Trump solo ofrece castigos y amenazas a América Latina

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Mirko C. Trudeau|

Más en las palabras que en la acción (por ahora), el presidente estadounidense Donald Trump se muestra cada vez más agresivo contra América latina, en la convicción de que esa posición le asegurará la reelección en 2020, mientras los fantasmas de un juicio político rondan nuevamente la Casa Blanca.

En Venezuela Trump aplica duras sanciones, a países centroamericanos les anuncia que cortará la ayuda económica, a México le amaga con cerrar la frontera, a Colombia le espeta que “no ha hecho nada” contra el narcotráfico.

Y a Cuba la amenaza con poner en vigencia la ley Helms-Burton (sus antecesores suspendieron su aplicación), autorizando demandas contra empresas extranjeras que se beneficien de propiedades expropiadas a estadounidenses tras la revolución de 1959, a lo que se opone la Unión Europea que teme que sus inversiones en la isla sean afectadas y se produzca una ola incontrolable de litigios.

De todas formas, Trump ha logrado terminar con los organismos de integración de la región, comenzando por Mercosur, Unasur y siguiendo por la Celac, con la complicidad de los gobiernos neoliberales de la región. Pero no ha logrado que estos países lo acompañen en su agresión militar contra Venezuela y, prácticamente ha hecho que su manipulable Organización de Estados Americanos (OEA) se convirtiera en un jarrón chinio, sin poder lograr consenso para imponer sus políticas..

Según una encuesta de Gallup, la popularidad de Trump en Latinoamérica es de tan solo el 16 por ciento. Las cifras indican que la región no quiere a Trump, que la utiliza como una “bolsa de boxeo”, especialmente a México, Cuba y los países centroamericanos, a los que llegó a llamar «países de mierda».

Otra encuesta, realizada por el Pew Research Center, indica que en siete países latinoamericanos alrededor del 47% de los consultados tienen una opinión favorable de los Estados Unidos bajo el mandato de Trump, entre ellos Perú, Colombia y Brfasil.

Trump recortó el presupuesto de asistencia para América Latina pero pidió  reservar 500 millones de dólares para financiar a la oposición venezolana. El plan incluye un recorte del 23 % para el Departamento de Estado y la Agencia para el Desarrollo Internacional (Usaid), que ahora cuentan con 52.000 millones de dólares aprobados por el Congreso y a los que Trump desea sumar 40.000 millones de dólares.

 Unos 209 millones de dólares de esos fondos irían a parar a Colombia, que actualmente cuenta con 143 millones de dólares. Colombia es considerada tradicionalmente por EEUU como su aliada más leal en Sudamérica. El Plan Colombia, dirigido a estabilizar a un Estado debilitado a lo largo de décadas por el conflicto armado, ha sido alabado como uno de los mayores éxitos de la política exterior estadounidense en los últimos años.

 La amenaza de Trump, que apunta a categorizar nuevamente a Colombia como «poco confiable» en sus compromisos contra el cultivo y el tráfico de drogas debido al aumento en la producción, afecta gravemente a un país sumido en una fuerte crisis económico-social, de seguridad (con el asesinato permanente de líderes campesinos, comunales e indígenas)  y de corrupción,  donde Washington parece jugar a favor de la no aplicación del acuerdo de paz firmado en 2016 con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

En vista de la consigna «America First» proclamada por el presidente, la política hemisférica desarrollada por otros mandatarios estadounidenses para asegurar el propio rol de potencia mundial solo aparece ahora como estrategia de defensa.

Para América Latina, los ejes políticos centrales son, precisamente, los temas que resultan determinantes para Trump (comercio, medioambiente y migración), tanto frente a sus votantes como en lo que se refiere a su posicionamiento internacional. Por ello, es casi inevitable que haya un conflicto de intereses permanente.

Y pese a la retórica agresiva y racista de Trump, la política exterior en la región está marcada por una continuidad respecto a las medidas bilaterales y multilaterales del gobierno de Barack Obama.

Para el gobierno de Trump, el eje de todas las consideraciones políticas es el «poder de caos» de América Latina. Desde su campaña electoral, el tema central fue el freno a la inmigración, marcado ya por el gobierno de Obama. Su aplicación significó millones de deportaciones (sobre todo a México y Centroamérica) y la reducción en 30% la inmigración ilegal en la frontera con México (cifras de en 2017).

Como medida de seguridad nacional, Trump impulsa la expulsión masiva de los ilegales pertenecientes a la población hispana, que con 18% representa la minoría más grande y de más rápido crecimiento en EEUU, pro que no necesariamente lo votan. Dentro de las pocas iniciativas orientadas a América Latina, Washington prioriza su temor a un «desborde» del crimen organizado extendido en la región.

En su relación bilateral con distintos países, lo que más parece interesar a Trump es lograr ventajas competitivas para las empresas estadounidenses en los mercados internacionales y contribuir así a reducir el déficit comercial crónico de su país. En ninguno de los casos se vislumbran «medidas defensivas» efectivas por parte de América Latina para atenuar los efectos asimétricos; y es algo que aparece como poco factible debido a la falta de cohesión regional estinmulada por Washington.

Trump anunció a fin de marzo que cortaría la ayuda de Washington a los países del “Triángulo Norte” centroamericano, Honduras, Guatemala y El Salvador, acusándolos de no hacer “nada” para evitar la emigración hacia EEUU. También amenazó reiteradas veces con cerrar la frontera con México, lo que generó advertencias hasta de miembros de su Partido Republicano de que eso perjudicaría a su propio país.

Sus cuatro últimos antecesores eludían las controversias en público, sobre todo con socios clave en materia de cooperación. Pero “Trump actúa como Trump, diciendo lo que quiere cuando quiere, y muchas veces dice cosas que son profundamente contraproducentes e insultantes para los países latinoamericanos”, sostiene Arnson.

En esta región están sus intereses políticos domésticos, aun cuando en su primer año de gobierno mostró un desinterés que no condecía con la preocupación de sus antecesores en la Casa Blanca, quizá más preocupado por Medio Oriente, Corea del Norte o China.

Los tuits, su forma de gobierno de 240 caracteres, aguantan todo, pero no dan pie para adivinar una estrategia clara que refleje un compromiso con la región y los intereses de su país.

En enero, Venezuela se afianzó como el principal foco de interés de Washington en la región, cuando Trump impuso al opositor Juan Guaidó como presidente interino, reconocimiento que no pudo conseguir en la “comunidad internacional”.

Presionó y presiona para aislar económica y diplomáticamente al gobierno del presidente constitucional Nicolás Maduro, con sanciones inéditas al vital sector petrolero de ese país y formando una coalición regional en procura de introducir su “ayuda humanitaria” a través de la frontera con Colombia y Brasil.

El 74% de los 304 tuits que su consejero de Seguridad Nacional John Bolton escribió desde el reconocimiento a Guaido el 23 de enero se refieren a Venezuela. En loe va del año EEUU llevó la crisis de Venezuela a discusión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sin lograr que se adopte resolución alguna.

“La pieza central de la política (de EEUU hacia Latinoamérica) ha sido producir un cambio de régimen en Venezuela y la mayoría de la energía de los niveles superiores de la administración de Trump se destina a ese fin”, señaló Cynthia Arnson, directora del programa América Latina del Wilson Center en Washington.

Pese a las continuas y fuertes sanciones económicas y financieras y la presión de Washington sobre los gobiernos latinoamericanos y europeos,  Maduro se mantiene en el poder con el apoyo de la población y los militares venezolanos, además- de Rusia y China. Lo que sorprende a los analistas es que  Trump careciera de  un “plan B” para Venezuela, pese a agitar el fantasma de una intervención militar repitiendo que “todas las opciones están sobre la mesa”.

La actitud de Trump con gobiernos latinoamericanos tiene relación directa a su estrategia política doméstica, y en particular a su campaña de reelección en 2020, en el convencimiento de que los temas sensibles en Latinoamérica –migración. drogas, comercio- fortalecen su base electoral (sobre todo en el estado de Florida), como en 2016.Resultado de imagen para eeuu el garrote y la zanahoria

Quizá la excepción más clara a la actitud combativa de Trump en América Latina sea el presidente brasileño Jair Bolsonaro, un ultraderechista que ha sido comparado con él por su estilo e ideología. Pero, ante las concesiones de Bolsonaro (no avaladas por su gabinete militar), Trump respondió solo con promesas y sin medidas inmediatas en el plano comercial.

Hasta ahora Trump sólo ha mostrado el garrote. Sus antecesores siempre tenían una zanahoria a mano.

*Economista-jefe del Observatorio de Estudios Macroeconómicos (Nueva York), Analista de temas de EEUU y Europa, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)

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