Silicon Valley en caída libre: consecuencias de un sistema económico inviable
Paula Giménez y Matías Caciabue
El sistema financiero está en la tapa de portales y diarios desde que el Silicon Valley Bank (SVB) quebró el pasado viernes luego de cuatro décadas de operaciones financieras invirtiendo en startups tecnológicas. Se trata de la segunda mayor quiebra bancaria del siglo, luego de la del Washington Mutual en 2008. El Silicon Valley Bank (SVB), intervenido por las autoridades de California para quedar finalmente a cargo de la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC), era el 16° banco estadounidense por cantidad de activos, con más de U$S200.000 millones.
Un día antes Silvergate Capital Corporation, empresa matriz del Silvergate Bank, vinculado a empresas de activos digitales, había anunciado la quiebra, seguido también por el Signature Bank perteneciente al mismo rubro, intervenido por las autoridades neoyorquinas el lunes de esta semana. Tanto en el caso del SVB como del Signature Bank, las autoridades fundamentaron la intervención por un “riesgo sistémico”.
Los titulares de algunos medios especializados vaticinan pánico por el traslado de la crisis bancaria norteamericana a Europa, que además de golpear sobre el sistema financiero en general, ha dejado tambaleando al Credit Suisse luego de que el Saudi National Bank, principal accionista del banco suizo, descartara aumentar su participación, aunque posteriormente fue rescatado por el Banco Nacional de Suiza con una inyección de S54.000 millones de dólares. Pero volvió a derrumbarse y este domingo principal banco de Suiza UBS lo compró por U$S2.000 millones en una operación que estuvo mediada por el banco central suizo.
Entre las razones de la quiebra del Silicon Valley Bank se encuentra la política de tasas de la FED y su impacto en el precio de los bonos. ¿Por qué? La política de tasas cercanas a cero para combatir la crisis desatada por la pandemia impulsó un ciclo de “dinero gratis” que alimentó a los sectores de capital de riesgo, generando un gran crecimiento de las startups, principales depositantes del SVB.
El banco entre sus activos, tenía un gran nivel de tenencias de bonos de largo plazo (más de U$S100.000 millones), que con la suba de tasas vieron sus precios desplomarse, y cuando los clientes del SVB quisieron retirar sus depósitos, éste anunció que vendería parte de sus tenencias de bonos, perdiendo U$S1.800 millones y desatando una corrida que fue alimentada por actores económicos como el JP Morgan, que aconsejó a sus clientes retirar los depósitos del SVB. El historiador económico Adam Tooze, afirmó que el «SVB sufrió una pérdida de al menos mil millones de dólares en sus libros cada vez que las tasas de interés subieron 25 puntos básicos. La Fed las subió en 450 puntos».
Lo cierto es que en particular, la caída del SVB representa un golpe a la industria tecnológica, ya que las startups que mantenían sus depósitos en este banco corresponden a este sector de la economía. Además, dos días después, Circle, la empresa operadora del USDC una de las criptomonedas “estables” más grandes del mundo, dijo que U$S3.300 millones de sus reservas quedaron atrapadas en el SVB, lo que provocó una caída en el valor de su token y golpeó sobre el mundo de los criptoactivos, junto con la caída del Signature Bank y del Silvergate Bank.
El Silicon Valley Bank, que contaba con depósitos de 220.000 millones de dólares a finales de marzo de 2022, casi el cuádruple de los $62 mil millones que tenía solo 3 años antes, explotó como una burbuja que una vez más salpicó al Estado, instándole a intervenir para evitar el efecto contagio. Durante el fin de semana las autoridades de la Reserva Federal como también del Departamento del Tesoro descartaron un rescate, al menos en los términos en los que se lo conocía hasta ahora.
Sin embargo, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, declaró el domingo en una conferencia de prensa que «los estadounidenses pueden confiar en que el sistema bancario es seguro. Sus depósitos estarán allí cuando los necesiten». El Wall Street Journal informó que esta “garantía implícita” tiene un valor de U$S19 billones.
De todos modos, para contener el colapso bancario, la Reserva Federal anunció medidas enmarcadas en el Bank Term Funding Program, un programa de financiamiento bancario, en el cual cambia el régimen de garantías que durante décadas rigió al sistema financiero, garantizando ahora los bonos del tesoro en manos de los bancos, pero valuándolos por su valor nominal y no por su valor de mercado como siempre se hizo.
Esto implica un precio muy por encima de lo que marca actualmente el mercado, que se encuentra en niveles bajos tras las subas de tasas de interés más grandes del siglo. Es decir, una sobrevaloración de estos activos financieros para apuntalar el sistema financiero y evitar una corrida sobre los bonos de largo plazo de los Estados Unidos.
Estas medidas se anunciaron ya que la ley de Estados Unidos cubre depósitos de hasta U$S250.000, mientras que el 93% de los clientes del SVB tienen depósitos mayores a ese monto. El JP Morgan, mediante una nota publicada el pasado martes, dijo que el programa de préstamos de emergencia de la Reserva Federal puede inyectar hasta $2 billones de fondos en el sistema bancario estadounidense para aliviar la crisis de liquidez. Para establecer una comparación, el monto aprobado por el Congreso de Estados Unidos para el Build Back Better Plan fue de U$S1.2 billones.
Un Estado subsidiario capaz de ser garante del sistema financiero por U$S19 billones o inyectar U$S2 billones de liquidez sin que le tiemble el pulso, pero sin capacidad para resolver la crisis alimentaria, energética o inflacionaria que sufren las grandes mayorías.
Se consuma así, mediante las medidas de salvataje, una transferencia de recursos públicos al sistema financiero en general, aunque muchas veces con carácter selectivo, como lo ha demostrado la historia reciente, favoreciendo a una u otra fracción del capital financiero.
Un barajar y dar de nuevo en el reparto del excedente del valor que se produce a nivel social. Algo que no puede parecerse más a un robo (legalizado) si se piensa en que cuando asumen el riesgo y ganan, impulsados por un Estado desregulador y financista del capital de riesgo, las ganancias se privatizan, pero cuando hay pérdidas, la catástrofe es frenada con recursos públicos.
Situaciones similares a esta podemos decir que se vivieron durante las llamadas crisis de las puntocom y el 2008. Si bien los contextos no eran similares en todos los casos aparecieron los siguientes condimentos: desregulación del mercado financiero, ciclos de “dinero gratis” con bajas tasas de la FED financiando una burbuja; para luego cerrar el grifo de inyección de dinero, generar las condiciones para que se “pinche” la burbuja y finalmente que el Estado aparezca al rescate del sistema financiero y prometa “duras regulaciones”.
Se trata de una tendencia en el desarrollo de las fuerzas productivas, que, con la emergencia, expansión y consolidación en las últimas décadas de la financiarización, acelera las lógicas de la inversión y sobre todo de valorización de los capitales en un sistema de especulaciones cortoplacistas, un juego riesgoso que hace uso del Estado para escribir reglas a medida.
Lo cierto es que la historia demuestra que son los actores y sus acciones en función de intereses los que determinan el curso de los acontecimientos. En el caso del sistema financiero, medidas como el fin del patrón oro en manos del Nixon Shock, hasta la derogación de la ley Glass Steagal por parte de Bill Clinton (que permitió la creación del Citigroup), fueron configurando un marco jurídico para que este sector funcione con total libertad especulativa, sabiendo que además, es el único sector de la economía que goza de instituciones estatales específicas listas para acudir en auxilio cuando las cosas salen mal.
Por otro lado, son también los actores con poder quienes influyen intentando imponer sus intereses. Esta semana vimos el ejemplo de la consultora Moody’s que recortó el 10 de marzo la calificación de los depósitos del SVB de A1 a Caa2, el pasado lunes colocó a otros seis bancos estadounidenses en revisión y el martes les rebajó las calificaciones crediticias, mientras que el miércoles, rebajó de estable a negativa su perspectiva para el sistema bancario de Estados Unidos. Esto no es menor ya que el mercado de las calificadoras de riesgo tiene un nivel de concentración tal que 3 empresas (Moody’s, S&P y Fitch) tienen una cuota de mercado de casi el 95%. Es decir, lo que digan o no digan, influye en el curso de los flujos de capitales.
Otro ejemplo puede verse en Larry Fink, el CEO de Blackrock, el fondo de inversión más grande del mundo, que gestiona más de U$S10 billones de activos, quuien esta semana dijo que las quiebras podrían ser simplemente las primeras «fichas de dominó en caer» antes de una posible «cascada en todo el sector bancario regional estadounidense, con más embargos y cierres en camino». Otros actores sostienen que no hay grandes riesgos en esta crisis, como el caso del economista nobel Paul Krugman, que dijo “probablemente no estemos frente a una crisis sistémica».
Además, existen actores que se benefician de estas crisis y deciden cuándo frenarlas o dejarlas correr. Por ejemplo, el Financial Times informó el lunes que JPMorgan, Citigroup y otras grandes instituciones financieras tomaron medidas para acelerar el proceso normal de incorporación de nuevos clientes, tras recibir una ola de nuevos depositantes. Sólo el Bank Of America, por ejemplo, ha recibido en los primeros tres días de esta semana más de U$S15.000 millones en depósitos.
Mike Mayo, analista de Wells Fargo señaló a JPMorgan como un beneficiario de la crisis: “Goliat está ganando”. Este banco también fue quien, durante la crisis del 2008, compró al Washington Mutual a precios de quiebra pagando U$S1.900 millones por un total de 2300 oficinas y depósitos por U$S143.000 millones. El JP Morgan compró también al caído Bear Stearns con dinero provisto por la Reserva Federal, mientras que el Bank Of America adquirió al Merrill Lynch. Ese mismo año el Barclays quiso comprar al también quebrado Lehman Brothers pero la Reserva Federal no se lo permitió.
Lo que queremos reflejar con estos breves pero significativos ejemplos es que lo que ocurre en este momento, amén del estrés del sistema financiero, es una disputa en la que los actores económicos y políticos, entendidos como expresión de intereses en el enfrentamiento mayor intercapitalista, jugarán a favor o en contra de profundizar esa crisis. Cómo se desarrollará la crisis no es un proceso mecánico, sino que será la lucha entre los implicados la que determinará ese futuro. La única certeza, por ahora, es la inviabilidad de un sistema que cada vez implosiona más seguido, arrojando a cientos de miles de seres humanos cada vez, a los márgenes de la vida
El desenlace de la crisis es incierto aunque, por el grado de interrelación y de concentración que experimentan las redes de capitales hoy, amenaza con expandirse. Y aunque no podemos decir dónde va a parar la ola de estrés, que cada día nos trae la noticia de un nuevo banco quebrado, sí podemos retomar la idea de que el efecto caotizante de la crisis nos distrae de una cosa: la riqueza sobre la que se especula es producto del trabajo social y, de la resolución de la crisis, resultará sin duda un nuevo proceso de concentración y centralización del capital. Para torcer realmente este rumbo y salir de los ciclos de concentración, centralización y crisis, es necesario poder analizar lo que se encuentra en el fondo de estos procesos económicos, y debatir hacia dónde fluyen los manantiales de riqueza que produce la humanidad.
*Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional UNDEF en Argentina. Ambos son investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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