Chile SOS: una nación colapsada, en peligro
Paul Walder|
Es el fin, la fase terminal. El colapso sin retorno. No hay vuelta atrás. La economía, la piedra angular no solo de la política chilena de los últimos 30 años sino de toda la construcción social y cultural de estas décadas, está arruinada.
La caída monumental de la actividad, según la calificación precisa y portentosa del ministro de Hacienda, de más de 15 por ciento en mayo, derrumbe asombroso que probablemente según el mismo comentarista se repetirá en junio, sólo podría hallar algún referente en el desastre de la crisis de los años 80 del siglo pasado en medio del frío cortante de la dictadura.
Si aquella comparación es siniestra, el curso del 2020 será tal vez peor. Es la tormenta perfecta, la confabulación de varias fuerzas encadenadas entre sí como en un oscuro plan esotérico. Es la erupción de la historia, el derrape de los mitos y rituales, todos, o casi todos, en el suelo o en proceso de derrumbe para ser pateados, escupidos y orinados en el suelo.
Hundidos en pantanos o sumergidos en basurales con sus espadas, botas y cabalgaduras en honor a los fantasmas de los millones de esclavos muertos y trabajadores humillados.
Este tornado sigue presente también en nuestras latitudes. De las calles al confinamiento, que calienta cuan caldera la ira por la indolencia institucional ante la creciente catástrofe. Todo los errores y contradicciones de un orden político y económico explosionado desde finales del año pasado se retroalimentan y amplifican. La pandemia en el caso chileno, que ya arrastraba el peso de una crisis estructural, es el caos sistémico.
Aquí se estrella un conjunto de eventos malignos. Un orden económico, político y social ya agotado, cuya demostración palmaria fue el estallido del 18 de octubre. La paralización de la globalización comercial, detonada por la pandemia, una posterior crisis del capitalismo y la liberación de sus más perversas contradicciones: ¿Cómo es posible que la bolsa de Nueva York registre marcas históricas cuando los desempleados se cuentan por decenas de millones solo en Estados Unidos?
La colisión de eventos en nuestro rincón del mundo tiene un factor especial. Hay un rasgo, una señal, expresión de un error estructural, que aumenta todos los males y sus dolores. Una falla que impide la salida, que enceguece y encierra. Es esto lo que ha hecho la ubicua clase controladora de la propiedad y la institucionalidad. Esta clase dirigente, no satisfecha con poseer todos los activos, los recursos naturales, las leyes y normas, ha logrado neutralizar a opositores y disidentes.
El espíritu del golpe de estado y la dictadura ha seguido presente por otros mecanismos. Bajo la corrupción y el soborno de los débiles y con la represión y persecución de aquellos de mayor moral. Con la compra de políticos y con la coacción de las organizaciones sociales.
El portentoso dominio de todas las áreas de una nación, reales y virtuales, sólidas e imaginarias, se yergue hoy como una gran fatalidad. Para ellos un poco, pero principalmente para la gran mayoría de los ciudadanos y ciudadanas. Cuando un país colapsa por las insoportables desigualdades no es posible reconstruirlo sobre aquellos mismos errores. Si ese país se construyó sobre los intereses de la clase controladora con el único fin de aumentar su riqueza, esta nación no tiene ni tendrá nunca un destino diferente con esa clase y sus dirigentes. Para ellos no hay otra salida, otro fin, más allá de sus privilegios.
En este trance se halla este alargado país. Totalmente paralizado por la ambición de unos propietarios que no conocen límites. Sin otro destino posible, el único curso es la profundización del caos, tal como hemos padecido desde octubre a la fecha. Es el aumento de las ya insostenibles desigualdades, de la corrupción política y la pérdida, día a día, de las reducidas libertades.
Desde octubre a la fecha la respuesta a la rebelión social, no solo del gobierno sino de toda la clase política, salvo algunas notables excepciones, ha sido de un aumento de los castigos, la naturalización de la represión y el recorte de libertades. Una panoplia de penas junto al rechazo persistente a las demandas. Qué más castigo deberá recibir este sufrido pueblo.
Este es el nudo ciego, consolidado y cristalizado día a día, decreto a decreto. A las ya suficientes humillaciones y las ofensas del gobierno de Piñera, manejado de forma descarada por el gran capital, financistas y especuladores, como lo es el mismo presidente, plantea usar los malogrados ahorros del fondo de pensiones de los trabajadores para financiar a las grandes empresas en proceso de cierre por la falta de mercado.
Una decisión sin consulta que expresa de forma palmaria el espíritu egótico y limitado de la clase propietaria: el país es de ellos, y los escasos bienes de los trabajadores también. Un robo que se inscribe en la misma lógica de las privatizaciones de la dictadura, de la creación de las AFP y del mismo golpe de Estado.
Esta decisión, desesperada para cautelar sus intereses y reafirmar su condición de eternos oligarcas, es también la manifestación de todos los extremos posibles. Así como esta misma clase hizo sus fortunas en medio de crímenes y desapariciones, hoy demuestra nuevamente que el espíritu que condujo al golpe sigue intacto. Los ciudadanos, el pueblo, neutralizados bajo la bota militar y el miedo a la pandemia, y la oligarquía planificando nuevos negocios y estafas.
Por este sendero está todo perdido. El único que podrá cortar el nudo ciego que nos ahoga será el pueblo movilizado. Al espíritu nefasto de la oligarquía se le enfrenta el espíritu rebelde de la ciudadanía.
*Periodista y escritor chileno, director del portal mural.cl, colaborador del Centro Lagtinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)