¿Cuál es el plan de Putin para Ucrania?
Colectivo de investigación del Observatorio en Comunicación y Democracia – Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA)
El 24 de febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania. ¿Invasión? Sí. Cuando las tropas de un país entran en otro, reconocido internacionalmente como tal, es una invasión. Desde ya que ningún invasor suele reconocer que invade, por eso apelan a eufemismos y ponen nombres “atractivos” para que los medios de comunicación los repitan y eviten utilizar la palabra invasión.
No es nada original que Rusia la haya definido como “Operación Militar Especial”. Lo hacen otros países. Cuando Estados Unidos invadió Panamá en 1989 para derrocar a Noriega lo difundió como la “Operación Causa Justa”. De la misma manera, el Estado de Israel denominó “Espadas de Hierro” a su invasión de la Franja de Gaza en octubre de 2023.
Diferentes son los casos de fuertes intervenciones militares dentro de las fronteras reconocidas de un país. Por ejemplo, el Reino Unido envió numerosas tropas a Irlanda del Norte en la década del 70 del siglo pasado.
Por más que los irlandeses consideren que el norte de Irlanda es territorio ocupado por los ingleses y no reconozcan lo que se denomina “Irlanda del Norte”, para la legalidad internacional ese territorio es parte del “Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte”, nombre oficial completo del país cuya capital es Londres.
De la misma manera, cuando las tropas rusas entraron a Chechenia en 1994 y 1999 lo hicieron dentro de las fronteras de Rusia para combatir a los independentistas. Chechenia era y sigue siendo parte de Rusia. Por ende, desde la legalidad internacional no hay duda de la invasión de Rusia a Ucrania, amén de las motivaciones que invoque el Kremlin.
Las negociaciones actuales al más alto nivel entre Estados Unidos y Rusia, sin Ucrania, demuestran a las claras la dimensión geopolítica de la guerra. Es imposible saber su resultado, entre otros motivos, porque el discurso oficial ruso respecto de Ucrania fue cambiando una y otra vez. No sería extraño que eso sucediera nuevamente mientras persisten las negociaciones.
Aquí no se trata de justificar o condenar la invasión rusa, sino de comprender los objetivos del gobierno liderado por Vladimir Putin, aunque sus enunciados sean contradictorios. El tiempo dirá si hay documentos confidenciales del gobierno y de sus Fuerzas Armadas que brinden más detalles de los objetivos militares, territoriales y políticos de Rusia.
Mientras tanto, hay que basarse en las declaraciones oficiales rusas y principalmente- en los discursos públicos de Vladimir Putin. Apenas comenzada la invasión el presidente ruso le explicó a su población los objetivos de la “Operación Militar Especial”. Allí se explayó sobre los ocho años de persecuciones a los habitantes rusos de la región del Donbass lindante con Rusia, a las que calificó de “genocidio”.
Dijo que sus habitantes solo confiaban en Rusia y que las Repúblicas Populares de las regiones de Donetsk y Lugansk habían pedido su intervención para frenar las matanzas. Un argumento central de su discurso fue el de acusar al gobierno ucraniano de estar apoyado por neonazis.
Para la memoria colectiva soviético-rusa la invasión de la Alemania nazi a la Unión Soviética en 1941, que derivó en lo que llaman la “Gran Guerra Patriótica”, es una herida continua y parte de la identidad nacional. Por eso Putin aseguró que uno de los objetivos era la “desnazificación de Ucrania”.
Además, le atribuyó a la OTAN la idea de utilizar el territorio ucraniano para atacar a Rusia. Aseguró que habían actuado en “defensa propia” y que no iban a ocupar territorios ucranianos. Hasta aquí lo enunciado por Putin en ESE momento y ya se planteaba el gran tema a resolver si se firma un tratado: cuáles son las fronteras de Ucrania y qué demanda Rusia como territorio propio.
Siete meses antes del 24 de febrero, en julio 2021, Putin publicó un artículo titulado “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos” donde revisó la historia desde el siglo IX para explicar que la “antigua Rus” incluía a rusos, ucranianos y bielorrusos, y que los responsables de la independencia de Ucrania habían sido los bolcheviques por su principio leninista de la autodeterminación de los pueblos.
Por eso concluye sin mediatintas que “rusos y ucranianos fueron un solo pueblo”. Además, denunció que en 1954 “violando normas legales” se cedió a Ucrania la península de Crimea. Aunque no lo explica, vale la pena recordar que la cesión ordenada por Nikita Jruschov en 1954 se hizo dentro del territorio de la Unión Soviética y que nadie pensaba que Ucrania en 1991 se convertiría en un Estado independiente mientras la URSS se desintegraba.
Si bien Putin admite “respetar la lengua y tradiciones ucranianas y el deseo de los ucranianos de ver su país, libre, seguro y próspero”, el espíritu del artículo de 2021 es ambiguo y oscila entre el reconocimiento de una Ucrania independiente y su pertenencia a Rusia.
El 21 de septiembre de 2022, después de siete meses de intensos combates, Putin se dirigió a su pueblo por televisión para explicar los dos grandes ejes de la “Operación Especial”. Por un lado, que se buscaba la “liberación del régimen neonazi que secuestró el gobierno de Ucrania en 2014 como resultado de un golpe de Estado armado”.
Por el otro, reiteró su acusación a la OTAN de querer utilizar a Ucrania para desintegrar Rusia en pequeños Estados como hilo conductor de lo sucedido con la disolución de la Unión Soviética en 1991.
El discurso desde el poder en Ucrania desde la invasión fue siempre el mismo: exigir el retiro de todas las tropas rusas. Esta demanda unificó detrás de Volodimir Zelensky a fuerzas opuestas de ultraderecha-nazis y grupos de izquierda. Como ha sucedido tantas veces en la historia, la defensa de la patria frente a una invasión no implica la identificación con quien dirige al país, y en una misma trinchera pueden combatir juntos quienes se matan (literalmente) fuera de ellas. La guerra impulsada por la dictadura militar en Malvinas en 1982 es un buen ejemplo de ello.
Ahora hay que ver si Donald Trump y Vladimir Putin llegan a algún tipo de acuerdo sobre el futuro de las regiones donde se desarrollan los combates. Hay que decir que es muy difícil saber en tiempo real lo que sucede en el terreno.
Esto lo pueden explicar especialistas en cuestiones militares y quienes conocen al dedillo cada milímetro del país, porque hay encarnizados combates por franjas de apenas 50 metros que cambian de mano de un día para el otro. Las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia excluyen por el momento al gobierno ucraniano y a la Unión Europea que se sienten marginados y traicionados por el cambio de postura de la Casa Blanca.
Aunque Trump ha manifestado varias veces su decisión de abandonar la OTAN, Moscú desconfía y no es para menos. En el Kremlin todavía resuena la famosa frase del Secretario de Estado James Baker en 1990: “not one inch eastward” (ni una pulgada hacia el este). Los documentos desclasificados en Washington demuestran que Estados Unidos le aseguró a Mijail Gorbachov que la OTAN no se expandiría hacia las fronteras rusas a cambio de un acuerdo sobre la reunificación alemana.
Si su razón de ser era la política de “contener” a la Unión Soviética, se suponía que, con su disolución, la OTAN no tendría más sentido. Sin embargo, estaban mintiendo. No solo se expandió, sino que sumó a casi todos los países que conformaban la Unión Soviética y el llamado “Pacto de Varsovia”, la alianza militar que se formó –justamente- para contrarrestar a la OTAN y que se disolvió en 1991. En 1990 apenas 16 países conformaban la OTAN, y hoy ya son 32 para “contener” al nuevo enemigo: Rusia.
Habrá que ver si Putin está dispuesto a retirarse por completo de las regiones que ocupa y volver a las fronteras reconocidas antes del 24 de febrero de 2022. Seguramente exigirá un compromiso de Trump de que Ucrania no se incorpore a la OTAN y que no se persiga a los ciudadanos que se consideran rusos –o quieren pertenecer a Rusia- en las regiones fronterizas.
Su discurso ha cambiado varias veces, y cuando se negocia, todo puede seguir cambiando. Si James Baker y George Bush (p) eran poco confiables en 1990, con Trump la incertidumbre es aún mayor. El actual presidente de los Estados Unidos está desautorizando a Volodimir Zelensky, casi como obligándolo a renunciar y poner en su lugar alguien que acepte las indicaciones de quien está ahora en la Casa Blanca.
No es casual que el viernes 21 de febrero Estados Unidos presentara ante Naciones Unidas un proyecto de resolución sobre los tres años de guerra en Ucrania que tiene dos aspectos llamativos: no condena la invasión rusa ni sostiene la integridad territorial del país.
John Bolton, antiguo asesor en seguridad nacional y ex embajador de Trump ante Naciones Unidas, y que conoce muy bien a Trump, le dijo a la CNN que “hará un trato sobre los minerales y lo desechará o hará otro trato en el momento que convenga a sus intereses”. Claro como el cristal.
Trump hará hoy lo que crea conveniente y lo podrá cambiar en cualquier momento. Vladimir Putin lo sabe.