El eurocentrismo y el mal desarrollo: el mundo va mal
Eduardo Camín|
Hay una tendencia basada en el “eurocentrismo” que considera a Europa y su cultura como centro y motor de la civilización, y a sus valores socioculturales como patrones o modelos universales, llegando en último término a identificar la historia de los europeos y sus relaciones con los otros continentes como la historia universal.
Fenómeno específicamente moderno cuyas raíces no van más allá del Renacimiento y difundida en el siglo XIX, conforma una dimensión determinante de la cultura y de la ideología del mundo capitalista contemporáneo.
La omnipresente supremacía de la cultura abrevia un gran porcentaje de la duración real de la historia de la humanidad, a fin de tener manos libres para un adoctrinamiento antropológico que resulta ideológico en grado sumo: se trata de la doctrina, concebida por clásicos y modernos, del hombre como “ser vivo político”.
Esta tesis aparece en todas partes, pero quizás en ningún lugar se presenta de forma tan desnuda, como allí donde humanistas, teólogos, sociólogos y politólogos toman la palabra para elaborar modelos colectivos eficaces acerca de lo que es el “ser humano”.
Cuando se dice que “el mundo va mal “se entiende que se trata de problemas políticos- económicos-sociales, del núcleo central del mundo desarrollado de la globalización.
Poco importa si los problemas derivados de los países en “vías de mal desarrollo” o países menos adelantados (o simplemente en vías de extinción) sean muchos mas profundos, tengan amenazas mas graves y en gran medida inmodificables a la sombra de un sistema deshumanizador.
La suma de dolor, desorden, injusticia, tristeza que arrastra el mundo es muy grande, pero cabe preguntarse ¿cuándo no ha sido mayor? para aquellos países que no se hallan en la zona de confort. Ello es así por la misma forma en que tradicionalmente se ha abordado o planteado el problema de la pobreza.
Por lo tanto, la tesis que “el mundo va mal”, si tiene algún sentido, habrá que ser comparativo; de otro modo nos remitiría a los problemas generales de la Teodicea, a las cuestiones de la imperfección y la existencia del mal.
No obstante, no deberíamos olvidar que muchos de estos países a los cuales se les desmitifica, tienen un principio, una génesis que marca el inicio de un desarrollo histórico, político, social y cultural, que el occidente desarrollado tiene tendencia a olvidarlo, cuando no a maltratarlos.
Sin dudas, que la Mesopotamia, sumerios y acadios por no hablar de la precolombina representan ese origen, pues todas las civilizaciones que les sucederían incorporaron en su herencia cultural los principios y avances desarrollados por las que puedan considerarse las primeras civilizaciones.
Los sumerios tal vez sean más recordados debido a sus muchas invenciones, como la rueda y el torno alfarero. El cuneiforme fue el primer sistema de escritura del que se tenga evidencia, adelantándose a los jeroglíficos egipcios en siete décadas
La escritura posibilitó a los sumerios el almacenamiento del conocimiento y la posibilidad de transferirlo a otros y a las generaciones posteriores. Eso llevó a la creación de las escuelas, a la educación y oficialización de la matemática, religión, burocracia, división de trabajo y sistemas de clases sociales.
Desarrollaron también conceptos matemáticos usando sistemas numéricos basados en 6 y 10. A través de ese sistema, inventaron el reloj con 60 segundos, 60 minutos y 12 horas, además del calendario de 12 meses que usamos actualmente. También construyeron sistemas legales y administrativos con cortes judiciales, prisiones y las primeras ciudades estado.
Se esconde un desconocimiento y desprecio hacia las demás culturas, tratándose, más bien, de un estado de constricción mental que impide entender lo diferente, facultando a Europa a la adopción cínica de actitudes paternalistas, además de otras más inmorales e inaceptables de explotación y dominación.
Nunca se podrá insistir bastante en lo falso que ha sido desde siempre este adoctrinamiento, y en lo funestamente que sigue actuando hoy. La obsesión por las culturas superiores es la mentira esencial y el error capital no sólo de la historia y de las humanidades, sino también de la ciencia política y sociales.
Destruye la unidad de la evolución humana y hace que la conciencia contemporánea salga despedida de la cadena de las innumerables generaciones humanas que han elaborado nuestros “potenciales” genéticos y culturales.
En esencia, ciega nuestra visión del suceso fundacional, del acontecimiento global que precede a toda cultura superior y respecto del que todos los llamados sucesos históricos no son más que tardías derivaciones e interpretaciones solapadas por un deshumanizador sistema económico.
El mal desarrollo, una crisis dialéctica
Una vez pasado-revista a la gran diversidad de países mal desarrollados que se ha acordado agrupar en el Tercer Mundo, no resulta exagerado manifestar que en las ultimas dos décadas los cambios llevados a cabo en ellos han sido mucho más importantes que en Europa y América del Norte.
Los cambios se producen actualmente a un ritmo mucho mas rápido que las transformaciones de la economía y la sociedad occidental en los últimos 150 años. Lamentablemente, en los países del Tercer Mundo los cambios son principalmente negativos para la gran mayoría de la población.
Pero el pesimismo aparece exclusivamente cuando las cosas suceden en lo que denominamos países occidentales, del mundo desarrollado (caso de la Covid-19).
A casi nadie se le ocurre decir que los países pobres no pueden o no deben estar contentos dentro del actual sistema, mismo si el ébola , el sida o las hambrunas los visita. Se da por supuesto que viven en el mejor de los mundos posibles, aunque esto contradiga toda evidencia empírica. Cuando se enumeran los males de Occidente se da por supuesto que son exclusivos, sin pararse a pensar si esto no ocurre también y probablemente en grado mayor en el resto del mundo.
Los objetivos del desarrollo sostenibles ¿De qué estamos hablando?
Mientras las culturas superiores siempre consideran al hombre como algo ya dado, a fin de disponer de él para trabajos, cargos y funciones, el mundo real está atravesado por la conciencia del arte de lo posible.
Es paradójico, pensar que los países mal desarrollados, detentores de la materia prima, sean mayoritarios en el seno de la ONU, y se enfrentan a la oposición e imposición de los estados occidentales y sus aliados. Como se ha establecido, en las diferentes cumbres, los países europeos prefieren los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) al derecho al desarrollo.
Para empezar, los ODS, presentados como la solución a todos los males de la sociedad (hambre, discriminación, salud, educación, etc.), no son más que “objetivos” a alcanzar. Por lo tanto, no hay ningún medio para constreñir a los Estados a comprometerse en su aplicación.
En realidad, los ODS no cuestionan las políticas económicas y comerciales actuales, que están en el origen del mal desarrollo. Así, sólo hay que observar el vertiginoso aumento de las desigualdades en el mundo. Año tras año, informe tras informe las cifras de las agencias especializadas de la ONU continúan siendo alarmantes.
El número de personas que padecen hambre y malnutrición se acerca a los mil millones; el doble no tiene acceso al agua potable y/o a una vivienda decente; 4,5 mil millones no disponen de instalaciones sanitarias “gestionadas de modo seguro”; más del 60% de 3,3 mil millones de personas que trabajan de forma irregular y no tienen seguridad laboral…
Esto demuestra el patente fracaso del modelo de desarrollo llevado a la práctica durante varias décadas. Por otra parte, los Estados cuentan con el sector privado (léase: las empresas transnacionales) para alcanzar estos objetivos. Sin embargo, los problemas que plantean la mayoría de estas entidades, motivadas únicamente por los máximos beneficios inmediatos, son muchísimos, empezando por la falta de respeto de los derechos humanos, las normas laborales y del medio ambiente.
Además, para maximizar sus beneficios y evitar ser perseguidas, las transnacionales han recurrido a montajes jurídicos complejos de manera que resulta difícil escalar por la cadena de responsabilidad. Se han convertido en una amenaza para la democracia, la soberanía de los Estados y el derecho de los pueblos a decidir sobre su futuro.
Por lo tanto, es más que probable que los Objetivos del Desarrollo Sostenible no sean alcanzados al igual que los Objetivos del Milenio, si no hay un cambio radical de las políticas neoliberales vigentes.
En este contexto, el derecho al desarrollo, además del hecho de que se trata de un derecho humano reconocido, propone otro enfoque. En efecto, este derecho no se limita al campo económico, sino que incluye también el desarrollo social, cultural y político.
Los individuos y los pueblos son al mismo tiempo los sujetos de este derecho y los actores centrales en la elaboración de políticas y programas para llevarlas a cabo. El derecho a la autodeterminación y a la soberanía de los pueblos y sus recursos se encuentran en el centro del derecho al desarrollo.
La lucha por los derechos y la plenitud de los pueblos es permanente, no se puede parar. En todas partes se espera que la adopción de un instrumento vinculante en este tema empuje a los Estados no sólo a cooperar de buena fe, sino también a dejar de poner obstáculos al derecho al desarrollo adoptando reglas económicas y comerciales internacionales únicas.
Tiempos difíciles para un mundo que va mal … desarrollado.
*Periodista uruguayo, acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)