Hasbará y genocidio

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Hasbará es una palabra en hebreo que significa explicación o esclarecimiento. En los hechos, indica una agresiva estrategia de propaganda, engaño y desinformación que despliegan el Estado judío y sus proxis para justificar los abusos y los crímenes de lesa humanidad que cometen contra la población palestina. No es algo reciente. El exitoso eslogan “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” revela que la voluntad de deshumanizar a los palestinos se encuentra en el origen mismo del sionismo.

A principios del siglo XX, Palestina tenía unos 600 mil habitantes, de los cuales 87 por ciento eran árabes musulmanes, 10 por ciento árabes cristianos y sólo 3 por ciento eran judíos nativos. En esa época, Jerusalén, Gaza, Haifa y Hebrón eran ciudades prósperas con una población en crecimiento. Los palestinos tenían historia y tradiciones culturales: literatura, gastronomía, teatro, danza, música, además de artesanías, como joyería de plata, cerámica, textiles y tallas de madera.

Otra impostura es el supuesto derecho de los juHasbará y genocidiodíos “a retornar a Palestina”, tierra de la cual habrían sido expulsados por los romanos en los primeros siglos de la era cristiana. Admitiendo, sin conceder, que dicha expulsión haya tenido lugar, los judíos askenazis que llegaron de Europa oriental a lo largo del último siglo son los descendientes de un pueblo de nómadas esteparios, los jázaros, que se convirtieron al judaísmo en la Edad Media y no tenían relación alguna con los judíos bíblicos. Una patraña más es que los colonos sionistas transformaron páramos estériles que yacían abandonados en tierras fecundas.

Además de ser conocida por sus olivos, dátiles e higueras, Palestina producía trigo, cebada y vid en abundancia, desde tiempos inmemorables. Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la humanidad se enteró del genocidio nazi contra los judíos, los sionistas proclamaron la creación del Estado de Israel con el beneplácito de la ONU y de las dos potencias ganadoras de la guerra: Estados Unidos y la Unión Soviética.

Fue un Estado supremacista desde el principio pues, según los planes de sus fundadores –entre ellos los “izquierdistas” David Ben-Gurión y Golda Meir–, la población no judía no tendría que rebasar 20 por ciento. Como consecuencia, decenas de miles de palestinos fueron asesinados y 750 mil huyeron convirtiéndose en refugiados. Esa fue la primera nakba, o catástrofe, la limpieza étnica de Palestina, pero gran parte del mundo creyó que se estaba rindiendo justicia a los judíos europeos sobrevivientes de los campos de exterminio.

La balada de  - Sociedad Hebraica Argentina
Golda Meir y David Ben Gurion

¿Cómo se puede rendir justicia a un pueblo agraviando a otro? Después de la Guerra de los Seis Días (1967), Elie Wiesel (premio Nobel de la paz en 1986) y otros sionistas decretaron la singularidad histórica del holocausto, por su carácter sistemático e industrializado y por la intención de aniquilar completamente a un grupo humano, los judíos, a partir de una ideología de odio racial. Esta es una verdad a medias. En su libro, La violencia nazi. Una genealogía europea, Enzo Traverso ha mostrado que el holocausto judío no es único, pues la historia del colonialismo está saturada de guerras de exterminio contra múltiples pueblos en África, Asia y América, siempre justificadas con la necesidad de eliminar las “razas inferiores”.

Hoy, Israel se presenta como la víctima inocente del antisemitismo y del terrorismo; sin embargo, la lista crímenes que ha cometido contra los palestinos es tan larga que corremos el riesgo de perder nuestra capacidad de indignación. Sus mal llamadas Fuerzas de Defensa –o FDI, “el ejército más moral del mundo”– han masacrado impunemente a decenas de miles de mujeres y niños y han violado sistemáticamente todas las leyes de la guerra. Últimamente se han deshonrado practicando el tiro al blanco contra gazatíes indefensos que se acercan a los puntos de entrega de comida manejados por una orwelliana Fundación Humanitaria de Gaza, financiada por Estados Unidos e Israel.

Ahora mismo, el Estado judío lleva a cabo la segunda nakba, un genocidio en gran escala que observamos impotentes en tiempo real. Sus perpetradores no lo ocultan, se ufanan de ello y tildan a los palestinos de animales humanos. Las atroces imágenes de niños gazatíes en los puros huesos evocan Auschwitz, y el plan de deportar a los palestinos a África se parece como gota de agua al fallido intento de los nazis en 1941 de reubicar a la población judía en Madagascar.

Por otra parte, las campañas militares contra Irán, Libano y Siria le deben mucho a la doctrina del Lebensraum (espacio vital) de hitleriana memoria. Lo cierto es que, contra la opinión del propio ejército, el gabinete de seguridad israelí ha aprobado la solución final: el plan de Netanyahu de ocupar integralmente Gaza, territorio que ya controla en 85 por ciento.

El próximo objetivo es Cisjordania. Así las cosas, las tareas de la hasbará son cada vez más complicadas. Varias dependencias gubernamentales de Israel trabajan tiempo completo para “explicar” el genocidio. Relaciones Exteriores ofrece becas y subvenciones a universidades, centros de investigación, ONG y empresas de comunicación y cabildeo. El Ministerio de Cultura y Deporte y el de Educación organizan actos culturales y artísticos con tufo a propaganda.

Son muy dinámicos en las redes sociales. Alteran algoritmos, corrompen periodistas; se entrometen en la vida de instituciones extranjeras. Un ejemplo es el programa “Héroes por la vida”, a través del cual militares israelíes con baja del servicio activo siembran la palabra sionista en escuelas públicas de Asia y América Latina, incluyendo México.

¿Qué sigue? Mientras Estados Unidos lo tolere, Israel profundizará sus políticas genocidas y sólo estará la resistencia palestina para contrarrestarlas, junto con la solidaridad internacional. Nuestra tarea es exigir el rompimiento de las relaciones diplomáticas, académicas, militares y económicas con el Estado sionista, según las indicaciones del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones). Pese a este panorama aterrador, hay un terreno en el cual la hasbará ya perdió.

En Israel y en los territorios ocupados, hay 7.5 millones de judíos frente a igual número de palestinos. Por más que no les falte determinación y brío, los sionistas no lograrán matarlos ni expulsarlos a todos. En pleno siglo XXI, un Estado etnorreligioso que devora todo lo que está a su alcance es una bomba de tiempo para la humanidad.

*Historiador italiano