Argentina: Cuando ésto termine
Jorge Elbaum
Cuando esto termine –porque va a terminar–, vamos a festejar con el alivio de sabernos fuertes, de haber atravesado este desquiciado laberinto de crueldades sin haber perdido la brújula del amor a nuestra Patria.
A veces vemos el inicio del fin de una pesadilla en la rendija de una noche. Nos despertamos al día siguiente y empezamos a sentir que estamos, por fin, sacudiéndonos los residuos de una confusión vaporosa. Después de que el daño colectivo nos hirió con insistencia durante más de setecientos días, tenemos la sensación de que estamos respirando un poco mejor. Siempre supimos que la angustia trabaja contra el aire. Hace piruetas en la sombra para quitarnos calma. La zozobra es refractaria a la dilatación pulmonar. Esa sensación de ventilación emocional, de apertura al ingreso suave de oxígeno, es lo que experimentamos la noche del domingo cuando escuchamos el audio de Cristina y las palabras de Axel.
Algo se estaba reacomodando. Se exhibía, en el escenario de La Plata, una combinación de sensatez, racionalidad y templanza. Muchos –mientras celebrábamos el límite impuesto a la derecha– nos preguntábamos sobre la temporalidad del aguante. Sobre el registro de aquello que se entiende como soportable. No sabemos con certeza qué tipo de irritación habilitó la flagrancia de ese desvarío de gritos, insultos y prepotencia acobardada. Qué impotencia permitió que un desquiciado mental se convirtiera en la pesadilla diaria de una sociedad entrenada en sobrevivir a diferentes crisis económicas.
Cuando esto termine –porque va a terminar–, vamos a homenajear a las luces que nos impidieron creer que esto era el fin de los días. Vamos a mirar a los ojos a quienes sufrieron, pensaron y sintieron que ya no habría recuperación posible frente a tanta intimidación legitimada por medios, jueces y mercenarios de los votos legislativos. Vamos a volver a recordarles, a los alicaídos, que la vida siempre resurge como una profecía de esperanza, incluso cuando el viaje transcurre por los reinos de una ultratumba infernal, y no está Virgilio para guiarnos.
Cuando esto termine –porque va a terminar–, vamos a memorizar el sufrimiento de los abuelos, los universitarios, los científicos, los pacientes oncológicos, los discapacitados. Las sensaciones tristes de quienes atravesaron este desierto de espinas con dolores cotidianos, con broncas acumuladas, con angustias indescifrables. Vamos a pasar la película –cerrando los ojos– de los laburantes que perdieron su trabajo, del desprecio soportado por los sectores más desvalidos. Vamos a escribir en las paredes el nombre del pibe con autismo que fue humillado por un crápula. El domingo fue un parteaguas que nos permite replantear algunas cosas. Tenemos más cerca el fin de esta demencia.
Cuando esto termine –porque va a terminar–, vamos a festejar con el alivio de sabernos fuertes, de haber atravesado este desquiciado laberinto de crueldades sin haber perdido la brújula del amor a nuestra Patria.
Probablemente, uno de sus orígenes se vinculó con el trauma producido por el aislamiento del COVID. Los jóvenes–especialmente los adolescentes– sufrieron de forma particular el encierro y fueron la infantería electoral del triunfo liberticida. Un segundo elemento se relacionó, seguramente, con la frustración de un gobierno que abandonó los compromisos asumidos, traicionando el mandato otorgado por Cristina a Alberto Fernández. Una tercera quedó explicitada por altercados recurrentes entre la vice y el presidente. Una cuarta estuvo ligada a la ética apócrifa del máximo referente del Poder Ejecutivo, que se encargaba de celebrar cumpleaños en plena cerrazón pandémica. Una quinta, sin duda, estuvo anudada a la incertidumbre inflacionaria.
Milei aseguró que iba a superar las tres últimas, con una combinación de una transparencia burocrática, desaliento de los debates institucionales y –sobre todo– con solucionar el problema de la inflación. Todos esos objetivos fueron explotados por las usinas comunicacionales de las corporaciones que venían testeando la frustración y el cansancio: su apuesta fue apuntalar las opciones de radicalidad fascista que expresaba el liberticida para superar al PRO y a la medianía de Alberto Fernández.
Bingo: encontraron un outsider a quien empoderar, un frenético a quien arropar, un títere con quien jugar –aparentemente– por fuera del establishment, que se diferenciaba de los dos últimos gobiernos a través de gritos e insultos. La jugada duró poco. Primero, porque el PRO se sumó a la cruzada criminal del ajuste, y después, porque la inflación se redujo artificialmente a costa de «pisar» las paritarias, incrementar los despidos, aumentar la defunción de las PYMES, generar una recesión ritual incrementando un endeudamiento gigantesco.
El malentendido se extendió durante 23 meses gracias a la insistente protección mediática que ubicó las bravuconadas de Milei en el lugar de una cruzada contra la corrupción estatalista. Endiosaron a un muñeco de torta que adora el dinero, que cree rugir como un león y que presume de ser la reencarnación de Moisés. Un profeta que sus acólitos –con micrófono, o con perfiles violentos de redes sociales– eludieron recomendar su urgente internación psiquiátrica.
Nunca un oxímoron fue más categórico: un neoliberal adicto al egoísmo extremo que defiende la venta de órganos y de niños, que –de la noche a la mañana– es rebautizado como un sujeto que renuncia a la ambición dineraria en nombre del bien común, al tiempo que se pavonea como economista experto en «hacer dinero sin dinero». Un zorro en el gallinero motivado por el triple objetivo profano de (a) manotear todo billete disponible, (b) seducir a los grandes capitales financieros, y (c) ganarse la confianza de varios capitostes corporativos que le aseguren algún conchabo para cuando la crisis política lo destituya.
Este sujeto desaforado sigue contando con la autorización de los jefes del FMI. Sigue teniendo el apoyo –cada vez más minoritario– de sectores que lo habilitan a reproducir un desquicio gestual y productivo. Que le otorgan un aval a quien posee una sensibilidad clausurada para sentir empatía por otra criatura que no sea un perro o su hermana. A diferencia de lo que sucedió en la dictadura genocida, la perversión macri-mileísta no apeló a los lenguajes fantasmagóricos, al ocultamiento. No dijo: «no son, no están, están desaparecidos». La truculencia del actual gobierno alardeó de las víctimas de forma explícita y desaforada. Festejó su desposesión e intentó pedagogizar acerca de la necesidad de pisar a los lastimados para disfrute de quienes podían sentirse a salvo de sufrir esa trituradora de carne.
Cuando esto termine –porque va a terminar–, Milei será recordado como un brote psiquiátrico de la argentinidad. Su imagen se convertirá en una evocación vergonzante: ¿Cómo fuimos capaces de ungir a este espécimen grotesco, opuesto a toda humanidad, en la representación política? Cuando esto termine, uno de nuestros primeros gestos asumirá la forma de un homenaje íntimo, a quienes mantuvieron la llama. A los que señalaban la debilidad intrínseca de un personaje desechable, cobarde y desquiciado.
Cuando esto termine –porque va a terminar–, vamos a homenajear a las luces que nos impidieron creer que esto era el fin de los días. Vamos a mirar a los ojos a quienes sufrieron, pensaron y sintieron que ya no habría recuperación posible frente a tanta intimidación legitimada por medios, jueces y mercenarios de los votos legislativos. Vamos a volver a recordarles, a los alicaídos, que la vida siempre resurge como una profecía de esperanza, incluso cuando el viaje transcurre por los reinos de una ultratumba infernal, y no está Virgilio para guiarnos.
Cuando esto termine –porque va a terminar–, vamos a memorizar el sufrimiento de los abuelos, los universitarios, los científicos, los pacientes oncológicos, los discapacitados. Las sensaciones tristes de quienes atravesaron este desierto de espinas con dolores cotidianos, con broncas acumuladas, con angustias indescifrables. Vamos a pasar la película –cerrando los ojos– de los laburantes que perdieron su trabajo, del desprecio soportado por los sectores más desvalidos. Vamos a escribir en las paredes el nombre del pibe con autismo que fue humillado por un crápula. El domingo fue un parteaguas que nos permite replantear algunas cosas. Tenemos más cerca el fin de esta demencia.
Cuando esto termine –porque va a terminar–, vamos a festejar con el alivio de sabernos fuertes, de haber atravesado este desquiciado laberinto de crueldades sin haber perdido la brújula del amor a nuestra Patria.
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)