El método Bukele: desesperación y disciplinamiento
Pedro Brieger
Rosario, la ciudad de Lionel Messi, Angel Di María y Fito Paéz, tierra del Che Guevara, está desierta como en las épocas más duras de la pandemia. La población tiene temor de salir a la calle y ser víctima de un tiro por la espalda de algún joven pandillero, ya que los primeros días del mes de marzo mataron a varias personas al azar con el único fin de atemorizar a la población.
La argentina Rosario se suma a la lista de ciudades que sufren la violencia cotidiana por el crecimiento descomunal de jóvenes que se incorporan a pandillas y viven del narcotráfico. En todos los casos impera la misma lógica: a la falta de trabajo, los bajos salarios y la desaparición del Estado para contenerlos, la oferta de dinero de los narcos para vender droga —y/o matar— es insuperable.
De hecho, en la misma Rosario se realizó en 2022 un encuentro internacional denominado “Ciudades sin Miedo”, para buscar una respuesta social a la violencia. Este evento fue impulsado por el movimiento Ciudad Futura —inspirado en el Podemos español— cuyo candidato a alcalde, Juan Monteverde, fue derrotado por un puñado de votos en la elección municipal de octubre 2023.
En Ecuador, las masacres dentro de las cárceles entre bandas en los últimos años se han hecho moneda corriente y el presidente Daniel Noboa quiere que intervengan las Fuerzas Armadas y aplicar el “método Bukele”. Hoy el caso extremo es Haití, donde en 2023 asesinaron al presidente y el primer ministro se encuentra refugiado en Puerto Rico, porque el país está tomado por las bandas.
La política, sea de derecha, centro, o izquierda, se pregunta hace años cómo resolver este problema en América Latina y el Caribe.
Hasta que apareció Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, que se presenta como quien tiene la fórmula: el llamado “método Bukele”. Frente a la crisis haitiana ofreció su “método”: intervenir sin miramientos y acabar con las pandillas. Bukele gusta mostrar la baja drástica de la tasa de homicidios de 52 por cada 100 mil habitantes a 2 por cada 100 mil en 2023 para ratificar que su método funciona. En efecto, cualquiera que llega a El Salvador se encuentra con que el primer tema de conversación es que ahora se puede caminar en paz por las calles.
¿Qué hizo Bukele? Llevó a las Fuerzas Armadas a los barrios, arrestó a miles de personas sin distinguir “culpables” de “inocentes”, las mostró semidesnudas y humilladas en las cárceles, sin dar lugar a las quejas de los organismos de derechos humanos. El apoyo popular a sus medidas fue tan grande que poco importó que tomara con militares el Palacio Legislativo invocando a dios, o que forzara la constitución para buscar su reelección, que la ley le impedía. El 4 de febrero de 2024 arrasó en las elecciones generales.
Más allá de la deriva autoritaria, el hastío de la violencia de décadas en El Salvador funcionó como disciplinador para que la inmensa mayoría de la población aceptara sus métodos y se escucharan muy pocas críticas. La violencia tiene un efecto disciplinador, porque lleva a que no se cuestionen las causas profundas y diversas, sino solamente los efectos. Hay que frenarla, y no importan los métodos ni cuántas bajas hay en el camino. En este sentido, es similar al efecto narcotizante que tiene una hiperinflación.
En la Argentina, en 1989, la hiperinflación destruyó al gobierno de Raúl Alfonsín, que había asumido el 10 de diciembre de 1984 luego de la dictadura militar. Poco importaron los juicios a los responsables de la desaparición y asesinato de miles de personas que impulsaba Alfonsín, o que asegurara “con la democracia, se come, se educa y se cura”. La remarcación diaria de los productos básicos fue tan traumática que Alfonsín tuvo que adelantar la entrega del mando a su sucesor, Carlos Menem.
Este tardó dos años en implementar un plan de convertibilidad que destruyó de cuajo la inflación al establecer la paridad 1 a 1 entre el peso y el dólar. Poco sirvieron las advertencias de que esta paridad sería ficticia o que la privatización de numerosas empresas del Estado provocaría que miles de personas quedaran sin trabajo. Menem había liquidado la hiperinflación. Las voces críticas fueron acalladas ya que el trauma inflacionario de la vida cotidiana había quedado atrás. La hiperinflación había surtido efecto. Se había logrado disciplinar a la sociedad para que se aceptara un plan económico y social que afectaba a las grandes mayorías. La paridad 1 a 1 había narcotizado a la sociedad argentina.
Como señala el economista Alfredo Zaiat: “es la estrategia que consiste en generar un caos de tal magnitud que sirva para que la sociedad acepte reformas regresivas que en situación normal rechazaría”. Es lo que sucedió también 100 años atrás en Alemania cuando la hiperinflación dejó a millones de personas en la ruina y fue un elemento fundamental para el ascenso del nazismo como movimiento salvador de la patria.
Los dos fenómenos parecen no tener vínculos entre sí. Sin embargo, el abrazo a los salvadores económicos o militares tiene el mismo origen: la desesperación y el posterior disciplinamiento. ¿Seguirán Haití, Ecuador o la Argentina el camino de El Salvador?
* Periodista, sociólogo, director de Noticias de América Latina y el Caribe (NODAL)
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