Brasil: entre encuestas y la sensación térmica electoral
Juraima Almeida
Sin dudas existe un desajuste entre lo que registran las encuestas de intención de voto y la sensación térmica del país. En el país real, nadie se preocupa seriamente por la tercera vía, caballito de batalla de la prensa hegemónica tratando de quitarle votos a la candidatura progresista-centrista de Lula da Silva, y las preocupaciones se centran en si gana el expresidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro aceptará el resultado de las elecciones o movilizará a su ejército de civiles armados e, incluso, las Fuerzas Armadas.
Tratar el proceso electoral como una carrera de caballos no es más que una distracción cuando el hipódromo se ha convertido en un campo minado, señala Fernando de Barros y Silva. ¿Los brasileños irán a las urnas a celebrar o a enterrar la democracia? ¿Desfile de carnaval o procesión de luto?, pregunta. La ocasión en que estábamos de fiesta se convirtió en escenario de guerra: es imposible responder si en octubre abriremos la puerta de salida o cerraremos definitivamente la tapa de la trampilla, se responde.
La razón es obvia: lo que está en juego no es solo el resultado de la elección, sino la elección misma y el retorno a la democracia. Tratar el proceso electoral como una carrera de caballos no es más que una distracción cuando el hipódromo se ha convertido en un campo minado.
Las especulación sobre cómo se comportará el Ejército ante una maniobra golpista de Bolsonaro está en boca de todos. Y junto a ello entran las dudas, las expectativas de cómo sería el eventual gobierno de Lula, en un país devastado y políticamente fracturado, donde es difícil saber el grado de adhesión a la democracia en 2023.
A cuatro meses de las elecciones, las incertidumbres sobre el futuro de la democracia se renuevan constantemente. Todos los nombres de tercera vía que quedaron en el camino votaron por Bolsonaro en 2018, y nadie aventura cómo actuarán ahora, al borde de la catástrofe.
La fuerza de Bolsonaro también reside en lo que representa. Mostró que es posible volverse políticamente viable gracias a la deconstrucción del país. La violencia social encontró su expresión contemporánea más completa en la figura del presidente. Es la legitimación de la brutalidad,
El analista Jeferson Miola señala que el conjunto de propuestas del gobierno cívico-militar para tratar de controlar el precio del combustible durante el período electoral no solo legaliza, sino que constitucionaliza, el saqueo de la renta petrolera de Brasil , que pertenece al pueblo brasileño.
La constitucionalización del saqueo de la renta petrolera representa la profundización del desastre y condena a todo el país a un atraso estructural que tardará décadas en recuperarse. Todo esto hecho para mantener el brutal proceso de de las riquezas y rentas multimillonarias que produce Brasil en la cadena del gas y del petróleo. Brasil está sujeto a una verdadera guerra de ocupación a través de la cual agentes brasileños y extranjeros realizan el más brutal proceso de saqueo, saqueo y saqueo del país, añadió.
Mientras, Lula mantiene su visión de estadista. En Porto Alegre señaló que «No es posible que vea en televisión a un presidente Biden, que nunca hizo un discurso para dar un dólar para quienes están muriendo de hambre en África, anunciar 40 millones de dólares para ayudar a Ucrania a comprar armas. ¿Cómo es que la primera potencia del mundo puede decir que no tiene leche para los bebés si el presidente acaba de anunciar más de 40.000 millones de dólares para comprar armas para la guerra de Ucrania?”.
Los movimientos sociales presentaron un documento a Lula con sugerencias para un nuevo gobierno, en el que demandaban la creación de una política de emergencia para combatir el hambre; la construcción de una política de valoración del salario mínimo; la derogación de las reformas laborales y de seguridad social; la creación de una reforma fiscal progresiva; la construcción de políticas de deforestación cero; la reforma agraria y reforma urbana; la reconstrucción de políticas de género e igualdad racial.
Un país desalmado, cada vez más armado
Brasil es un país asustado. Bajo el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro tuvieron crecimientos sin precedentes el hambre, la miseria, el desempleo, la devastación ambiental, los recortes brutales en los presupuestos destinados a educación, salud, artes y cultura. Y también el acelerado crecimiento de nuevas armas adquiridas desde mediados de 2019, primer año de su gobierno.
Bolsonaro siempre fue favorable a armar la población. Bajo su gobierno, mucho más que desburocratizar la venta de armas y municiones, lo que se ve es un fuerte incentivo, resalta Eric Nepomuceno.. El presidente reitera de forma compulsiva que “el ciudadano armado jamás será esclavizado”. También repite a cada día que las armas son la garantía de que “nuestra democracia será preservada”, lo que significa mantenerlo en el poder y alejar la “amenaza comunista”, o sea un previsible triunfo de Lula.
Son más de un millón de armas particulares de diferentes tipos y calibres, inclusive las que hasta ahora eran de uso exclusivo de la policía y de las Fuerzas Armadas. Hasta noviembre de 2021, había en Brasil un total de dos millones 300 mil armas particulares en situación legal. Es decir: bajo Bolsonaro, ese total creció 78 por ciento en relación a 2018.
Sus ataques a las autoridades electorales y al mismo método de votación utilizado en Brasil desde 1996 –las urnas electrónicas– sin que jamás se haya registrado un único caso de fraude, son acompañados de llamados a la unión de sus seguidores frente a lo que ocurrirá. Ahora, amenazó con no reconocer el resultado de las elecciones, y pidió a su electorado que se prepare para “la guerra”. Sus seguidores más fanáticos representan el 15% del padrón electoral, pero inciden en el 30% que dice que votará por él.
* Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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