Julián Axat
La lectura de Reflujo (Paradiso, 2025) me ha impactado. Hay, por supuesto, una búsqueda común que también me une a Ernesto, en tanto búsqueda literaria que emprendemos muchos hijos de desaparecidos, en la deconstrucción de la “hijitud” (para ponerlo con palabras que usa Ernesto), un imaginario compartido que es el que nos dio la
historia para componer nuestros materiales de identidad.
Recuerdo hace mucho, que Nicolás Prividera, gran cineasta, hijo también, hizo una clasificación de Hijos, que viene a cuento para pensar la novela de Ernesto, porque él mismo la sugiere en uno de los capítulos. Se trata de los Hijos “replicantes” y los Hijos “mutantes”. En esta tipología “hijística”- de la “hijitud”, se juega uno forma de pararse ante
la historia, y sobre todo, ante la pregunta Sartreana: “¿qué hacer con lo que han hecho de nosotros”? ¿Qué hacer con los padres?
Claro que ese tipo de preguntas no tienen la misma respuesta ahora, que, seguramente, en 1995, cuando Hijos dio sus primeros pasos como colectivo. Quizás en aquel momento aparecía la cuestión Hamletiana: el susurro del fantasma del padre, clamando venganza, repartiendo las culpas. En la tipología de Prividera, los Hijos replicantes serían serían una suerte de blade runner de sus padres, seudo-copias, detrás de una forma de la revolución que ya no era posible.
Pero sería necesario rescatar del olvido. Porque eso es lo que hizo Hijos en los primeros tiempos de su existencia. Recuperar la figura de sus padres, homenajearla, ponerla bien arriba en un momento de impunidad. Allí donde los juicios no eran posibles, y donde el indulto leas daba la pauta del escrache.
El tiempo saldó ciertas diferencias, y comezaron a aparecer en la diversidad de historias que componen a la generación de Hijos (porque Hijos es una generación basada en dos componentes: nacidos en dictadura y adolescidos en los 90´); es ahí cuando la figura del Hijo replicante, da lugar a la figura de la hijitud mutante. Está última, una identidad rizomática, inmanente, puro acontecimiento. Individual, pero también algo de colectiva en
el armado de lo detectivesco.
El Hijo mutante no replica a los padres en sus discursos, no los copia, busca indagar su propia herencia sobre el vacío y los cambios histórico-políticos. Hace de sus huesos (de los huesos hallados de sus padres) un Frankestein feliz.
Acá aparece la novela de Ernesto, porque la historia del hijo protagonista, es la historia de un hijo mutante. Alguien que se va a encontrar con su identidad y con un resto de su padre hallado en una fosa común, y de ese resto va a construir un franskestein hijístico, pero también un mecanismo de justicia poético: en un tiempo que ya no se honra la memoria como un clishé, sino que la memoria pública está explotada por los acontecimientos desquiciados.
Voy a tomar varios puntos de Reflujo que me interesa subrayar:
* Reflujo como zona de la memoria y como afectación:
Todavía recuerdo cuando en uno de nuestros encuentros, hace ya bastantes años, Américo Cristófalo (editor de esta novela) me regaló un libro. Leélo y después me contás, me dijo. Su autor Jack Fucks, la memoria de un sobreviviente del holocausto, que vivió aquí en Buenos Aires y que falleció ya hace unos años. Supongo que era amigo de Américo, creo que él tenía muchos libros de Fucks y se los regalaba a distintas personas.
La tesis de Fucks giraba en torno a la repetición posible del holocausto en el futuro. Pues nada garantizaba la no repetición del Mal, ni siquiera el hecho de recordar. Siempre se me quedó grabada aquella idea, sobre todo porque el libro se editó durante la época del kirchneirismo, un tiempo de celebración de la memoria y de las tesis del “recordar para no repetir”. Con lo cual, la idea de Fucks era algo incorrecta. Sin embargo Américo nos ofrendaba ese libro para la posteridad. Para ahora.
Cuando leía el libro de Ernesto pensé que su editor me invitaba a estar aquí junto a él, porque aquella idea de Fucks volvía de alguna manera. Retorno y reflujo. Pero el reflujo no es una patología de la memoria, sino una manera de quedar afectados por ella. Es una especie de virus y no una patología (acaso patología de la memoria
podría ser el deja vú, al decir de Paolo Virno). El virus de la memoria como reflujo nos afecta el cuerpo, ataca el estómago, produce bilis, nos hacer regurgitar. El pasado revuelve. La repetición de la tragedia -o de parte de ella rompe- con el clishé de una memoria políticamente correcta. Para decirlo con el gesto de Guy Debord, una memoria
para el espectáculo.
La derecha retorna, y si retorna de otra forma, es porque retornan sea como tragedia-o como farsa los Hijos de esa derecha.
* Los Hijos mutantes de la derecha
Hay en la novela como una suerte de homenaje invisible al escritor Roberto Bolaño. A su Literatura Nazi en América (Seix Barral, 1996). El verdugo y el hijo del verdugo son representantes equivalentes a las víctimas y a los hijos de las víctimas. Pues si los padres setentistas buscaban hacer la revolución y sus captores eran sus torturadores, los hijos
de los híjos de esos torturadores también pueden replicarlos, o ser mutantes.
Cuando hablo del juego con Bolaño pienso en ciertos personajes, como el hijo del general Ahumada (ecarnizado represor y tortutador de los 70`), más tarde Andrés Altamira, joven intelectual filólogo e historiador de derechas, a un reclutador y agitador rústico de otros jóvenes como él, tan esperpénticos como bandas de descerebrados linchadores fascistas de las redes.
* Elige tu propia aventura
Encontramos en Reflujo un tiempo de narrar. La segunda persona del singular. Esa es la voz del hijo, que habla sobre el hijo protagonista.
“Elige tu propia aventura”, fue la serie de libros de literatura infantil que marcó a gran parte de nuestra generación. Escrita en segunda persona, se caracterizaba principalmente en que el lector es quien toma decisiones sobre la forma de actuar que tienen los personajes y modifica así el transcurrir de la historia: ¿Si quieres ir a tal lado, puedes ir a la página X,si deseas regresar, dirígete a la página Y?
Recuerdo que yo coleccionaba esos libros, y supongo que Ernesto también. En la búsqueda de nuestra identidad, estoy seguro que se coló en algún punto ese tipo de trama. Y de lo que no dudo, es que en los fracasos de nuestra generación, está haber elegido la opción incorrecta.
Es como una voz que zumba el oído. En este tiempo, es como el espectro del padre susurrando en el oído de Hamlet. Independientemente del estado metal del protagonista, el hijo mutante escucha esa voz.
* El problema de la venganza
Creo que la novela de Ernesto bucea en el tema de la justicia y la reparación, desde el lado B. que es un lado maldito de los que pocos a esta altura quieren hablar: el de la venganza.
Las madres y las abuelas, nos enseñaron (y esa fue su lucha y legado) que no se debe vengar a los desaparecidos. Es el amor y la justicia la única respuesta. Los Hijos nacimos con esa creencia que ellas nos transmitieron y aún la honramos (nunca a odiar). Por eso el escrache fue nuestro límite. El escrache (pese a que la jueza federal de San Isidro Sandra Arroyo Salgado, considere el escrache un acto de terrorismo, el escrache es una forma pacífica y creativa de protesta, nunca de venganza).
Nunca pasamos del escrache. Nunca matamos a Videla ni a ningún otro. Astiz, a lo sumo, se comió un par de trompadas. El resto, es, y fue, la lucha por la justicia. Juicio y castigo y cárcel común. Los lemas. Nunca Hijos pasó de ahí. De esos límites. Lo interesante de la novela de Ernesto es que juega con esos límite. Un hijo de desaparecidos que se cansa de esa actitud buena y es por su identidad mutate que pone a prueba la ruptura de esos límites. Porque la derecha también ha roto todos los límites y retorna, hace reflujo. Y porque además, la reconciliación, -a esta altura y más que nunca- se trata de una quimera (los verdugos mantienen su pacto de silencio sobre el destino de los desaparecidos).
El verdugo y la víctima no están en un mismo plano, ni lo van a estar; sin embargo sus roles podrían ser intercambiados. Ernesto Espeche ficciona esa posibilidad. El contexto político del régimen que describe (que es juego de la actual realidad en sentido de lo distópico, que es sin duda la actual realidad argentina) la víctima puede llegar a convertirse en victimario, basta un cruce sorpresivo. Una circunstancia que lo dispare. El secuestro del hijo del torturador de sus padres como venganza generacional (no es un secuestro al padre), se presenta como desafío a los límites de lo posible, en otros contextos en los que ese pasado produce el reflujo.
La violencia política es la inversión de las armas, una crítica a la armas: donde el fémur no es solo una parte del cuerpo de su padre desaparecido hallada por el Equipo Argentino de Antropología Forense, sino que se transforma en un arma perfecta, que funciona como un bate de baseball para golpear la cabeza del hijo del torurador. Y el pañuelo de las madres, no es un manto sacro de la memoria, sino una mordaza perfecta para impedirle la voz al
secuestrado.

En esa inversión de las piezas de la memoria, se borran límites entre militante bueno y militante malo. Todos son (posiblemente) mutantes y malditos, en un contexto donde han desquiciado la memoria, y donde todos (incluyendo a los malos) tienen el reflujo del pasado en su pecho. Todos son capaces de cualquier cosa. Hay necesidad de cierta maldad, a la que el progresismo bienpensante ha renunciado hace tiempo, en función de las comodidades de la memoria factual.
Viendo a los personajes que hoy nos gobiernan, a uno le dan ganas de convertirse un canalla. El ejercicio de
imaginación es una posibilidad.Nuestros padres eligieron la violencia no por odio, sino por la alegría de la revolución. En la critica a la violencia, siempre se escapa este detalle. La violencia que nace de un acto justo, no es igual a la que nace del odio y del deseo de hacer el mal.
Hay algo paródico y de mucho humor negro en la novela de Ernesto. Se parece -por de pronto- a un culebrón. Como un guión de película de Alex de la Iglesia, donde el hijo secuestra, los setentistas salen a salvarlo, y el periodista de derecha se queda buscandoel Mal sin encontrarlo. Son personajes que giran sobre sí mismos desbordados por la
historia.
* La novela es una pregunta por el lugar de los Hijos
Hijos (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) acaba de cumplir 30 años de vida. Hijos como colectivo fue una experiencia en los90´ que pateó el tablero, en un contexto de impunidad. Un encuentro que potenció nuestras historias desperdigadas en la invidividualidad e indiferencia. La voz de hijos fue
muy importante para la época, para los juicios, pero también un se constituyó como un actor en e arco de los organismos de derechos humanos en el impulso del proceso de memoria, verdad y justicia.
Entre 2003 y 2015, y en parte entre 2019 y 2023 tuvo una presencia estatal en muchos espacios que incidió. ¿Y luego qué? El régimen fascista detona las categorías correctas de la política que usamos hasta hace poco. La derecha nos quiere hijos de terroristas subversivos, y no hijos del terrorismo de Estado o del genocidio.
La novela de Ernesto Espeche, Reflujo, es material necesario para plantearse preguntas de cara a los 30 años de Hijos y los 50 del golpe. Para incomodar a aquellos que siguen en una zona de confort. Para enriquecer la mirada.
*Como poeta inició su actividad en 1992 con el grupo Los Albañiles.[ Ha publicado en diversas revistas nacionales y extranjeras. Su poesía ha sido traducida al francés, inglés, italiano y portugués. En el año 2007 fundó junto con Juan Aiub la Colección de poesía Los detectives salvajes, de la editorial Libros de la Talita Dorada.[