Unidos o dominados en el 2025
Colectivo de investigación del Observatorio en Comunicación y Democracia – Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA)
“El año 2000 nos encontrará unidos o dominados” es una famosa frase que dijo el general Juan Domingo Perón, expresidente argentino, hace más de 60 años. No se equivocaba.
Perón tenía como eje estratégico la integración suramericana en un contexto de enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética pregonando una “tercera posición”, basada en los países del llamado “Tercer Mundo”. El golpe de Estado que lo derrocó en septiembre de 1955 impidió que él ejerciera un liderazgo en el Movimiento de No Alineados (NOAL). Es el movimiento que nació en 1961 tras la recordada conferencia afro-asiática de Bandung (Indonesia) en abril 1955, liderada por su anfitrión Sukarno, Nehru (India) y Nasser (Egipto).
El contexto cambió. La esencia es la misma y se lo puede ver en 2025 con la llegada de Donald Trump al poder y sus sanciones a Cuba, Nicaragua y Venezuela, la imposición de tarifas, las amenazas a Colombia y la idea de retomar el control del canal de Panamá.
Han pasado 25 años desde el 2000 que señalaba Perón, y el mundo es otro. Pero América Latina sigue teniendo el desafío de la integración, aunque solo la impulsan los gobiernos progresistas y de izquierda. Cada vez que hay gobiernos de derecha y se alinean a la política global de la Casa Blanca se retrocede. A esto hay que agregarle que ni siquiera todos los gobiernos progresistas parecen comprender la necesidad de la integración.
El año 2000 cerró la década de gobiernos neoliberales donde sobresalían Carlos Menem en Argentina, Alberto Fujimori en Perú y Carlos Salinas de Gortari en México. Desde entonces hay una oscilación permanente entre aquello que Perón denominaba “unidos o dominados”. En palabras actuales: gobiernos que se pliegan automáticamente a Estados Unidos y otros que intentan tomar un camino que no dependa de Washington.
En el año 2005 se rechazó el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsado por Estados Unidos, luego se construyó la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y se creó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), organismos paralizados o inexistentes en la actualidad.
Trump hoy tiene apenas dos países aliados que le rinden pleitesía. Por un lado Nayib Bukele en El Salvador. Este se ofrece para albergar en sus cárceles de máxima seguridad a los deportados, que siempre son definidos como delincuentes por el presidente de los Estados Unidos. Por el otro, Javier Milei, que está en sintonía con las teorías más estrambóticas de Trump y sigue sus pasos abandonando organismos internacionales.
El resto no sabe qué hacer. Claro que tampoco es sencillo enfrentarse a la primera potencia mundial que puede utilizar múltiples mecanismos para presionar a cualquier país. Colombia, Panamá y México lo pudieran corroborar apenas asumió Trump.
La presidenta de Honduras, Xiomara Castro, convocó a una reunión de urgencia de los 33 países que conforman la CELAC para ver si se podía elaborar algún tipo de respuesta a las amenazas de Trump. La tuvo que cancelar por falta de quórum. Ella pudo comprobar que es muy difícil articular una respuesta, y no es solo por las diferencias ideológicas. Está claro que los gobernantes de derecha se oponen a cualquier proyecto de integración por su alineamiento ideológico con Estados Unidos. El problema lo tienen los otros, que no tienen propuestas, y no existe un liderazgo claro y fuerte como lo hubo con el trío Chávez-Lula-Kirchner, impulsores del NO al ALCA en 2005 y poco después de la creación de la UNASUR. Si alguna vez Rafael Correa soñó con que la CELAC reemplazaría a la OEA eso quedó solo en un sueño. Luis Almagro sigue en su poltrona, mientras Pepe Mujica –que lo propuso para el cargo- todavía debe preguntarse qué pasó con su delfín.
La llamada corriente progresista no ha sabido reconstruirse y reconvertirse después del período de gobiernos de derechas que destruyeron la UNASUR, incluso desmantelando su sede en “la Mitad del Mundo”, al norte de Quito. La destrucción de la UNASUR es un ejemplo de lo difícil que es construir y lo fácil que es destruir.
En marzo 2019 el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, anunció que su país abandonaría el organismo, siguiendo los pasos de Mario Abdo (Paraguay) , Jair Bolsonaro (Brasil), Iván Duque (Colombia), Mauricio Macri (Argentina) Sebastián Piñera (Chile) y Martín Vizcarra (Perú).
Siete de diez, porque Surinam y Guyana aún son marginales en la escena suramericana por su origen colonial neerlandés e inglés. A ellos se sumaría Jeanine Añez en Bolivia luego de derrocar a Evo Morales en noviembre de ese año. Ocho de diez.
En el ida y vuelta permanente entre gobiernos de signo opuesto, hoy en América del Sur la derecha (en el más amplio sentido de la palabra) gobierna en cuatro (Argentina, Ecuador, Perú y Paraguay) porque en Uruguay triunfó el Frente Amplio. Sin embargo, los otros (Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Venezuela y ahora Uruguay) no logran juntarse, y no es solamente por las diferencias sobre Venezuela.
La falta de un liderazgo con visión estratégica impide que los gobiernos progresistas puedan articular políticas con México -que es una potencia mundial- y algunos de América Central y el Caribe, incluyendo a Cuba, y darle vida –mínimamente- a la CELAC. Si cada país responde –y/o acepta- por separado las políticas de la Casa Blanca, las palabras de Perón de hace 70 años tendrán vigencia por muchos años.
2025 pareciera ser un año transformador para América Latina y sus relaciones con EEUU y China. La posibilidad de un cambio político en el Caribe será importante para configurar la profundización de las relaciones de la región con Beijing, así como sus respuestas a las iniciativas de la nueva administración estadounidense, sus presiones migratorias y las “sanciones” económicas a varios países de la región.
Habrá elecciones en Ecuador (segunda vuelta en abril), Surinam (mayo), Bolivia (agosto), Chile, Honduras y San Vicente y las Granadinas en noviembre). También están programadas, pero para finales de año, en Trinidad y Tobago, Jamaica, Guyana y Belice.
Hay fuerzas transformadoras que configuran la dinámica regional: el crimen organizado transnacional, la migración, los efectos del cambio climático, la revolución de la tecnología digital, nuevos patrones del relacionamiento de EEUU con la región, un mayor compromiso de China y una reconfiguración de la izquierda y del progresismo latinoamericano.
Ya transitamos una cuarta parte del 2025, y América Latina y el Caribe sigue impedida de juntarse, unirse, integrarse, mientras el gobierno de Estados Unidos actúa como si fuera en su patio trasero.