El G-7 en el laberinto de la guerra comercial, el Brexit, Irán, Mercosur y la Amazonía

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Isabella Arria

Los siete países capitalistas más industrializados (Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia y Japón) desnudaron sus diferencias en la cumbre celebrada en la coqueta localidad francesa de Biarritz, donde el presidente estadounidense Donald Trump logró que no se llegara a conclusión alguna.

Mientras Francia intentaba tender un puente entre EU e Irán, en momentos de una ofensiva de Washington, sus aliados saudíes e Israel contra Teherán. El viernes, Emmanuel Macron, quien busca que Trump suavice las sanciones y reanude el diálogo, se reunió con el canciller iraní Mohammad Javad Zarif, quien el domingo llegó sorpresivamente a Biarritz, tras el encargo del G-7 al presidente galo de rebajar la tensión nuclear, y afirmó una solución en torno al tratado atómicor s «difícil, pero vale la pena intentarlo».

Donald Trump sorprendió: guardó las formas, no mandó tuits insultantes, pero las diferencias de fondo entre los siete principales países capitalistas afloraron durante los dos días de reuniones. El consenso no asistió a un foro donde las alianzas son asimétricas, pero que en general pueden resumirse en EU de un lado y los demás del otro. Por ejemplo, Trump propuso readmitir a Rusia y los demás se resistieron.

Los europeos argumentaron que el G7 es un club de democracias liberales y que en caso de regresar al grupo, debe resolverse el motivo por el que se expulsó a Rusia. Japón mostró una posición neutral. Italia proclive al regreso ruso. Pero lo que más preocupó fue la escalada proteccionista de Trump, quien alardeó de la buena marcha de la economía y el pleno empleo en su país, que contrastó con el estancamiento europeo y el desempleo crónico en países como Francia.

Trump aterrizó en la localidad francesa de Biarritz desbocado, tras anunciar un aumento de aranceles a China, e instó a las empresas estadounidenses a dejar de fabricar en el país asiático. La misión de Macron durante tres días fue la de apaciguar a Trump para evitar que reventara la cumbre del G7.

Todo era posible que aconteciera en esta cumbre del G7 donde mucho dependía de lo que hiciera el volátil Donald Trump, o que Gran Bretaña siguiera en la Unión Europea o se aliara con Washington, y hasta que el Mercosur terminara como un protectorado de Occidente. Todo, a pesar de la guerra comercial entre EU y China, las divergencias sobre Irán, Siria, los dispositivos fiscales y el medio ambiente.

Todos estaban prevenidos, sabiendo que Trump insiste en dinamitar los organismos y foros multilaterales para llevar a cabo su cruzada del América Primero, en su papel de jefe de la primera potencia económica mundial. Así justificó la retirada de EU del acuerdo de París para luchar contra el cambio climático, el abandono del pacto nuclear con Irán o el distanciamiento con sus socios atlánticos. Intenta fijar las reglas de juego para todos (socios o competidores, le da lo mismo)

Bajo la falaz premisa de que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, la Casa Blanca ha emprendido una ofensiva comercial y tecnológica contra Pekín, con ujn final no apto para cardíacos. Algún optimista puede pensar que la escalada arancelaria y empresarial culmine con un acuerdo, pero nadie puede imaginar que Xi Jinping acepte firmar el alto el fuego y que el árbitro de su cumplimiento sea Washington.

Obviamente, ese papel le corresponde a la Organización Mundial del Comercio (OMC), a la que EE UU sabotea al impedir renovar los órganos de arbitraje. Pero Trump también se queja de que el dólar está sobrevalorado y pretende que la Reserva Federal , que baja sin freno las tasas de interés, y pretende que con sus tuits interviviendo en los mercados, consiga bajar el valor de la divisa, y estabilizarla.

Si no lo sabía, Trump se apercibió en esta reunión del G-7 que no puede pedir la cooperación de los principales bancos centrales (europeos, japonés) mientras amenaza a esos mismos países con imponer aranceles a sus productos o estimula al Reino Unido a irse de la Unipón Europea por la ventana.

El diario conservador español El País señala que es un pecado repetido con cierta frecuencia, y más o menos intensidad, por los sucesivos Gobiernos republicanos de Estados Unidos. Pensar que la supremacía estadounidense es suficiente para imponer sus tesis y que se cumpla su voluntad. Solo que en esta ocasión puede llevarse el orden global por delante.

El Mercosur se incendia

Francia le imprimió un carácter informal a la cita (sin declaración final), ante la posibilidad de que nuevamente el presidente estadounidense Donald Trump, luego de su fracasado intento de comprar Groenlandia, despedazara cualquier acuerdo con sus ímpetus imperialistas y antimultilaterales.

El presidente francés Emmanuel Macron aprovechó el enorme incendio de la Amazonia y las provocativas palabras del presidente brasileño Jair Bolsonaro – y, sobre todo, la ausencia de reacción inteligente y soberana de los otros tres países del Mercosur (Argentina, Paraguay y Uruguay)- para atacar el acuerdo secreto suscrito recientemente entre la Unión Europea y este bloque sudamericano.

Macron, en un discurso calificado de maniqueísta, señaló que por culpa de Bolsonaro y su política en el Amazonas se opondría al acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur, lo que sirvió para esconder una vez más las responsabilidades de las siete potencias en los dramas actuales, entre ellos la desigualdad mundial que promueven.

No habló –claro está- de Japón y su pesca brutal de las ballenas, Alemania y su multinacional Bayer, propietaria de la ecoterrorista Monsanto, Italia y su desprecio por la condición humana ante la crisis de los migrantes en el Mediterráneo, y todos como promotores y suministradores de armas con las que se nutren conflictos como el de Yemen, se respaldan a dictaduras y se hace añicos la región del Medio Oriente.

Paradojalmente, el entreguismo de los gobiernos neoliberales del Mercosur salvó al G7, le dio un espaldarazo a Macron para relanzarse como una figura internacional defensora del medio ambiente y –según analistas- dejó a los países del Mercosur con Brasil a la cabeza como unos incompetentes subdesarrollados que necesitan de la tutela del mundo para sobrevivir, porque si se los deja solos destrozan el planeta.

En un discurso más mediático que político, Macron interpeló a los ciudadanos a “responder al llamado de los océanos y de la selva que se está quemando”, sin olvidar que por su política colonial aún vigente, Francia también se sitúa como país amazónico (por la Guayana Francesa). “Vamos a lanzar no un simple llamado sino una movilización de todas las potencias” reunidas en Biarritz, y ello “en asociación con los países del Amazonas para luchar contra el fuego e invertir en la reforestación”, dijo.

También el aún presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk puso en duda la ratificación del acuerdo comercial entre la UE y el Mercosur si el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, no combate los fuegos en la Amazonía brasileña. De igual modo, Tusk avisó que «no facilitará» a Reino Unido que pueda abandonar la UE sin acuerdo previo

Francia e Irlanda amenazaron con no aprobar este acuerdo de libre comercio si Brasil no cumple sus compromisos de defensa del medio ambiente. Finlandia, que preside actualmente la Unión Europea, propuso imponer restricciones a las importaciones de carne de Brasil, el mayor abastecedor mundial, como forma de presionar al país a preservar la Amazonía.

¿Democratizar el G-7?

Y en su diatriba “ecologicista”, Macron atacó la actual arquitectura del G-7 (hay que abrir el grupo a las grandes democracias, dijo) y anunció  una serie de iniciativas para reducir la velocidad del transporte marítimo como a fomentar “una coalición de acciones sobre el rubro textil”, el segundo más contaminante del planeta. Macron aclaró que las empresas del sector se comprometerían “con fechas y objetivos”.

India, Chile, Australia y África del Sur fueron los países invitados a esta cumbre, dejando fuera a Argentina y Brasil, miembros del Mercosur, por ejemplo.

El tema más controvertido entre Macron y Trump fue el impuesto que Francia decidió cobrar a las trasnacionales de la comunicación  Google, Amazon, Facebook y Apple, formidables evasoras de impuestos en todo el mundo, que ahora tendrán que pasar por el fisco francés. Trump calificó la decisión como “una estupidez de Macron, no me gusta lo que Francia ha hecho” y amenazó con aplicar altísimos gravámenes a las importaciones de vino francés, abriendo otra grieta.

La desigualdad

El tema del que no se habló en Biarritz, lógicamente, es el de la desigualdad, ya que el G7 es el mayor arquitecto de la desigualdad mundial. Un reciente informe de Oxfam señala que “al adoptar un régimen neoliberal fundado sobre la desreglamentación y la privatización y, por consiguiente, modelar la economía mundial según ese modelo”, los miembros del G7 contribuyeron al incremento de las desigualdades.

Añade el informe que en las últimas décadas las desigualdades de las ganancias se agravaron en todos los países del G7: el 20% de la población más pobre reciben en promedio 5% del total de las remuneraciones mientas que el 20% más rico percibe el 45%”. Otro dato: el 40% de los millonarios del mundo residen en los países del G7.

Boris Johnson ha dejado claro desde que se puso al frente del gobierno hace un mes que no quiere oír ni hablar del backstop, la cláusula de salvaguarda que dejaría a Irlanda del Norte en la unión aduanera con la UE de manera provisional para evitar fricciones en una zona que vivió un duro conflicto en los años 90. Quiere que todo el Reino Unido rompa con la UE el 31 de octubre, pero, a la vez, desea evitar controles físicos en la frontera, en un equilibrio más que complicado.

La UE se muestra desconfiada de que una nueva idea pueda desbloquear en el último momento más de dos años negociaciones. En respuesta a una carta enviada por Johnson el pasado lunes en la que explicaba su voluntad de negociar “soluciones alternativas”, Tusk lo acusó de no plantear opciones “realistas” y de querer una frontera dura en Irlanda, “aunque no lo admita”.

La UE se muestra reacia a cualquier modificación en el acuerdo que firmó con Theresa May, pero tampoco quiere un brexit sin acuerdo. Un no deal podría tener consecuencias impredecibles para ambas partes. Sin ir más lejos, no habría período de transición: el 1 noviembre ninguno de los 3,2 millones de europeos que viven en el Reino Unido tendría seguridad sobre su situación de residencia, y posiblemente se formarían colas kilométricas de coches y camiones en las fronteras.

Trump seduce a Boris

Mientras, Trump prometió este domingo un acuerdo bilateral de comercio «bastante rápido» ya que «no preveemos ningún problema», al primer ministro británico Boris Johnson, una vez que el Reino Unido abandone la Unión Europea. Trump afirmó que Johnson «es el hombre adecuado» para llevar a cabo la salida del Reino Unido de la UE, prevista para el 31 de octubre próximo.

«Estamos trabajando en un acuerdo comercial muy amplio y creo que saldrá adelante», y ahora los británicos «no tendrán el obstáculo, el ancla alrededor del tobillo», dijo Trump en referencia a la todavía pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea.

Johnson advirtió por su parte de que «habrá conversaciones duras» con Washington, pero resaltó que hay «enormes oportunidades para el Reino Unido en el mercado estadounidense» que actualmente su país no puede aprovechar. Los bitánicos temen que Washington exija a Londres la apertura de su sistema público de sanidad (NHS) a empresas privadas estadounidenses.

En esta nueva cita, los líderes del G-7, un grupo que pretende tener representatividad mundial pese a que no forman parte del mismo ni Rusia ni China, no lograron fijar una política común en torno a ningún tema relevante,  ni siquiera en la postura frente al régimen brasileño de Jair Bolsonaro, cuya incompetencia, irresponsabilidad y falta de sensibilidad tienen mucho que ver con los devastadores incendios en la Amazonía.

* Periodista chilena residenciada en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)

 

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