El hambre es la tormenta perfecta, la verdadera bomba atómica
Gerardo Villagrán del Corral
Si bien la pandemia de covid-19 fue una bomba atómica en materia de hambre, la guerra entre Rusia y Ucrania “es una crisis global y generalizada; una situación de grave inseguridad alimentaria en todo el planeta”, señaló Lina Pohl, representante en México de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO,.
En América Latina el número de personas que viven con hambre aumentó en 13.8 millones durante el primer año de la pandemia y alcanzó un total de 59.7 millones. Sin embargo, la inseguridad alimentaria –que incluye a quienes no comen todos los tiempos o con insuficiente calidad nutricional– alcanza a 41 por ciento de la población ya sea en forma severa o moderada.
Una persona padece inseguridad alimentaria cuando carece de acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable. Esto puede deberse a la falta de disponibilidad de alimentos y/o a la falta de recursos para obtenerlos
En la región no hace falta comida. Con 650 millones de habitantes, América Latina y el Caribe produce lo suficiente para alimentar a mil 300 millones de personas. No es un tema de falta de producción, sino de falta de dinero en el bolsillo de los consumidores, según la FAO.
El panorama es más desolador si se considera a quienes padecen inseguridad alimentaria (no comer todos los tiempos o hacerlo con insuficiente calidad nutricional): cuatro de cada 10 latinoamericanos encaran este problema de forma severa o moderada.
La pandemia de covid fue una bomba atómica en materia de hambre. El número de personas en inseguridad alimentaria venía creciendo en todo el mundo por millones desde 2015, dado el aumento de precios de los alimentos. Pero ahora, con la guerra euroasiática, se configuró una tormenta perfecta. El índice de precios de alimentos llegó en marzo a su nivel más alto desde que hay registro, un promedio de 159.3 puntos por arriba del mismo periodo de 2014; y en un solo mes avanzó 17.9 puntos.
Si bien América Latina no tiene, hasta ahora, un problema de falta de comida –se produce lo suficiente para el doble de habitantes de la región–, manifiesta escasez en los bolsillos de las familias para adquirirla. En 2019, antes de la crisis derivada de la pandemia, había 650 millones de personas en el mundo sobreviviendo sin lo suficiente para comer. Un año después escalaron hasta a 811 millones.
El conflicto se encuentra en que el encarecimiento impide a cada vez más personas adquirir los víveres necesarios, máxime en un contexto en que el alza de los precios se dio a la par de retrocesos en el nivel de empleo y en los ingresos de los hogares debido a las medidas adoptadas para frenar la propagación del coronavirus y a las crisis estructurales de las economías neoliberales de la región.
“Estamos ahora en lo que llamamos una tormenta perfecta. Ya veníamos mal y la pandemia fue una verdadera bomba atómica en materia de hambre. Con esta nueva crisis entre Rusia y Ucrania, francamente de lo que hablamos ahora es de una crisis global y generalizada (…) una situación de grave inseguridad alimentaria en todo el planeta”, lamentó Pohl en declaraciones a la prensa
Según la FAO, tenemos ya los precios de los alimentos más elevados de los últimos 60 años, debido a que Ucrania es uno de los graneros del mundo y a que Rusia es el mayor productor de fertilizantes. La mezcla de la invasión, por un lado, y las sanciones, por otro, lleva a que la producción de alimentos y sus precios vayan a acabar gravemente distorsionados.
Y aunque África es la que se verá fuertemente golpeada -por su mayor dependencia de los cereales rusos-, América Latina no se salvará del impacto. En su declaración final, Eurolat –la asamblea de parlamentarios latinoamericanos y europeos- pidió intensificar los esfuerzos para fortalecer las cadenas de suministro de alimentos y la seguridad alimentaria, incluyendo la protección de las actividades de producción y comercialización necesarias para satisfacer la demanda nacional y mundial y la búsqueda de nuevos proveedores alternativos.
Rusia y Ucrania son dos grandes exportadores de granos básicos y la guerra entre ellos ha provocado un aumento en los precios internacionales de los comestibles. Independientemente de que las economías latinoamericanas no tengan en esos mercados sus principales abastecedores, habrá un impacto en un momento en que los precios de los alimentos ya son altos y volátiles debido a la pandemia, a problemas logísticos y a los efectos del cambio climático como las grandes inundaciones y sequías.
Para las economías de América Latina y el Caribe, importadoras de alimentos y fertilizantes, esto es malo y presagia un aumento de los precios y escasez de productos. El escenario de guerra plantea un nuevo panorama, el encarecimiento y escasez de los fertilizantes presionará a la producción, alerta la FAO. A escala mundial se prevé que el uso de abono químico se reducirá hasta 13 por ciento.
Lo que necesitan los países de la región es una protección social vigorosa para ir en auxilio de las personas que van a resentir un impacto en su capacidad financiera para adquirir una alimentación nutritiva y saludable. Para ello es necesario organizar el sistema económico global desigual. Hoy la gente pasa hambre pese a que existen alimentos suficientes para garantizar la nutrición de todos y el obstáculo al más elemental de los derechos es no librar todos los ámbitos de la vida a los mecanismos del mercado.
* Antropólogo y economista mexicano, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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