Entre Marx, Silicon Valley y el covid-19, ¿cómo explicar lo que pasa hoy en el mundo?
Paula Giménez
La pandemia declarada a raíz del virus Covid-19 dejó en cuarentena a un tercio de la humanidad, y es claro que ante esta situación hubo una fracción del sector tecnológico y financiero que sacó provecho económico, buscando generar las condiciones para instaurar “nueva normalidad” donde cambien las reglas del juego en favor de sus intereses corporativos.
Esta situación nos pone frente a la necesidad de intentar comprender lo que sucede desde la perspectiva de las clases subalternas para el diseño de un programa político que responda a estas transformaciones y que oriente la práctica militante hacia tareas que conduzcan a construir relaciones de fuerza positivas para el campo del pueblo.
Una crisis que modifica la estructura y la superestructura de la sociedad
Para comenzar, es necesario recordar que la crisis del 2008 tuvo características de crisis orgánica del sistema capitalista. La especulación del sector financiero e inmobiliario a través, principalmente, del negocio de las hipotecas subprime, generó una burbuja de dinero ficticio sin asiento productivo, que terminó por estallar y hacer volar por los aires el sistema financiero dominante hasta aquel entonces.
Como salida a la crisis, las inversiones estuvieron orientadas al desarrollo del sector tecnológico (robotización, digitalización, virtualización de los procesos productivos) con el fin de acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas, disminuir los tiempos sociales de producción y mantener activo el proceso de acumulación capitalista, lo cual produjo un enorme salto en la composición orgánica del capital, dando inicio a lo que se denominó la Cuarta Revolución Industrial.
Miles de millones de dólares colocados en el desarrollo de big data, internet de las cosas, robótica, inteligencia artificial, redes 5G, impresión 3D, bio y nanotecnología.
Debido al desarrollo de la técnica en el proceso productivo se hizo necesaria menor cantidad de mercancía fuerza de trabajo, ampliando el ejército de reserva, y aumentando la tasa de explotación -extracción de plusvalía- de quienes trabajan, generando la expulsión y sobreproducción de la Mercancía Fuerza de Trabajo.
Estas transformaciones generaron transformaciones de carácter estructural, haciendo que las grandes fábricas dejen de ser necesarias para garantizar la producción. De esta manera, el trabajador o la trabajadora ya no necesitan dirigirse a una fábrica para trabajar, sino que pueden hacerlo desde su casa o de manera remota, a través del teletrabajo.
Esto produce una disminución en la circulación de la mercancía Fuerza de Trabajo, ya que el trabajador no se dirige al mercado laboral a “ofrecerse” de manera presencial; lo hace en el territorio o mercado “virtual” sin tener que circular.
Estas transformaciones empujan a las clases subalternas hacia las “nuevas fábricas”, con sus plataformas y redes sociales, construyendo nuevos valores organizativos, esconiendo, bajo una apariencia de mayor libertad, mayores grados de explotación, constituyéndonos en los esclavos modernos del Siglo XXI.
Como pioneros de estas transformaciones, Silicon Valley está llevando la iniciativa, con empresas como Facebook, Apple, Google, Amazon, Twitter, Yandex, así como algunos actores de Wall Street: Pershing Square Capital, Bridgewater Associates y Goldman Sachs, entre otras.
Por ejemplo, Mark Zuckerberg, dueño de Facebook plantea que el 50% de sus empleados se acogerán a la opción dada por la empresa de teletrabajar en los próximos años. Zuckerberg anunció que el salario se adaptará “a las condiciones del lugar” donde residan los trabajadores: a “menor costo de vida, menor salario”. Claro, para Mark, era mucho más “costoso” mantener a sus trabajadores viviendo en Silicon Valley.
Transformaciones en el polo del trabajo
Esta reestructuración permite al capitalista reducir los costos, puesto que al trabajar desde casa, se restringe la circulación de la mercancía fuerza de trabajo y esto genera un ahorro en infraestructura, transporte, energía, etc., es decir, ya no es más necesario circular para ir a trabajar.
Por ejemplo, según un reporte distribuido a accionistas de Microsoft (cuyas ganancias aumentaron en 37% por el uso de herramientas de trabajo colaborativo), la firma espera que los clientes corporativos inviertan en servicios on line, el dinero que antes usaban para mantener sus oficinas.
Además, estas transformaciones hacen que el trabajador o la trabajadora puedan tener más de un trabajo, ya que antes era necesario estar presencialmente en un trabajo de jornada completa de ocho horas.
Ahora sucede que desde su casa, el trabajador o la trabajadora pueden trabajar de manera remota, es decir, puede ofrecer su fuerza de trabajo simultáneamente a más de una empresa, realizando tareas en dos o tres trabajos a la vez. Por lo tanto, no es una sola empresa la que paga un salario, sino que entre los dos o tres trabajos se obtiene un solo salario (necesario para su subsistencia)
De esta manera, se observa cómo los límites aparentes entre tiempo y lugar de trabajo se desdibujan, y toman una nueva configuración: el tiempo de trabajo en el que la clase trabajadora produce mercancías para el capital, se amplía por fuera de lo que anteriormente era entendido como jornada laboral, y el espacio para su producción se extiende por fuera de la fábrica.
Ello, sumado a la expansión de aplicaciones y plataformas que llevan todo tipo de objetos de consumo y servicios a la puerta del hogar, cuyo objetivo se explicita en algunas publicidades como la de Grub Hub: «Todo lo bueno de comer, combinado con todo lo bueno de no hablar con la gente». Door Dash, otro servicio de entrega de alimentos, apuesta por el extremo absoluto: «nunca deje su casa de nuevo».
Todo esto pone de manifiesto el hecho de que se está disputando a nivel global un nuevo orden, donde la irrupción de la pandemia aceleró vertiginosamente el tiempo de las transformaciones estructurales y el diseño de un Estado Policiaco Global: mecanismos sumamente sofisticados de disciplinamiento e hipervigilancia a través de la manipulación y procesamiento de grandes flujos de información que circulan en la red de “humanos y cosas interconectados”.
Los poderes dominantes intentan mostrar un futuro estático, sin cambios, generando conformidad con lo que viene en los cuerpos y en las mentes de las grandes mayorías. Ante este discurso de los intelectuales a sueldo, las clases subalternas tienen que someter la realidad que se les presenta a un proceso de crítica y revisión permanente, desgarrando, despedazando las teorías hegemónicas.
Algunas reflexiones sobre las tareas de las clases subalternas
El futuro orden depende principalmente de quién resulte ganador de la actual Tercera Guerra Mundial de carácter multidimensional, de quinta generación. Pero fundamentalmente, de la capacidad de reacción, conciencia y decisión de las clases subalternas de ser actores principales en la lucha por destruir lo actual y construir el nuevo mundo. Hay que luchar por cambiar la relación social actual e imponer las nuevas relaciones sociales, nuestras relaciones.
Para llevar adelante este programa, el territorio del poder es el enfrentamiento. En este nuevo escenario la tarea de las clases subalternas es fortalecer la organización local, desde el proyecto comunal, pero enlazada en red para lograr escala global, lo que puede sintetizarse en el concepto de glocal. Ello supone disputar el sentido común, producir poder en el territorio virtual (ciberactivismo) y realizarlo en las calles.
Por ello, resulta fundamental establecer la articulación de proyectos comunitarios –de Comunidad Organizada, tal como lo planteó el peronismo- y las múltiples expresiones de poder popular con iniciativa revolucionaria a lo largo y ancho del mundo, para combinarlas, unificar banderas y golpear con acciones certeras desde el campo de las clases subalternas.
Las transformaciones en el polo del capital ponen de manifiesto la necesidad de replantearse las tareas desde el campo del pueblo, ya que si en tiempos de la etapa industrial la respuesta era la organización a través de sindicatos, partidos y otras formas de generar organización de masas, hoy la virtualización y la digitalización de la vida están generando nuevas mediaciones, que es preciso identificar para diseñar estrategias organizativas certeras y exitosas.
Develar científicamente el ordenamiento que asume la estructura social en función de las relaciones de fuerza de los actores, y entender, asimismo, la complejidad de la nueva superestructura que sustenta esas relaciones de poder, constituye hoy, una tarea necesaria y obligada para los intelectuales orgánicos y los cuadros políticos revolucionarios.
Un error en el diagnóstico estratégico se salda en la próxima guerra. Y errar en este momento histórico no es un lujo que podamos darnos cuando lo que está en juego es la existencia de la humanidad y la naturaleza. Con la pandemia iniciamos una nueva etapa, donde se hace necesario producir poder popular, entendiendo que no hay tiempo que perder, sino que por el contrario, lo único permitido es ganar.
*Analista e investigadora argentina del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)