Huelga General en Chile y el inicio del fin de Piñera

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Paul Walder

 

La mesa de Unidad Social, la plataforma compuesta por decenas de organizaciones sociales, sindicales y territoriales, tomó un riesgo la semana pasada al convocar a una huelga general para el martes 12 de noviembre. En  Chile no han habido paros de actividades capaces de inquietar al sistema político por lo menos desde hace 43 años. Pero el riesgo ya estaba asumido y la convocatoria publicada.

 

Este martes, si bien la huelga ha sido un poco discontinua,  las movilizaciones de trabajadoras y trabajadores han perturbado todas las actividades en el país. Un trastorno en el comercio, la circulación vehicular, los servicios financieros, los puertos, la producción, la construcción, el transporte que tenía su expresión más directa en concentraciones y marchas en todas las ciudades del país.

 

El movimiento, la rebelión, el trance social, o como se le pueda llamar a esta revuelta con aires de revolución que saltó por los aires el 18 de octubre, mantiene su fuerza intacta y explosiva como en las primeros días.

 

El pueblo está en las calles con un solo objetivo: derribar aquello que se ha llamado “el modelo”, o el régimen neoliberal en lo económico sostenido por el andamiaje de una democracia liberal corrupta. Todo abajo, junto con el gobierno de Sebastián Piñera,  y la construcción de un nuevo orden a partir de una asamblea constituyente. El pueblo como poder constituyente, ni más no menos.

 

Ante esta fuerza, como un devastador terremoto para cualquier régimen político, el gobierno y la clase política ha hecho concesiones cada vez mayores pero todas absolutamente insuficientes. El pueblo autoconvocado, porque a casi un mes del inicio de las revueltas no hay ningún líder claro e identificable, se mantiene en las calles en espera o de una respuesta contundente a la asamblea constituyente o de la renuncia de Sebastián Piñera.

 

Ni el establishment ni las fuerzas movilizadas tiene idea, ni remota, del curso que seguirá este trance de dimensiones históricas. Solo puede observarse una tendencia, que es el encierro de un gobierno de manos atadas. La población pide un cambio de régimen, que es precisamente el orden defendido por el gobierno. Piñera, un neoliberal por convicción e interés, jamás mutará en socialista o keynesiano.

Durante las grandes movilizaciones de este martes en todo el país, hubo un desplazamiento entre la oposición política en el Congreso que probablemente aumente las presiones sobre Pîñera.

 

Un documento difundido por la tarde exhibe una declaración para convocar a un plebiscito que conduzca a una nueva constitución a través una asamblea constituyente. Esta propuesta es una respuesta a la planteada hace unos días por el gobierno de Pîñera que levantó al Congreso como poder constituyente, idea que a las pocas horas era destrozada en las redes sociales y despreciada en las calles. Si Piñera hoy tiene un escaso nueve por ciento de apoyo, el Congreso como institución aún menos.

 

La propuesta de la oposición obliga a cambios a la actual constitución en cuanto debe establecer el espacio que demanda la población movilizada. La modificación, que requiere los votos de la coalición oficialista, ha puesto por las cuerdas a un gobierno en pleno deterioro. La semana pasada Piñera buscaba establecer lazos con la oposición, buscar consensos mínimos para obtener un salvavidas político de última hora, pero esta declaración, firmada desde el Partido Comunista a la Democracia Cristiana, lo deja solo.

Piñera está acorralado y ya está dando sus últimos golpes. El lunes la policía persiguió y  golpeó con fiereza a manifestantes en sus propios hogares y gaseó y tiroteó a pobladores que pedían una solución habitacional. Las imágenes, de extrema e innecesaria violencia del Estado, se viralizaron por las redes sociales calentando otra vez los ánimos en una población demasiado sensible que no ha recibido ninguna respuesta clara a sus demandas.

 

Tras el paro, Piñera habló en La Moneda. Se esperaban anuncios para contener la crisis que va en su cuarta semana. Sin embargo, su discurso ante la nación profundizó las dudas sobre el control de la crisis. La figura presidencial se concentró en plantear tres “grandes acuerdos”: por la paz, que definió como prioritario; por la justicia; y por una Nueva Constitución que no contempla la Asamblea Constituyente, demandada por la oposición en forma unánime.

 

El poder en estos momentos está en la calle. Piñera ya no ejerce el control de la situación, ni en la escena política ni ante las movilizaciones. Si llegara a declarar nuevamente el estado de emergencia para poner a los militares a cargo del control social, a estas alturas las críticas y la reacción del pueblo no le dejarían más salida que la renuncia.

 

El otro escenario es someterse a la presión de la oposición política y apoyar el plebiscito y la asamblea constituyente. Pero aquello lo convierte en un zombie político.

 

*Periodista y escritor chileno, director del portal Politika,cl, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico

 

 

 

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