Argentina: Tecnología y empleo/ El riesgo McKinsey

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 Fernando Peirano| A lo largo de los últimos años se multiplicaron las voces que señalan al desarrollo tecnológico como una amenaza para el futuro del trabajo. Se aventura que, en pocos años más, una ola de automatización de tareas terminará con la mayoría de los empleos de la clase media. Frente a esto, la fórmula liberal pasa por enunciar la necesidad de repensar la educación y un decidido impulso a los emprendedores.

Ambas cuestiones son de gran importancia, pero, en términos prácticos, están lejos de ofrecer una respuesta efectiva. Más bien, para evitar que el mercado de trabajo se divida en ganadores y perdedores del cambio tecnológico, se requiere darle continuidad al fortalecimiento del sistema productivo que la Argentina ha logrado constituir a pesar de su zigzagueante desarrollo.

Desde el mismo inicio de la Revolución Industrial, la mecanización-automatización destruye y crea oficios y profesiones. En estos últimos años, el avance de la informática abrió nuevos horizontes y, se predice, que los robots realizarán las tareas más repetitivas, tanto en la industria como también en los servicios. En 2013, desde la Universidad de Oxford, se estimó que, por esta causa, el 47 por ciento de los empleos de Estados Unidos podrían desaparecer en un futuro cercano.
Este año, el Banco Mundial dedicó buena parte de su Informe sobre el Desarrollo Mundial a este tema y estimó que la Argentina podría sufrir una pérdida aún mayor: consideró que el 60 por ciento de las labores eran vulnerables frente a una nueva fase de automatización. Más allá de mencionar algunas dudas sobre los métodos utilizados para llegar a estas cifras, estos datos se repiten cada vez con más frecuencia.

Sin embargo, se menciona poco que ese mismo informe del Banco Mundial permite apreciar que la Argentina ha sido uno de los pocos países que ha logrado trazar una trayectoria distinta a la general. En la mayoría de las economías, el mercado de trabajo se polarizó favoreciendo las oportunidades laborales de los más calificados (los talentosos) mientras que el resto de la población se disputa empleos de bajos salarios, en un escenario mundial donde China concentró la creación de empleos industriales.internet espionaje33

En contraste, Argentina se distingue por la expansión, entre 1995 y 2012, de los puestos de trabajo de mediana complejidad junto con un balance general de creación de empleo y un mercado de trabajo que no ha sufrido una fragmentación por razones tecnológicas. Si bien el informe no profundiza sobre las causas de estos resultados, nuestra singularidad, muy probablemente, se explique por la notable expansión del valor agregado industrial y la vigencia de mecanismos institucionales como las paritarias durante el período reciente.

En este sentido, resulta útil consultar la Encuesta Nacional de Dinámica de Empleo e Innovación. Uno de los resultados más interesantes indica que las pymes que fueron más activas en materia de tecnología e innovación, son las mismas que crearon más puestos de trabajo, en especial de alta y mediana calificación. Estas mismas empresas lograron incrementar de forma conjunta productividad, rentabilidad y salarios. Es decir, en la Argentina de los últimos años, al contrario de las predicciones más alarmantes, el empleo se vio favorecido por el cambio tecnológico.

Desde luego, la innovación de estas pymes ha asumido formas diferentes a las que emergen del modelo Silicon Valley. Los caminos han sido variados: puede ser a través de la incorporación de nuevas máquinas y equipos, por medio de la aplicación de las TIC a los procesos productivos y a la logística, a partir de la capacitación laboral y nuevos esquemas de gestión, gracias al avance hacia gamas más sofisticadas de productos o sobre la base de proyectos de I+D en vinculación con el sistema público de ciencia y tecnología. Cada una de estas alternativas ha sido una de vía probada para combinar tecnología y empleo por un conjunto de empresas que podría ampliarse aún más. Requiere de instrumentos específicos, pero que fundamentalmente cobra sentido si las perspectivas productivas son de expansión y crecimiento.

Tendencias globales existen, pero no son inapelables. Se pueden moldear y es, desde las políticas públicas, donde se define qué margen de acción logramos construir para trazar nuestro propio rumbo. En nuestro caso, si el desarrollo tecnológico encierra algún riesgo para el empleo, la mejor manera de enfrentarlo es redoblando la apuesta por hacer de la innovación el motor del valor agregado. Cuidando al entramado pyme y apoyando su transformación. Este es el espacio donde nace y muere el empleo. Por eso, una macro que no priorice la expansión de la producción y el trabajo, que debilite al mercado interno, es lisa y llanamente una mala macro. Y todo proyecto político que debilite la capacidad estatal y sus políticas públicas va a contramano de la soberanía económica y de las posibilidades de avanzar en un desarrollo con equidad e inclusión.

* Economista especializado en Innovación y Desarrollo – Docente de la UNQ y UBA.
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El riesgo McKinsey
ar satelite1Diego Hurtado|| Para buena parte del sector científico argentino el ciclo 2006-2015 de la empresa Arsat fue virtuoso por donde se lo mire. Si bien puede entenderse que el gobierno de Cambiemos piense diferente y que se proponga reorientar la gestión de esta empresa pública, es incomprensible que contrate a la consultora estadounidense McKinsey para que le explique qué tiene que hacer.

En primer lugar, porque parece haber duplicación de pagos. Si se contrata una consultora, entonces inferimos que el actual Directorio de Arsat no sabe qué hacer con la empresa. En segundo lugar, porque en la Argentina sobran capacidades para explicarle al Directorio de Arsat qué cosas puede hacer con la empresa que conduce. Por 16 semanas de trabajo McKinsey le cobra a Arsat 12,5 millones de pesos, algo así como el equivalente a 5 profesionales argentinos trabajando los cuatro años del período presidencial de Macri por un sueldo de 50 mil pesos cada uno.

Argentina dio su primer paso en el sector satelital durante la primera presidencia de Menem. A fines de 1993, se creó la empresa NahuelSat. Totalmente privada, su composición accionaria tenía la siguiente estructura: Daimler-Benz Aerospace (11 por ciento), Aerospatiale (10), Alenia Spazio (10), Richefore Satellite Holding Ltd (23,75), Lampebank International (11,5), International Finance Corporation (Grupo del Banco Mundial, 5), Grupo Banco de la Provincia (11,5), Grupo BISA/Bemberg (11,5) y Publicom (5,75 por ciento). Por esos años, en las proyecciones de los think tanks neoliberales todo era optimismo. América Latina era una mina de oro en las proyecciones del mercado de las comunicaciones satelitales. Un tercio de la inversión extranjera directa norteamericana que se estimaba para la Argentina entre 1997 y 2004 –alrededor de 2500 millones de dólares– se orientaría al sector.

Y a pesar de todo, la trayectoria de NahuelSat fue una calamidad. Además de implementar una concepción puramente rentística de corto plazo en un área donde son cruciales el factor sistémico, la proyección de mediano plazo y la acumulación de capacidades, también asumió que toda la tecnología debería ser importada. Así no se potenciaron todos los eslabonamientos que hacen de las políticas satelitales un sector estratégico de las economías desarrolladas. NahuelSat ignoró a la CONAE –agencia civil a cargo del plan espacial argentino– y no cumplió con el compromiso de la puesta en órbita de dos satélites. Solo puso en órbita el Nahuel 1, comprado en el exterior.

De esta forma, puso en riesgo una de las dos posiciones orbitales asignadas a la Argentina por la Unión Internacional de Telecomunicaciones de la ONU. Posiciones que, además de valor geopolítico, son condición necesaria para disponer de satélites con los cuales hacer negocios.

Moraleja: hacer negocios con satélites no es vender soja. Para el neoliberalismo del norte es claro que el Estado debe acompañar los negocios tecnológicos de sus empresas, que son los negocios de retornos crecientes. Los negocios con satélites necesitan de un Estado inteligente, activo y soberano. El panorama desolador que dejó NahuelSat debió ser solucionado, como siempre, por el Estado argentino, que en 2006 creó la empresa pública Arsat, que adquirió Nahuelsat por el valor simbólico de un peso.

Allí se inicia el proceso que hizo posible que el gobierno de Cambiemos recibiera hoy la pesada herencia de la Estación Terrena de Benavídez, dos satélites geoestacionarios en órbita construidos 100% en la Argentina, 25 mil kilómetros de fibra óptica, un data center con certificación internacional Tier III, personal calificado, etc.

Una forma de “entrar al mundo”, suponiendo que estamos afuera, es continuar poniendo satélites propios en órbita, prestar servicios de comunicación satelital a la región, vender satélites a países en desarrollo. De hecho, la industria de satélites -servicios satelitales, equipos de tierra, manufactura de satélites e industria de lanzamientos- muestra una tendencia creciente, con un incremento del 4 por ciento en el período 2013-2014. Incluso, entre 2005 y 2014, sus ingresos globales pasaron de 89 mil millones de dólares en 2005 a 203 mil millones de dólares en 2014, con una tasa de crecimiento promedio del 9,5 por ciento anual, según informe de la Satellite Industry Association de 2015.

Otra forma de “entrar al mundo” es visitar Davos, atraer inversiones especulativas, pagar a los buitres, pedir perdón a España, contratar una consultora norteamericana para que aconseje el desguace de Arsat y la clausura del Arsat 3. Es decir, sabiendo cómo hacer satélites, parece que es posible elegir entrar al mundo comprándolos (con las divisas de la venta de soja o con deuda). Todavía queda una esperanza: que el MINCyT, que está a cargo de la política espacial y de las políticas de I+D del sector TICs, tome cartas en el asunto y le muestre al gobierno que entiende mucho mejor el tema que una consultora norteamericana.

* Miembro del directorio de la ANPCyT del MINCyT. Notas publicadas en Página12

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