2024, la nueva fecha del prolongado sainete venezolano
Marcos Salgado
No se sabe bien por qué, pero visto de afuera, Venezuela es el país donde todo está a punto de pasar, como en un buen sainete, corto y en un solo acto. Así llegaron en sucesivas tandas docenas de corresponsales internacionales, listos para documentar el final. En 2006, en 2012, en 2013, en 2018 y en 2021 se ha repetido la letanía que, invariablemente, falla.
El pronosticado final, primero del gobierno de Hugo Chávez, después de Nicolás Maduro, no ocurre. Lo que está a punto de pasar, no pasa. Lo que se guionaba para sainete, deviene en interminable culebrón.
En la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela se estableció un mecanismo original: el referendo revocatorio. Básicamente implica que a mitad del mandato de un funcionario electo un grupo de ciudadanos puede pedir que se active un referendo vinculante para dejar al electo fuera del sillón y elegir reemplazante en nuevos comicios.
Para lograrlo, los promotores deben sumar, primero, al 20 por ciento de los electores de la circunscripción en la que el funcionario fue electo y, de lograrlo, luego debe ganar la opción revocatoria por un número mayor de votos (duros, no en porcentaje) que los que obtuvo el funcionario en cuestión para ser electo.
Un mecanismo inapelablemente democrático, que hubiera hecho desastres, o haría desastres, hoy por hoy, en gobiernos de América Latina que arriban a las mitades de mandato con esmirriadas aceptaciones populares. Por ejemplo, ¿qué hubiera sucedido con los gobierno de Bolsonaro en Brasil o Alberto Fernández en Argentina, si en esos países hubiera un revocatorio de condiciones similares al previsto en Venezuela?.
Pero sabemos que el “qué hubiera pasado” en política, no existe. Las ucronías son propias de los géneros fantásticos, y aunque la política se les parece a veces, no es. La política se nutre básicamente de la realidad. Cruda y dura.
Y la cruda y dura realidad es que la oposición venezolana decidió no medir fuerzas a través del referendo revocatorio, el único mecanismo constitucional que tenían a mano y que no existe casi en ninguna parte del planeta para alcanzar el tan cacareado objetivo/anhelo de sacar a Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores.
Un grupo de opositores que decían estar listo para el revocatorio pidieron el comienzo del proceso y el último miércoles 26 de enero apenas algo más de 40 mil personas acudieron a los 1.200 puntos de recolección de firmas dispuestos por el Consejo Nacional Electoral para proceder al revocatorio. Apenas el 1,01 por ciento de las voluntades necesarias (el 20 por ciento del registro electoral).
¿La oposición venezolana puede convocar con éxito al 20 por ciento del registro electoral (algo más de 4 millones de voluntades) para habilitar un referendo revocatorio del mandato presidencial? Claro que puede. Sin ir muy lejos, en noviembre del año pasado, la suma de los votos a candidatos opositores a las gobernaciones alcanzaron casi esos 4 millones de votos, en una elección regional que, de movida e históricamente en Venezuela, concita menos interés que una presidencial (o que el eventual revocatorio de un presidente).
Diferentes referentes opositores, incluyendo un rector del Consejo Nacional Electoral, esgrimieron que el cronograma express dispuesto por la mayoría del CNE no favorecía la manifestación de voluntades a favor del referendo.
Eran relativamente pocos puntos y algunos colocados lejos de los lugares donde se supone se podían conseguir respaldos masivos para el revocatorio. Pero aquí cabe preguntarse por qué una oposición que dice ser amplia mayoría decidió eludir la convocatoria. Los puntos de recolección de firmas eran insuficientes, sí, pero ¿qué hubiera pasado si una avalancha de ciudadanos y ciudadanas los colmaban en fila a las seis de la tarde, la hora de cierre prevista?
Más arriba postulamos que las ucronías no son propias de la política. Insistimos que no lo son. La realidad cruda y dura, parece indicar nuevamente que el desierto verificado la semana pasada en los puntos de recepción de voluntades para activar el referendo vuelven a confirmar el divorcio profundo de la oposición con su base social, despechada en un culebrón que no se acaba nunca, de promesa en promesa de acabar con el chavismo por vías express (desconocimiento de un comicio presidencial, autojuramentación de un presidente, irrupción desde un país vecino, proclamación de un golpe de Estado e invasión de mercenarios, todo en menos de año y medio).
Rehuida la oportunidad del revocatorio, y de fracaso en fracaso en las vías express, a la oposición venezolana solo le queda prepararse para las elecciones presidenciales de fines de 2023. Parecen relativamente cerca, pero los desafíos por delante (encontrar un liderazgo único, para empezar), las ponen cuesta arriba.
Como en los culebrones.
*Periodista argentino del equipo fundacional de Telesur. Corresponsal de HispanTv en Venezuel, editor de Questiondigital.com. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE
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