Diputados lo que venía del Senado, el posible ingreso del “un cobrador armado”, como lo son las tropas extranjeras.
Su objetivo –entre otros- es realizar el operativo conjunto “Gringo Gaucho” (donde un portaviones norteamericano con 5 mil soldados, más otro navío con 330 integrantes, circulará por nuestra costa atlántica y ríos interiores de la Cuenca del Plata, con autorización de operativos de desembarco, al cual nosotros aportaremos 134 efectivos)
Las distintas normativas de esta Ley tienen por objetivo asegurar la gobernabilidad y continuidad de las instituciones. Quien se oponga a esta entrega de soberanía y a estas negociaciones de larga y nefasta historia correrá el riesgo de ser considerado un desestabilizador.
¿Hasta cúando seguirán estas condiciones?
Los préstamos fueron y son una de las formas más segura y efectiva de asegurar el control de nuestras sociedades y el FMI es el garante de tal mecanismo.
En términos generales y durante nuestra historia muchas veces, “desde el palacio” se endeudaba al país, mientras “la calle” reclamaba por el “no pago”.
Los trabajadores peronistas, en medio de la resistencia a los gobiernos de la época, gestaron las mejores respuestas.
Los Programas de La Falda (1957) y Huerta Grande (1962) lo decían con todas las letras. El Punto 5 del Programa de Huerta Grande establecía: “Desconocer los compromisos financieros del país, firmados a espaldas del pueblo”.
La CGT de los Argentinos (1968), conducida por Raimundo Ongaro, establecía algo parecido. En los “26 puntos de la CGT” (1986), cuando la dirigía Saúl Ubaldini, se sostenía en sus tres primeros cuestiones: Decretar la moratoria de la deuda, investigar su legalidad y no asumir nuevos empréstitos. Recordemos que ese Programa contaba con la adhesión del Partido Justicialista.
Frente a los timoratos actos de un gobierno “peronista” y las vergonzosas unanimidades de los partidos políticos tradicionales, cabe reflexionar sobre: ¿Qué nos pasa?
La deuda es el nudo gordiano que nos ata al poder imperial, cortarlo es la clave del futuro. Lo recordaba el propio Juan Perón cuando decía: ¡Yo afirmé que me cortaría la mano antes de firmar un empréstito y lo cumplí. Ellos lo harán en cambio y será un mal negocio para el país porque se lo robarán en su mayoría y, para el prestatario será peor, porque nosotros nos negaremos a pagarlo!
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)