TrumPutin: La crisis de hegemonía en Washington que se proyecta sobre el mundo/TrumPutin – a crise de hegemonia em Washington que se projeta sobre o mundo
Jorge Elbaum|
La cumbre entre Putin y Trump quedará en la historia como una de las más bizarras en la historia de las relaciones internacionales: la fractura al interior del sistema político estadounidense, la aparatosidad de su Presidente y las crecientes resistencias domésticas e internacionales que concita el magnate neoyorkino, han difuminado algunos de los ejes que estuvieron presentes en la capital finlandesa el 16 de julio pasado.
La campaña electoral de medio término en Estados Unidos, el 6 de noviembre, y las recurrentes provocaciones (presenciales y twitteras) de su primer mandatario, han impedido poner en evidencia las necesidades de Washington de reducir sus gastos militares (mediante la concentración en menor cantidad de frentes), limitar el financiamiento de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y achicar su ingente déficit comercial. Eso incluye la necesidad de que las intervenciones militares tengan un inmediato provecho económico, abandonando aquellos posicionamientos que no redunden en ventajas indudables.
La gira de Trump –previa a la cumbre de Helsinki— incluyó la demanda a sus socios de la OTAN para que incrementen su participación en el presupuesto, cuya financiación mayoritaria, recriminó el magnate-presidente, está sustentada por las arcas del tesoro estadounidense. Luego de su corrosivo paso por la OTAN, Trump recurrió a su proverbial sentido diplomático al considerar que el ex ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Boris Johnson, sería un gran primer ministro, pocos días después de que fuera despedido por la actual premier británica, Theresa May. El exabrupto estuvo orientado a incidir en el formato del Brexit, cuya salida suave es defendida por May y su versión dura sostenida por Johnson.
La segunda de las posiciones es la que Trump propugna debido a las restricciones proteccionistas que la Unión Europea (UE) mantiene en relación a Estados Unidos. Su encono con la UE no sólo se refiere a las políticas arancelarias del bloque, sino a que gran parte de su consumo energético está siendo provisto por gasoductos rusos, en detrimento de los envíos, vía flota marítima, de gas licuado procedentes de Estados Unidos. La guerra comercial contra China y la UE motivó recientemente que el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, considerara que “ya no se puede confiar por completo en la Casa Blanca”. Mientras Trump se reunía con Putin, la UE firmaba con Japón un Tratado de Libre comercio en el que se reducían los aranceles a los autos japoneses y los quesos y los vinos europeos.
Pase de pelota
El encuentro con Putin en la capital de Finlandia tuvo como ejes la posible renovación de los tratados de no proliferación nuclear y misilística, el recurrente polvorín bélico de Medio Oriente (Siria, Israel e Irán), la desnuclearización de Corea del Norte y la rusificación de Crimea. Todos esos nudos geopolíticos de tensión global quedaron sin embargo opacados por los pasos de comedia de la política interna de Washington.
El enfrentamiento del trumpismo contra la “comunidad de inteligencia”, su ultraje habitual contra los medios de comunicación (a quienes denomina “los enemigos del pueblo”) y su menosprecio respecto a los cánones diplomáticos habituales, trasuntan una indudable pérdida de liderazgo –ante el mundo—, que expresa la crisis de legitimidad del sistema político estadounidense, incapaz de presentarse como árbitro creíble para abordar los conflictos mundiales más relevantes.
En relación a los tratados de proliferación nuclear, ambos Presidentes habrían acordado extender la vigencia del Tratado Start III (firmado originalmente en 2010) sobre armas estratégicas y, simultáneamente, renegociar el Tratado para el Control de las Armas Nucleares de Alcance Medio, dado que ambos países cuentan con el 90 % de la totalidad de armas nucleares repartidas en todo el mundo. En lo relativo a Medio Oriente, Putin postuló sus necesidades de prolongar su acceso al Mediterráneo y al mismo tiempo darle continuidad a su tarea dentro de Siria para garantizar la derrota final de los fundamentalistas expresados en el ISIS, también conocido como Daesh.
El interés particular se debe a que dentro del ISIS participan combatientes chechenos, sobrevivientes de la guerra civil del Cáucaso de 2011, en las que Putin logró evitar la escisión de Grozni. Las tropas chechenas derrotadas en el Mar Negro confluyeron con otros grupos fundamentalistas sunitas en el intento de conformar el califato tardío. El soporte bélico inicial al ISIS fue brindado por Estados Unidos, con el objetivo de debilitar a Bashar al-Ásad, con un dispositivo similar al utilizado en Afganistán en 1980 cuando Washington armó a los mujaidines islámicos contra la URSS, permitiendo el nacimiento de Al-Qaeda.
Damasco representa un peligro para el socio prioritario de Estados Unidos en la región, Israel. Ásad mantiene una histórica alianza con la República Islámica de Irán mientas las milicias libanesas chiitas de Hezbollhá se encuentran acantonadas en el sur de Siria, en la cercanía de las alturas del Golán, zona limítrofe con el norte del Estado Judío. Putin garantizó ante Trump que negociará con Ásad una zona desmilitarizada que impediría el incremento de la conflictividad en la zona. Moscú también tiene en Israel intereses desplegados en los últimos años: un millón y medio de rusos viven en el Estado hebreo y no han roto totalmente con su país de origen. De hecho, en los últimos años varios ex emigrados de la URSS –hoy ciudadanos israelíes— se han constituido en relevantes inversores de Skólkovo, el Silicon Valley ruso situado en las afueras de Moscú.
La desnuclearización de Corea del Norte requiere un acuerdo generalizado por parte de los integrantes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y –por ende— de China y Rusia, que no son manipulables a control remoto por Washington, como Francia y el Reino Unido. Una de las peticiones de Kim Jong-Un suscripta en junio pasado, en su encuentro en Singapur con Trump, incluye la suspensión de las sanciones de las grandes potencias del Consejo de Seguridad, hecho que incluye a Moscú. El diferendo de Crimea –donde Trump representa los “intereses occidentales” en defensa de Ucrania— parece el ítem de más difícil resolución debido a que la mayoría de los ciudadanos crimeos votaron el reingreso a la Federación Rusa en marzo de 2014. El histórico interés de Estados Unidos por el desmembramiento del Estado más extenso en el planeta no parecería tener –en este caso— una posibilidad de efectivizarse pese a los repetidos intentos de la OTAN en ese sentido.
Los acuerdos alcanzados –que suponen la planificación de reuniones bilaterales de trabajo entre burócratas de ambas naciones— quedaron opacados por la tensión planteada por los medios de comunicación, la “comunidad de inteligencia” y el establishment de Wall Street que observan con preocupación el cambio de estilo gubernamental y la modificación (que consideran inconsulta) de las reglas del juego global, de la que han sido sus máximos beneficiarios desde la década del ’70 hasta la actualidad.
El trumpismo republicano no solo se caracteriza por un proteccionismo agresivo y un belicismo orientado contra América Latina y Asia, sino que además sustenta la peculiaridad de una provocación unilateralista permanente, fusionada con condimentos de egolatría. Dada esa impronta, la recepción efectuada a Trump por parte de sus adversarios internos se teatralizó en la acusación de colusión y traición, supuestamente desplegada en relación con la colaboración brindada por Putin al triunfo electoral del magnate neoyorquino dos años atrás.
Dos de los periódicos de mayor relevancia, el Washington Post y el New York Times se lanzaron a una caza de brujas cuyo destinatario aparente era Trump, pero que escondía detrás de su imagen a Putin. De hecho, la revista Time, vocera del establishment republicano tradicional, confundió en su tapa ambos rostros como partícipes de un mismo perfil asociado. En uno de sus mensajes a través de las redes sociales, el mandatario estadounidense aseguró que la reunión con Putin fue “un gran éxito, excepto para el real enemigo del pueblo, la Prensa de Noticias Falsas”, en clara referencia a los medios gráficos de llegada nacional e internacional.
El New York Times publicó en la semana de la gira europea una investigación en la que se consigna el seguimiento de Trump que la “inteligentzia” rusa ha llevado a cabo desde hace décadas, como si eso condicionase algunas de las desconcertantes gestualidades de su presidente.
El deterioro de la representación
Los opositores a Trump observan con preocupación el deterioro de la imagen imperial de Washington en el resto del mundo, situación que pone en evidencia la profunda degradación del sistema democrático de Estados Unidos. Ese deterioro ha sido más o menos solapado en los últimos decenios, pero en la actualidad es expresado con mayor virulencia por fracciones supremacistas que tienden a desconocer todo tipo de acuerdos y regulaciones multilaterales. Las sirenas de alarma empiezan a sonar con mayor fuerza cuando el magnate empieza a resquebrajar el mito del “Occidente civilizado” con que su país ha operado discursivamente en el resto del mundo desde la Primera Guerra hasta la actualidad.
Las imputaciones realizadas por el ex director del FBI, Robert Mueller, en febrero de 2018, referidas a la participación de la empresa rusa The Internet Research Agency (IRA) en la campaña electoral de 2016, fueron un fiasco. Los tribunales desestimaron rápidamente las evidencias que aportó. [1] La segunda andanada de Mueller fue comunicada, sorpresivamente, tres días antes de la llegada de Trump a Helsinki, hecho que generó susceptibilidades en el entorno presidencial.
La imputación sugiere que se produjeron actividades remotas de spear-phishing (robo de claves y datos confidenciales) a miembros del partido Demócrata, sumadas a filtraciones de documentos a través de Wikileaks. Sin embargo, importantes analistas afirman que esas filtraciones fueron realizadas por miembros del partido Demócrata indignado por la información orientada a derrotar a Bernie Sanders. [2] Y es dudoso que acciones de ese tipo hagan ganar o perder elecciones. Más allá de estas acusaciones –que nominan a 12 funcionarios rusos como responsables de la intrusión en servidores del Partido Demócrata— algunos analistas creen ver más entuertos ligados al desprecio que causa Trump que a una verdadera espiral de conflicto contra Putin.
El Presidente estadounidense es la expresión de un enfrentamiento al interior de las elites estadounidenses. Representa a un sector que busca la relocalización de las empresas al interior de su país como mecanismo para reducir el déficit y evitar la pérdida de recursos en los canales opacos de paraísos fiscales (ajenos a los ofrecidos por los propios Estados Unidos, como Delaware).
Frente a él se encolumnan las empresas trasnacionales que han expandido sus actividades a nivel internacional –legitimados por el neoliberalismo expoliador—, accediendo a los recursos naturales, proporcionados por las elites neocoloniales de los países necesitados, y alquilando su fuerza de trabajo a valores paupérrimos. Las trasnacionales, además, han usufructuado las ventajas fiscales que permiten “los costos de transacción”, la “contabilidad creativa” y la consiguiente fuga de capitales que evita tributar impuestos.
El posicionamiento del Presidente estadounidense propone dar de baja todos los tratados de libre comercio que han permitido la deslocalización de las empresas estadounidenses, y al mismo tiempo desterrar los acuerdos internacionales promotores de la conservación del medio ambiente que obligaban a empresas energéticas a exteriorizar su producción o moderarla para evitar la polución. Las inversiones en el exterior de los Estados Unidos, realizadas por las empresas multinacionales –por ejemplo, las apostadas en México y/o en China—, buscaron recuperar sus divisas sobre la base de la rentabilidad que les brindaba la fuerza de trabajo barata y no sindicalizada.
De esa forma (en conjunto con la manipulación migratoria proveniente de México) lograron bajar el “costo laboral” al interior de Estados Unidos, promoviendo la desocupación entre los trabajadores sindicalizados. Ese dispositivo requirió de alianzas, tratados y pormenorizadas redes de cobertura jurídica articuladas bajo la supervisión de la Organización Mundial del Comercio, una legitimación académica provista por la tradición neoclásica y un soporte de múltiples bufetes letrados repartidos en los cuatro puntos cardinales del planeta. Supuso, además, la adscripción –con beneficios garantizados— de elites subalternas de los países “emergentes” ( los Macri, los Piñeira, los Temer, entre otros) beneficiados por las cuantiosas migajas repartidas por las trasnacionales.
Trump parece no estar dispuesto a respetar ese pormenorizado tendido institucional dado el déficit que le viene generando a Estados Unidos desde hace tres décadas. El retiro del acuerdo de París sobre Cambio Climático en mayo de 2017 y el abandono del tratado conocido como 5+1, referente a la desnuclearización de la República Islámica de Irán, son dos expresiones del desprecio de Trump a toda forma de multilateralidad y –al mismo tiempo— una convocatoria a trasparentar la supremacía unilateral. El partido Demócrata –con la salvedad de su sector más progresista, liderado por Bernie Sanders—, considera que este formato traslúcido del liderazgo trumpista es contraproducente para los intereses hegemónico-internacionales de Washington.
Este enfrentamiento tiene además a una gran parte de Wall Street embanderado contra Trump porque los grandes beneficios de las trasnacionales se valorizan –en forma creciente— no en términos comerciales sino financieros, generando rentas superiores a las que provienen del intercambio de bienes.
Esta pelea interna –planteada en el corazón de las elites estadounidenses— carece de externalidades positivas para América Latina: el muro en la frontera con México, el hostigamiento a Venezuela y la expulsión de inmigrantes “hispanos”, como denominan en Estados Unidos a todos los latinoamericanos pobres, fueron decisiones iniciadas por el gobierno de Barack Obama. Solo que con buenas maneras, diplomacia y eufemismos.
Notas:
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la). Publicado en cohetealaluna.com
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EN PORTUGUÉS
TrumPutin – a crise de hegemonia em Washington que se projeta sobre o mundo
Por Jorge Elbaum
O recente encontro entre Vladimir Putin e Donald Trump ficará marcado como um dos mais bizarros na história das relações internacionais: a fratura interna do sistema político estadunidense, a performance espalhafatosa do seu presidente e as crescentes resistências domésticas e internacionais ao magnata nova-iorquino opacaram alguns dos eixos de estiveram presentes na capital finlandesa, no dia 16 de julho.
A campanha para as eleições legislativas dos Estados Unidos, que ocorrerão no dia 6 de novembro, e as constantes provocações (presenciais e tuiteiras) do mandatário impedem uma maior evidência às necessidades de Washington de reduzir seus gastos militares (a partir da concentração de esforços em uma menor quantidade de frentes), limitar o financiamento da Organização do Tratado do Atlântico Norte (OTAN) e diminuir seu desmedido déficit comercial. Isso inclui a necessidade de que as intervenções militares tenham um imediato proveito econômico, abandonando aqueles posicionamentos que não redundem em vantagens inquestionáveis.
A turnê de Trump antes da cúpula de Helsinque incluiu uma discussão sobre a demanda dos seus sócios da OTAN para que os Estados Unidos incrementem sua participação no orçamento do bloco – cujo financiamento está majoritariamente sustentado pelo tesouro estadunidense, como recriminou o magnata-presidente. Logo de sua corrosiva passagem pela OTAN, Trump usou seu impressionante sentido diplomático em mais uma declaração, na qual considerou o ex-ministro de Relações Exteriores do Reino Unido, Boris Johnson, como alguém que seria “um grande primeiro-ministro”, poucos dias depois dele ser despedido pela atual ocupante do cargo, Theresa May. A gafe estava orientada a influir no formato do Brexit: May defende uma saída suave da União Europeia (UE), enquanto Johnson é favorável a uma versão mais abrupta.
Trump também joga a favor da segunda dessas opções, devido às restrições protecionistas que a UE mantém com relação aos Estados Unidos. Sua diferença com os líderes da UE não se refere somente às políticas aduaneiras do bloco, como também ao fato de que grande parte do seu consumo energético está sendo fornecido por gasodutos russos, em detrimento dos envios, via frota marítima, de gás líquido procedentes dos Estados Unidos. A guerra comercial contra a China e a UE motivou recentemente que o ministro de Relaciones Exteriores da Alemanha, Heiko Maas, considerasse que “já não se pode confiar por completo na Casa Branca”. Enquanto Trump se reunia com Putin, a UE assinava um tratado de livre comércio no qual se reduziram os impostos sobre os carros japoneses, os queijos e os vinhos europeus.
Passando a bola
O encontro com Putin na capital de Finlândia teve como eixos a possível renovação dos tratados de não proliferação nuclear e mísseis, o interminável conflito bélico no Oriente Médio (Síria, Israel e Irã), a desnuclearização da Coreia do Norte e a russificação da Crimeia. Todos esses nós geopolíticos de tensão global foram opacados pelos passos de comédia da política interna de Washington.
O enfrentamento do trumpismo com a “comunidade de inteligência”, seu habitual ultraje contra os meios de comunicação (os que ele chama de “os inimigos do povo” – e seu menosprezo para com os protocolos diplomáticos habituais, contribuem para alcançar uma indiscutível perda de liderança perante o mundo, e que também expressa a crise de legitimidade do sistema político estadunidense, incapaz de se apresentar como um árbitro justo e adequado para abordar os conflitos mundiais mais relevantes.
Com relação aos tratados de proliferação nuclear, ambos os presidentes teriam concordado em estender a vigência do Tratado Start III (assinado originalmente em 2010) sobre armas estratégicas e, simultaneamente, renegociar o Tratado para o Controle das Armas Nucleares de Alcance Médio, devido a que ambos os países contam com 90 % da totalidade de armas nucleares compartilhadas em todo o mundo. No relativo ao Oriente Médio, Putin falou sobre a necessidade de prolongar seu acesso ao Mediterrâneo e, ao mesmo tempo, dar continuidade às suas missões na Síria, para garantir a derrota final dos fundamentalistas do Estado Islâmico.
O interesse particular se deve ao fato de que dentro do Estado Islâmico há combatentes chechenos, sobreviventes da guerra civil do Cáucaso, em 2011, as qual Putin conseguiu contornar o ímpeto separatista de Grózni. As tropas chechenas derrotadas no Mar Negro confluíram com outros grupos fundamentalistas sunitas, na tentativa de conformar o califado tardio. O suporte bélico inicial do Estado Islâmico foi fornecido pelos Estados Unidos, com o objetivo de debilitar o governo de Bashar al-Assad, com um dispositivo similar ao utilizado no Afeganistão em 1980, quando Washington armou os jihadistas islâmicos contra a União Soviética, permitindo o nascimento da al-Qaeda.
Damasco representa um perigo para o sócio prioritário dos Estados Unidos na região, Israel. Assad mantém uma histórica aliança com a República Islâmica do Irã, enquanto as milícias libanesas xiitas do Hezbollah se encontram encurraladas no sul da Síria, na cercania das Colinas de Golã, zona limítrofe com o norte do estado judeu. Putin garantiu a Trump que negociará com Assad uma zona desmilitarizada, que impediria o aumento do conflito na região. Moscou também tem interesses em comum com Israel: um milhão e meio de russos vivem no país hebreu e não quebraram totalmente sua relação com o país de origem – tanto é assim que, nos últimos anos, vários emigrados da União Soviética, hoje cidadãos israelenses, se constituíram em relevantes investidores do Skolkovo, o vale do silício russo, situado nos arredores de Moscou.
A desnuclearização da Coreia do Norte requer um acordo unânime por parte dos integrantes do Conselho de Segurança das Nações Unidas, o que significa contar com o aval da China e da Rússia, que não são manipuláveis pelo controle remoto de Washington, como a França e o Reino Unido. Uma das petições de Kim Jong-un na reunião de junho passado com Donald Trump, em Cingapura, foi a suspensão das sanções das grandes potências do Conselho de Segurança, o que inclui a Moscou. O caso da Crimeia – onde Trump representa os “interesses ocidentais” em defesa da Ucrânia – parece ser o item de mais difícil resolução, devido a que a maioria dos cidadãos da região votaram a favor da anexação do território à Federação Russa, em referendo realizado em março de 2014. O histórico interesse dos Estados Unidos pelo desmembramento do Estado mais extenso do planeta não pareceria ter possibilidade de ser fazer efetivo neste caso, apesar das repetidas tentativas da OTAN nesse sentido.
Os acordos alcançados – que supõem a planificação de reuniões bilaterais de trabalho entre burocratas de ambas as nações – foram ofuscadas pela tensão planteada pelos meios de comunicação, pela “comunidade da inteligência” e pelo establishment de Wall Street, que observa com preocupação a mudança no estilo governamental e a modificação das regras do jogo global, da qual vem sendo os máximos beneficiados desde os Anos 70.
O trumpismo republicano não só se caracteriza por um protecionismo agressivo e um belicismo orientado contra a América Latina e a Ásia, como também sustenta a peculiaridade de uma provocação unilateralista permanente, fusionada com condimentos de egolatria. Devido a essas características, a recepção efetuada a Trump por parte dos seus adversários internos se teatralizou na acusação de colusão e traição, supostamente realizada a partir de uma colaboração de Putin e seu governo com o triunfo eleitoral do magnata nova-iorquino, há dois anos atrás.
Dois dos periódicos de maior relevância nos Estados Unidos, o Washington Post e o New York Times se lançaram a uma caça às bruxas cujo destinatário aparente era Trump, que consistia em atrelar sua imagem à de Putin. Até mesmo a revista Time, porta-voz do establishment republicano tradicional, confundiu os rostos de ambos em uma capa, aludindo a que defendem os mesmos interesses. Em uma das mensagens difundidas através das redes sociais, o mandatário estadunidense assegurou que a reunião com Putin foi “um grande sucesso, exceto para o real inimigo do povo, a “imprensa de notícias falsas”, em clara referência aos meios gráficos de alcance nacional e internacional.
O New York Times publicou, na semana da viagem europeia de Trump, uma série de reportagens com uma investigação que mostra o seguimento dos passos do magnata-presidente feito pela inteligência russa nas últimas duas décadas, como se isso fosse uma forma de condicionar algumas das desconcertantes gestualidades do mandatário estadunidense.
O sucateamento da imagem dos Estados Unidos
Os opositores de Trump observam com preocupação a deterioração da imagem imperial de Washington perante o resto do mundo, situação evidenciada pela profunda degradação do sistema democrático dos Estados Unidos. Essa deterioração tem sido mais ou menos solapada nas últimas décadas, mas atualmente é expressada com maior virulência por frações supremacistas da sociedade, que tendem a desconhecer todo tipo de acordo e regulação multilateral. As sirenes começam a soar com maior força quando o magnata começa a desfazer o mito do “ocidente civilizado” com o qual o seu país tem operado discursivamente no resto do mundo desde a I Guerra até a atualidade.
As denúncias realizadas pelo ex-diretor do Birô Federal de Investigação (FBI), Robert Mueller, em fevereiro de 2018, referentes à participação da empresa russa IRA na campanha eleitoral de 2016, foram um fiasco. Os tribunais rechaçaram rapidamente os argumentos do investigador. A segunda tentativa de Mueller foi comunicada, surpreendentemente (ou talvez nem tanto), três dias antes da chegada de Trump a Helsinque, fato que gerou certas desconfianças dentro do grupo mais próximo ao presidente.
A acusação sugere que foram produzidas atividades remotas de spear-phishing (roubo de senhas e dados confidenciais) de membros do Partido Democrata, além de vazamentos de documentos através de WikiLeaks. Entretanto, importantes analistas afirmam que esses vazamentos foram realizados por membros do próprio Partido Democrata, indignados pela orientação interna de boicotar a pré-candidatura de Bernie Sanders. É muito duvidosa a tese de que ações desse levam a ganhar ou perder eleições. Mas apesar dessas denúncias – que apontem 12 funcionários russos como responsáveis da invasão dos servidores do Partido Democrata – alguns analistas acreditam que há mais elementos ligados ao desprezo causado por Trump.
O atual presidente é a expressão de um enfrentamento interno das elites estadunidenses. Representa um setor que busca a recuperação das indústrias e centros de produção no interior do país como mecanismo para reduzir o déficit e evitar a perda de recursos nos canais opacos dos paraísos fiscais – tanto os alheios como os oferecidos pelos próprios Estados Unidos, como Delaware.
Nesse aspecto, se colocam contra ele as empresas multinacionais que expandiram suas atividades a nível internacional – legitimadas pelo neoliberalismo espoliador e pela globalização –, com acesso aos recursos naturais proporcionados pelas elites neocoloniais dos países necessitados, e alugando sua força de trabalho por valores paupérrimos. As multinacionais também vêm desfrutando de vantagens tributárias que permitem baratear os “custos de transação”, e impulsar o conceito da “contabilidade criativa”, que favorecem a fuga de capitais e a evasão fiscal.
O posicionamento do presidente estadunidense propõe finalizar todos os tratados de livre comércio que permitem o deslocamento das empresas estadunidenses a países que oferecem vantagens fiscais e de custo, e também abandonar os acordos internacionais promotores da preservação do meio ambiente, que obrigam as empresas energéticas a exteriorizar sua produção, ou o moderá-la para evitar a poluição. Os investimentos realizados pelas empresas multinacionais fora dos Estados Unidos – por exemplo, as postadas no México e/ou na China – buscaram recuperar suas divisas sobre a base da rentabilidade proporcionada pela mão de obra barata e não sindicalizada.
Dessa forma – e também graças à manipulação migratória proveniente do México –, conseguiram baixar o “custo do trabalho” no interior dos Estados Unidos, promovendo a desemprego entre os trabalhadores sindicalizados. Esse dispositivo precisou de alianças, tratados e pormenorizadas redes de cobertura jurídica articuladas sob a supervisão da Organização Mundial do Comércio, uma legitimação acadêmica fornecida pela tradição neoclássica e um suporte de múltiplos escritórios jurídicos espalhados pelos quatro pontos cardeais do planeta. Ademais, também contou com o respaldo das elites subalternas dos países “emergentes” – governados pelos Macri, Piñeras, e Temers, entre outros – beneficiados pelas polpudas migalhas distribuídas pelas multinacionais.
Trump parece não estar disposto a respeitar esse pormenorizado tecido institucional, por causa do déficit que os Estados Unidos vêm gerando há três décadas. O abandono do Acordo de Paris sobre a Crise Climática, em maio de 2017, e do tratado conhecido como 5 1, referente à desnuclearização da República Islâmica do Irã, são dois expressões do desprezo de Trump a toda forma de multilateralidade e, ao mesmo tempo, um chamado a transparentar a supremacia unilateral. O Partido Democrata – com exceção do seu setor mais progressista, liderado por Bernie Sanders – considera que esse formato da liderança trumpista é contraproducente para os interesses hegemônicos internacionais de Washington.
Este enfrentamento também relação com Wall Street e sua inconformidade com Trump porque os grandes benefícios das transnacionais se valorizam (cada vez mais) não em termos comerciais e sim financeiros e em especulação, gerando rendas superiores às que provêm do intercâmbio de bens.
Esta luta interna – planteada no coração das elites estadunidenses – carece de externalidades positivas para a América Latina: o muro na fronteira com o México, a hostilidade contra a Venezuela e a expulsão dos imigrantes “hispanos”, como chamam nos Estados Unidos a todos os latino-americanos pobres, foram decisões iniciadas pelo governo de Barack Obama. Só que com boas maneiras, diplomacia e eufemismos.
Jorge Elbaum é sociólogo, doutor em Ciências Econômicas, analista senior do Centro Latino-Americano de Análise Estratégica (CLAE)
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