Uruguay: País serio, de frágil economía, arrastrado en el río de la globalización/ Uma frágil economia arrastrada pelo rio da globalização

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Eduardo Camín|

Uruguay siempre ha aceptado de buen grado la inversión extranjera directa, otorgando tratamiento nacional o preferencial a las empresas extranjeras que se instalan en el país sin ningún tipo de discriminación. Esta dinámica de inversionesva acompañada por un marco de seguridad jurídica y estabilidad política,además de un soporte innegable de nuevas tecnologías e infraestructuras de todo tipo.

Durante la última década, Uruguay ha tenido un crecimiento superior a la media del continente, gracias a la inversión extranjera, especialmente europea y española en particular, centrada en la banca, los servicios, y las fábricas de celulosa. La cifra de inversión extranjera directa en el país respecto al PIB es del 5,3%. Y solo Chile estaría por delante, lo que ha generado una certeza cuasi infalible e incluso dogmáticadel equipo económico liderado por el contador Danilo Astori.

En la representación popular, la idea más generalizada del fenómeno es simple: Un país rico, un organismo internacional, o unos fondos de inversión, nos presta capital. Con esos préstamos, generamos infraestructuras, construimos una carretera, ampliamos nuestras fuentes de energías y más comúnmente pagamos deudas viejas.

En una palabra, sin tales préstamos no podríamos hacer frente a nuestras obligaciones, ni mejorar nuestros servicios, ni producir más en los campos, ni crear nuevas empresas. Es decir, no podríamos “desarrollarnos”. Pero miremos un instante a nuestro alrededor y ordenemos los hechos, o es que los orientales seguiremos mintiéndonos, tomando los deseos por realidades y arropándonos con grandes y vacías palabras.

En un mundo en donde la economía esta globalizada y la política fraccionada, el choque entre estos dos movimientos contrapuestos solo puede conducir a las parálisis y al conflicto.

En tal marco cabría preguntarse qué sentido tiene seguir discutiendo sobre las facetas, angulosidades y minucias del pensamiento político de la “izquierda progresista” cuando la puesta en práctica se ha hecho imposible porque los instrumentos antiguamente capaces de llevarlo adelante por las organizaciones políticas nacionales han quedado rehenes de la lógica instrumental de un capitalismo transnacionalizado.

Se nos podrá decir que el tiempo transcurrido por el gobierno del progresismo ha sido escaso, comparado en términos históricos para que realicemos valoraciones que condenan, pero después de tres gestiones progresistas, ya no son las señales gubernamentales los que nos preocupan y nos llevan a opinar, sino los hechos, cuyos riesgos nos involucran a todos, y benefician a unos pocos.

Cobra el hecho anotado más significación cuando se le examina a la luz de otras realidades. Si una parte fundamental de la tradición de la izquierda ha sido la crítica cultural, no deberíamos olvidar que son las razones de la política sobre las de la economía, la que llevó a la izquierda a las altas esferas del Estado.

Asumido este rol que ha sido por la expresión de la voluntad popular, el desafío real esperado era la intervención pública para contrapesar el poder de la minoría propietaria de la riqueza. He ahí, sin la pueril pretensión de pretender ser analistas infalibles, es que destacamos, sumaria y tal vez arbitrariamente algunos aspectos principales, sobre los cuales los gobiernos progresistas han hecho hincapié.

Modificación de la estructura agraria, reforma de la enseñanza, planificación de la economía: Tres directivas definidoras sobre las cuales el gobierno viene desarrollando sus principales líneas de trabajo, más allá de que a unos le parecerá poco; a otros mucho. Esto es inevitable. Pero estas tres directivas que destacamos bastarían, si, juntamente con la concepción general a que responden, sirvieran para lograr la coincidencia.

En primer término, la producción agropecuaria, para la que estamos, por diversas razones – demográficas, climáticas, geográficas, etc. – especialmente dotados, se cumple con ajuste a una estructura que es insuficiente y que lo será cada día más, porque sus mejoras se han hecho en términos de competitividad. Cambiarla no significa copiar lo ajeno, que responde a otras necesidades y realidades, sino hacer que la estructura sea productiva y eficiente.

Pero cambiar, no es, andar abrazado a las culebras, con el sombrero en mano, mendigando préstamos del extranjero. De poco sirve proclamar el principio y defenderlo si la fuerza a fin de cuentas hará lo que le venga en gana o lo que se ajuste a las necesidades del mercado global. En este sentido se está entregando soberanía y patrimonio, basta con mirar quiénes son los dueños del campo.

En segundo lugar, la reforma de la enseñanza se ha transformado en un órgano consultivo, de integración numerosa, de recursos moderados, mal distribuidos y en el cual confluyen intereses específicos y diversos, pero que no será capaz de realizar esa obra urgente: recopilar, ordenar, analizar los hechos y darles la solución adecuada. Tal cual está planteado este órgano, no ha sido más que un cuerpo que solo parió divagaciones y proyectos. El alto índice de conflictividad y los desencuentros cada vez más evidentes avalan esta situación.

Y en tercer lugar el plan económico tal vez (y sin tal vez) de esta pequeña síntesis de discordancias ministeriales, aquí encuentre la causa fundamental, del discurso gatopardista. En efecto una política financiera debe ser la expresión de una política económica. Dicho de otra forma, la política financiera es una de las formas de realización por el Estado, de una política económica.

Por lo tanto, debe ser una política de conjunto que abarque el proceso en su totalidad y que ajuste a esa visión y a esa finalidad común, las distintas y escalonadas soluciones parciales que los hechos reclamen.

Danilo Astori y Tabaré Vázquez

Se nos dice el país tiene que producir, para producir tiene que trabajar e invertir. Se nos dice que necesitamos capitales extranjeros, asistencia técnica y económica, una especie de panacea y verdad axiomática, pero pocos, muy pocos se plantean el problema en términos exactos, pocos muy pocos, emiten dudas sobre las ventajas del sistema, o se interrogan sobre las repercusiones de éste, y ahora estamos en ese escenario

No toda inversión por el simple hecho de serlo debe ser justificada. En ese sentido no nos pareció adecuada en su momento la introducción de parques industriales estilos la planta de celulosa en Fray Bentos, o las zonas francas, o condicionarnos al estallido de una burbuja inmobiliaria en nombre de las inversiones, el mercado, y la creación de fuentes de trabajo.

Más grave aún es que en la actual coyuntura, el proceso de globalización ha supuesto una desarticulación de las clases sociales. Las nuevas formas de acumulación y poder pretenden dejar obsoletas las interpretaciones donde el dominio y la explotación social son origen en una estructura clasista. Ahora son elites independientes, sin conexión ni origen clasista quienes determinan el proceso de acumulación y reproducción del capital Por ello, se recomienda que los análisis de clases deban ser superados en tanto son marginales.

Bajo este enunciado se intenta demostrar que las relaciones sociales de producción no responden ya a la contradicción capital-trabajo.Se recrea el proceso de concentración de la riqueza, y las formas de explotación de las nuevas elites empresariales, políticas y financieras como si se tratase de un proceso de descomposición del orden social determinado por la existencia de clases sociales.

Discutir sobre la organización política es una cosa diferente que señalar la existencia de un orden social fundado en una estructura de clases sociales antagónico y complementario.

Los conceptos de burguesía, proletariado industrial o rural, así como de elites siguen constituyendo el principio sobre el cual analizar el orden social y político dependiente del proceso de acumulación y reproducción del capital global.

De ahí que predominen en aquellos editorialistas y articulistas de los nuevos tiempos, los conceptos genéricos como pueblo, nación, población o consumidores y ciudadanos que en realidad son entidades abstractas donde no se aprecian las diferencias difuminándose las relaciones de clases– muchas veces negándola– en un conjunto indeterminado de estratos sin vínculo alguno con la configuración de un proyecto social de dominio y explotación como lo representa el capitalismo.

Los analistas clasistas no concluyen en otorgar una posición política, revolucionaria o no, a la clase obrera en la lucha contra la explotación, la democracia y la justicia social. Si bien durante los años sesenta se produjo esta homologación, porque su lugar fue la arena política, en los talleres y en la movilización, y no el simple debate en los pulcros salones de la burguesía acerca de las formas en que se estructura la sociedad contemporánea.

Pero las certezas muchas veces se transforman en dudas y estas se hacen realidad cuando los hechos así lo determinan. Poco valió el dogmatismo de la conducción económica pretendiendo estar blindado a las inclemencias de los mercados internacionales, y las crisis de nuestros vecinos Argentina y Brasil que desbordan y arrastran nuestras frágiles economías como una rama en el rio.

 

Tal vez si empezamos por comprender el significado de José Artigas, más allá del umbral de su estatua y recurrir a su enseñanza aquella que nos recuerda, que es mejor tener alguna defensa a no tener ninguna y es mejor morir peleando que entregarse de antemano, con dulce resignación, arrullados y anestesiados por el engaño del capitalismo globalizador.

Triste papel el de aquella izquierda de soñadores -si ya lo sé,  no se puede hacer otra cosa-trasnochados.

 

**Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

VERSIÓN EN PORTUGUÉS

Uma frágil economia arrastrada pelo rio da globalização

Por Eduardo Camín

O Uruguai sempre aceitou de bom grado os investimentos estrangeiros diretos, outorgando tratamento preferencial às empresas do exterior que se instalam no país sem nenhum tipo de discriminação. Esta dinâmica de investimento é acompanhada por um marco de segurança jurídica e estabilidade política, além de um suporte inegável de novas tecnologias e infraestruturas de todo tipo.

Durante a última década, o Uruguai manteve uma taxa de crescimento superior à média do continente, graças a esses investimentos estrangeiros, especialmente europeus, e mais especificamente os espanhóis, com destaque aos bancos, serviços e a produção de celulose. A cifra de investimentos diretos relacionados ao PIB é de 5,3%. Só o Chile supera esta marca no continente, o que significa uma certeza quase infalível e inclusive dogmática da equipe econômica liderada pelo contador Danilo Astori.

Na representação popular, a ideia mais generalizada do fenômeno é simples: um país rico, um organismo internacional ou alguns fundos de investimento emprestam capital ao país, e com esses empréstimos o governo investe em novas infraestruturas, estradas, ampliação das fontes energéticas… mas, sobretudo, esse dinheiro se usa para pagar as dívidas antigas.

Resumindo em uma ideia simples: sem tais empréstimos não poderíamos enfrentar nossas obrigações, nem melhorar nossos serviços, nem produzir mais no setor agropecuário, nem criar novas empresas. Ou seja, não poderíamos nos desenvolver. Mas observemos um instante o que acontece ao nosso redor, e ordenemos os fatos, ou teremos que seguir mentido para nós mesmos, tratando os desejos como realidades e assimilando grandes e vazias palavras.

Num mundo onde a economia está globalizada e a política fraturada, o choque entre estes dois movimentos contrapostos só pode conduzir à paralisia e ao conflito.

Em tal marco, vale a pena perguntar qual é o sentido de seguir com a discussão sobre as facetas, os ângulos e as minúcias do pensamento político da “esquerda progressista”, quando a prática se tornou impossível, uma vez que os instrumentos antigamente capazes de impulsar as organizações políticas nacionais se tornaram reféns da lógica instrumental de um capitalismo multinacionalizado.

Poderão dizer que o tempo transcorrido de governos progressistas é pequeno se comparado em termos históricos, o que impede realizar valorações que condenem os mesmos, mas depois de três gestões progressistas, já não são os sinais governamentais os que nos preocupam e nos levam a opinar, e sim os fatos cujos riscos envolvem a todos, e beneficiam a alguns poucos.

Os fatores mais relevantes dessa análise ganham mais significados quando examinados em comparação com outras realidades. Se a crítica cultural foi uma parte fundamental da tradição da esquerda, não deveríamos nos esquecer das razões da política sobre as da economia, que foi o que levou a esquerda às altas esferas do Estado.

Assumido este rol através da expressão da vontade popular, o desafio real esperado era a intervenção na esfera pública para contrapesar o poder da minoria proprietária da riqueza. Sem a pueril pretensão de ser analista infalível, destacamos alguns dos aspectos principais sobre os quais o governo, sumária e talvez arbitrariamente, tem insistido.

A modificação da estrutura agrária, a reforma do ensino, a planificação da economia: três medidas que servem para entender quais os projetos que o governo vem desenvolvendo, suas principais linhas de trabalho, as quais alguns considerarão pouco, e outros acharão que é muito. Isso é inevitável. Estas três políticas que destacamos bastariam para se ter uma ideia definitiva sobre se – além da concepção geral à qual respondem – elas servem para se chegar a uma concordância a respeito.

Em primeiro lugar, a produção agropecuária – para a qual estamos especialmente dotados, por diversas razões: demográficas, climáticas, geográficas, etc – enfrenta um ajuste visando uma estrutura que é insuficiente e que será cada dia mais, porque suas melhoras foram planejadas tendo em vista apenas os termos de competitividade. Agir sobre esse aspecto não deveria significar copiar outros modelos, que tem a ver com outras necessidades e realidades, e sim fazer com que a estrutura seja produtiva e eficiente.

Mas mudar não significa andar abraçado às cobras, com o chapéu na mão, mendigando empréstimos no exterior. Não adianta proclamar um princípio nacionalista e defendê-lo, se as circunstâncias, no fim das contas, podem fazer com que tudo termine sendo ajustado às necessidades do mercado global. Neste sentido, se está entregando soberania e patrimônio, basta ver quem são os donos das fazendas.

Em segundo lugar, a reforma do ensino se resumiu à criação de um órgão consultivo, com uma equipe numerosa e recursos moderados, mal distribuídos, sobre o qual confluem interesses específicos e diversos, e que não serão capazes de realizar essa obra urgente: reunir, ordenar, analisar os casos e dar a solução adequada a cada um deles. O órgão, tal como está organizado, não passa de um corpo que só pariu divagações e projetos. O alto índice de conflito interno e os desencontros cada vez mais evidentes entre os líderes comprovam esta situação.

Em terceiro lugar, a partir desta pequena síntese de discordâncias ministeriais, podemos extrair, talvez (ou talvez não), a causa fundamental do discurso dissimulado do governo. Efetivamente, uma política financeira deve ser a expressão da política econômica. Em outras palavras, a política financeira é uma das formas de realização, por parte do Estado, de uma política econômica.

Portanto, deve haver uma política conjunta que abarque o processo em sua totalidade e ajuste essa visão e finalidade comuns, em resposta às diferentes e paulatinas soluções parciais que os problemas demandem.

O governo diz que o país deve produzir, e para produzir tem que trabalhar e investir. Diz que precisamos dos capitais estrangeiros, de assistência técnica e econômica, uma espécie de placebo usado como verdade axiomática, mas poucos, bem poucos mesmo, apresentam o problema em termos exatos, emitem suas dúvidas sobre as vantagens do sistema, ou se perguntam sobre as repercussões dele. E agora estamos neste cenário.

Nem todo investimento, pelo simples fato de sê-lo, deve ser justificado. Nesse sentido, não pareceu adequada, em seu momento, a introdução de parques industriais como a planta de celulose na região de Fray Bentos, ou as zonas francas, ou as medidas que fizeram o país estar condicionado aos estouros das bolhas imobiliárias, em nome dos investimentos, do mercado e da criação de fontes de trabalho.

Mais grave ainda é o fato de que, na atual conjuntura, o processo de globalização implica numa desarticulação das classes sociais. As novas formas de acumulação e poder pretendem deixar obsoletas as interpretações onde o domínio e a exploração social têm sua origem numa estrutura classista. Agora, são elites independentes, sem conexão nem origem de classe, as que determinam o processo de acumulação e reprodução do capital. Por isso, se recomenda que as análises sobre as classes devem ser superadas, por serem marginais.

Sob este enunciado, tenta-se demostrar que as relações sociais de produção não respondem mais à contradição capital-trabalho. O que existe agora seria mais como um processo de concentração da riqueza, ajudado pelas formas de exploração das novas elites empresariais, políticas e financeiras, como se este fosse parte de um mecanismo de decomposição da ordem social determinada pela existência de classes sociais.

Discutir sobre a organização política é diferente de apontar a existência de uma ordem social fundada numa estrutura de classes sociais antagônicas e complementárias.

Os conceptos de burguesia, proletariado industrial ou rural, assim como os de elites, ainda constituem o princípio sobre o qual se analisa a ordem social e política dependente do processo de acumulação e reprodução do capital global.

Por isso predominem, entre os editorialistas e articulistas dos novos tempos, conceitos genéricos de povo, nação, população, consumidores e cidadãos; como se fossem entidades abstratas, que não levam em consideração as diferenças entre as relações de classes – e que muitas vezes as negam – dentro de um conjunto indeterminado de extratos sem vínculo algum, e observam a configuração de um projeto social de domínio e exploração, como o que representa o capitalismo atual.

Os analistas classistas chegaram a uma conclusão, ao outorgar uma posição política à classe operária, revolucionária ou não, e permitir a ela uma luta contra a exploração e pela democracia e a justiça social. Contudo, durante os Anos 60 houve essa homologação, porque o lugar desse embate foi a arena política, nas universidades e nas ruas, através de grandes manifestações, e não os pulcros salões da burguesia, e abordando meramente as formas nas quais se estrutura a sociedade contemporânea.

Mas as certezas muitas vezes se transformam em dúvidas e essas se tornam realidade quando os fatos assim o determinam. De pouco serviu o dogmatismo da condução econômica, que pretendia blindar o país contra as inclemências dos mercados internacionais, e as crises dos nossos vizinhos, Argentina e Brasil, que transbordam e arrastram as frágeis economias periféricas como um ramo levado pela corrente do rio.

Talvez, se começarmos a tentar compreender o significado de José Artigas para além do limiar de sua estátua, e a conhecer seus ensinamentos, como aquele que nos lembra que é melhor ter alguma defesa a não ter nenhuma, e que é preferível morrer lutando que se entregar antes de lutar, com doce resignação, ajoelhados e anestesiados pela falácia do capitalismo globalizante, poderemos mudar o triste papel dessa esquerda de sonhadores desvelados.

Eduardo Camín é jornalista, membro da Associação de Correspondentes de Imprensa da ONU, redator-chefe internacional do Hebdolatino e analista associado ao Centro Latino-Americano de Análise Estratégica (CLAE)

 

 

 

 

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