UE-Mercosur: Un tratado entre mentiras, humillaciones e indecisiones

26

Eduardo Camín

Varias décadas después de que se produjera el rechazo a la conformación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), poco o nada hemos variado en nuestra predica “cuasi” de sumisión lo que hace que nos encontremos en un punto similar. La negociación entre el Mercosur y la UE -aunque en principio no tenga una connotación negativa en términos políticos-, se trata de un acuerdo ambicioso, que excede claramente los temas estrictamente comerciales, que en el fondo creemos que lo transforma en algo más nocivo que el ALCA para las posibilidades de desarrollo futuro de nuestra región.

Debemos recordar que, desde su inicio en 1995, las negociaciones para la firma de un Acuerdo de Asociación Birregional entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) se caracterizaron por sus permanentes idas y vueltas en una especie de calesita de marchas y contramarchas, de promesas y desilusiones.

Luego de la primera suspensión de las negociaciones en 2004 como consecuencia de que las partes consideraran insuficientes las respectivas ofertas intercambiadas en mayo y septiembre de ese año, volvieron a la carga en marzo de 2010 y los mandatarios de ambas regiones acordaron el relanzamiento de las negociaciones comerciales para la celebración de este acuerdo que, en los hechos, lo definen como un tratado de libre comercio (TLC). Por consiguiente, las rondas de negociación que tuvieron lugar a partir de entonces se volvieron a caracterizar nuevamente por la dificultad para llegar a un tercer intercambio de ofertas.

La experiencia fallida de 2004, que había generado ciertas expectativas, provocó que las condiciones de negociación que exigiera el Mercosur fueran más rigurosas, de modo de lograr un acuerdo más equilibrado. El Mercosur comenzaría a ejercer mayor presión para que la UE efectivamente reconociera las asimetrías económicas existentes, y garantizara la incorporación al acuerdo de cláusulas de «trato especial y diferenciado» (TED) que favorecieran al Mercosur.

No obstante, la posición de la UE no resultó ser conciliadora ni mucho menos: bajo el argumento de que en los últimos años los países del Mercosur se habían beneficiado de un proceso de crecimiento acelerado y de mejora generalizada de las condiciones de vida de sus pueblos, argumentó que el reclamado TED ya no se justificaba, al menos no en la misma medida que antes.

El intento por parte de la UE de imponer sus intereses ofensivos terminó chocando siempre con el objetivo del Mercosur de lograr un acuerdo equilibrado que contribuyera a reducir las asimetrías vigentes en la relación económica birregional."No se dan" las condiciones para finalizar el acuerdo UE-Mercosur ...

Finalmente, tras seis años de reiniciadas las negociaciones, el 11 de mayo de 2016 se produjo el tercer intercambio de ofertas en Bruselas. Desde entonces, se han generado múltiples rondas de negociación y avances sostenidos para la firma del TLC: ronda tras ronda de negociación, una sutil promesa se susurraba al oído de los negociadores, eso sí a cambio de nada.

Y, en agosto de 2017, para facilitar las negociaciones, los gobiernos neoliberales del Mercosur (Paraguay, Argentina, Brasil), y el silencio de Uruguay, «suspendieron» la membresía de Venezuela, una medida pensada, y orquestada en Bruselas, para hacer posible el acuerdo asimétrico.

Y así, los negociadores más avezados de la UE fueron consiguiendo permanentes concesiones por parte de los miembros del Mercosur, desesperados por firmar un acuerdo que funcionara como «señal a los mercados» de que nuestros países se acoplaban decididamente al proceso de globalización, es decir inmersos en el mundo capitalista.

El Mercosur, detrás de cada negociación e independientemente de las gesticulaciones de los presidentes o ministros que intervienen con solemnes y perentorias declaraciones, se encuentra realizando múltiples concesiones ante una región profundamente más desarrollada y aceptando cláusulas que reducen brutalmente los márgenes aplicables de políticas industriales, comerciales y tecnológicas en la región.

A cada socio le preocupa su tema: por ejemplo, a Uruguay la negociación agrícola, a Argentina (ahora bajo el paragua de EEUU) la carne yCarne a la argentina, sabor tradicional y preparaciones exquisitas el biodiesel, mientras que a Brasil su inserción industrial, por citar ejemplos con asimetrías diferentes del más pequeño al más grande. Esto obedece tanto a la incorporación de «nuevos temas» de negociación como a la profundidad de muchas de sus cláusulas, que van más allá de los estándares o normas de los compromisos asumidos por nuestros países en el marco del sistema multilateral de comercio, por otra parte, en profunda crisis.

El Mercosur ha ido flexibilizando consecuentemente sus posiciones originales ante la «necesidad política» de mostrar resultados en el corto plazo, de modo de presentar a la región ya no «aislada del mundo» por gobiernos «populistas», sino como inserta en un «nuevo mundo» caracterizado por la existencia de cadenas globales de valor.

Y es en este marco que se produjeron múltiples flexibilizaciones en la posición original del Mercosur, en general a cambio de ninguna o mínimas concesiones de una UE que se encuentra dentro del más cómodo de los escenarios, frente a una contraparte desesperada por firmar cualquier acuerdo lo antes posible. En esa carrera política desenfrenada por -supuestamente- otorgarse nuevos mercados que nos permitan «tirar un tiempo más»

En síntesis, el Mercosur ha otorgado múltiples concesiones ante una UE que todavía ni siquiera ha mostrado una oferta atractiva en el sector de alimentos, dejando de lado la mayoría de las condiciones que se habían planteado originalmente de modo de obtener un TED que compense las fuertes asimetrías existentes entre ambas regiones. Solo se han avizorado críticas. 

Por lo tanto, se trata de un acuerdo altamente desequilibrado a favor de la UE, el socio notoriamente más desarrollado. Estamos ante la consumación en tiempo real de una verdadera tragedia histórica para las posibilidades de industrialización y desarrollo futuro de la región con consecuencias que serán irreversibles sobre el tejido industrial y sobre la posibilidad de generar empleo de calidad y bien remunerado.

Muchas veces hemos sido testigos de comentarios o confesiones de funcionarios y negociadores internacionales que reconocen «sotto voce» que se trata de un acuerdo donde se dejarán muchas plumas y que ha mediano plazo será muy poco beneficioso para la región en términos comerciales, ya que existen muy pocas oportunidades para incrementar las exportaciones hacia la UE.

La realidad es que, de concretarse el TLC, los países del Mercosur se verán sometidos a una avalancha importadora de productos industriales desde el mercado europeo. Una Europa inmersa por otra parte en sus propias guerras bélicas y comerciales con una ofensiva desconcertante de la principal economía mundial, y su principal socio, Estados Unidos, cuyas consecuencias pueden ser catastróficas.

Sin embargo, al más alto nivel, los líderes políticos del Mercosur no esbozan otro escenario posible sino aquel que es la de firmar de todos modos el acuerdo con un doble objetivo: fortalecer la «señal política» de que el Mercosur se acopla al mundo a través de la firma de TLC de gran envergadura y esperar ingenuamente que este mal acuerdo en términos comerciales provoque la añorada «lluvia de inversiones» hacia la región, o el despliegue masivo de zonas francas.

La actualidad nos da cita con un desajuste político, económico y social, de gran envergadura, un camino difícil donde la tensión social está en brasas y los desequilibrios abundan, en una región cuyas asimetrías pasan hoy por los desencantos políticos, más peligrosos, el fascismo.

El retraso, sus consecuencias y la incertidumbre de la UE

Siguiendo en la misma dinámica esta semana la UE alcanzaba un nuevo fracaso del acuerdo de libre comercio con los países de Mercosur. El bloqueo encabezado por Francia y, finalmente, respaldado por Italia, hacía desviar la promesa de la Comisión Europea de cerrar esta alianza antes de final de año. La Comisión Europea encomendaba a las buenas intenciones del arranque de 2026 un nuevo esfuerzo para sellar el pacto.

Un nuevo golpe que pone en riesgo un acuerdo que ha llevado alcanzar más de dos décadas y en el fondo abre la puerta a que se suspenda por completo. Roma titubeó en las últimas jornadas previas a la Cumbre de líderes y, finalmente, pedía más tiempo a Brasil, que ocupa la presidencia rotatoria de Mercosur. Fueron las dudas de Italia las que finalmente inclinaron la balanza hacia la minoría de bloqueo que pretendían conformar la alianza encabezada por Francia y Polonia, ambos países con un fuerte sector primario. 

Pero no está tan claro que esta flexibilidad sea ilimitada. El presidente de Brasil, Lula da Silva, aceptaba una prórroga máxima de un mes, a regañadientes. Pues en las últimas semanas había lanzado varios avisos: «si no es ahora Brasil no cerrará más acuerdos mientras yo sea presidente«, afirmó el líder brasileño que descartaba dilatar las negociaciones para centrarse en otros socios comerciales.

«Estoy convencida de que conseguiremos la mayoría necesaria. Hay trabajo que hacer», indicó la camaleónica jefa del Ejecutivo comunitario, Ursula von der Leyen tras ser preguntada sobre si el retraso podría hacer fracasar el acuerdo. «Tras 26 años de negociaciones un retraso de tres semanas es aceptable. Estamos avanzando a la conclusión de este importante acuerdo comercial y estoy convencida de que lo conseguiremos», añadió.

Antonio Costa

El presidente del Consejo de la UE, Antonio Costa, puso en valor que Bruselas ha dado respuesta a muchas de las inquietudes de los agricultores y de los países de la UE, con garantías de salvaguardia y cláusulas espejo.

De la Cumbre de líderes se esperaba un respaldo político de los Veintisiete para que, este sábado, Bruselas pudiera sellar el acuerdo con los socios de Mercosur en Brasil. Finalmente, las dudas esgrimidas primero por Francia y Polonia, amparadas por Irlanda y Finlandia, y, respaldadas por una Roma ahogada por las críticas de los agricultores, hicieron descarrilar tales propósitos. La resolución de encomendar a principios de año esa puntilla final al pacto se articula como un salvavidas con muchos riesgos.

Ya que el propio aplazamiento podría hacer naufragar el acuerdo con Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, tras 26 años de negociaciones. El momento es estratégico para la UE que, en un escenario geopolítico incierto y desequilibrado por las nuevas dinámicas comerciales, necesita sellar acuerdos en el plano comercial para poder diversificar su suministro. Ya no solo en el segmento de alimentación, sino también para el suministro de materias primas tras las últimas decisiones de China.

Por si había dudas sobre la trascendencia del retraso, el comisario de Comercio, Maros Sefcovic, señalaba días antes del encuentro de líderes comunitarios, que Europa se jugaba su credibilidad y predictibilidad. Y ponía en valor, precisamente, lo estratégico de zanjar este pacto, las oportunidades que abría también para la exportación de bienes desde la UE y las garantías que se habían dado al sector agrícola.

Lula y Macron, dos posiciones encontradas

Porque aquí, precisamente, radica la cuestión. El sector agrícola comunitario se ha puesto en pie para reclamar que el acuerdo con Mercosur perjudicaría su producción. Francia ha sido el principal portavoz. El presidente galo, Emmanuel Macron, llegaba al encuentro en Bruselas negándose a la firma: «no, no hay un cheque en blanco».

«Queremos reciprocidad», decía el líder galo en una constante pérdida de credibilidad. Se refería a la prohibición de ciertos pesticidas o productos en los procesos de producción comunitarios en aras de lograr que al otro lado del Atlántico se cumplan con las mismas exigencias. Al tiempo reclamaba más controles en puertos y aeropuertos para que los productos europeos «no se vean afectados por los productos que procedan del exterior». Y establecía la comparativa: «los agricultores han acatado. ¿Y hoy queremos abrir mercado a gente que no respetan estas reglas? Es absurdo. Queremos cláusulas espejo. No estamos listos», sentenciaba.

La idea es ofrecer garantías tanto a agricultores como a consumidores en un año dominado por el alza de aranceles y mayores restricciones comerciales. Pero lo que trasciende de fondo es una UE incapaz de tomar decisiones adecuadas e inmersos en una guerra (Ucrania) que se les ha ido de la mano en un momento en el que el tablero de juego mundial requiere acción. 

*Periodista uruguayo residente en Ginebra, exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas en Ginebra. Analista Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la