El mito de la modernización

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Pedro Brieger

El cuento de la “modernización” reaparece una y otra vez.   Para variar, de la mano de esa amplia gama de economistas, políticos y comunicadores que se dicen liberales, neoliberales, anarcoliberales o algo parecido.  Si bien no forman un bloque homogéneo, suelen compartir palabras que presentan como mágicas: modernización, reforma y flexibilización laboral o la quita de impuestos, que siempre favorece a los más ricos.

El discurso no es nuevo.  Palabras más, palabras menos, es muy similar a lo que se decía a fines de los años setenta del siglo pasado.  

¡¡Hace cincuenta años!!  

Más tarde lo instalaron con fuerza en la década de 1990 desde Estados Unidos cuando se trató de imponer el¿Qué fue el Consenso de Washington? - El Orden Mundial - EOM famoso “Consenso de Washington”, presentado como “lo moderno”.   No es que lo moderno no exista frente a lo antiguo, pero está claro que lo que se consideraba moderno hace treinta o cincuenta años ya no lo es, especialmente con los cambios tecnológicos que ocurren a una velocidad inimaginable.

En los noventa un grupo importante de economistas –muchos de ellos conocidos como “los Chicago Boys”–, apoyado por los principales organismos internacionales y financiados por empresas multinacionales, logró acceder a los principales medios de comunicación para instalar sus “modernas” teorías, aunque algunos de sus postulados se remontaran al siglo XIX.  

Hoy, como entonces, siguen usando el concepto de “modernización”.  Lo utilizan en contraposición a las prácticas que califican de “populistas”, que serían las anticuadas y obsoletas.  En realidad, hoy, al igual que hace unas décadas, sus propuestas no son modernos, sino todo lo contrario.  Si trabajar menos horas fue una conquista laboral (como ejemplo de lo progresista y moderno) entonces exigir extender la jornada laboral representa todo lo contrario, es retrógrado y un retroceso para la humanidad.

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Bernanke h Draghi manejando el planeta

En 2002 publiqué el texto “De la década perdida a la década del mito neoliberal”.  Allí analicé los datos de pobreza de la década de 1980 (la llamada perdida) y la década de 1990 (que denominé del mito neoliberal).  Además de los datos duros de la economía observé cómo habían logrado imponer sus ideas con la inestimable ayuda de los grandes medios de comunicación.

Día y noche insistían en que todo lo público era (y es) ‘ineficiente’; que el Estado era (y es) intrínsecamente perverso; que la única manera de que las empresas de servicios funcionaran era privatizándolas; que así se eliminaría la corrupción; que había que achicar el Estado; bajar el gasto público, abrir los mercados, flexibilizar y ‘modernizar’ los mercados laborales; quebrar el poder de los sindicatos —supuestamente interesados únicamente en enriquecer a sus cúpulas— y reducir los gastos sociales, entre tantos otros postulados.  Es lo mismo que hoy propone Javier Milei y su séquito de economistas y comunicadores.

En el caso argentino durante la década de los noventa se construyó el mito de la modernidad neoliberal en base a un hecho traumático real: la hiperinflación.  El mito cumple la función de tranquilizar los ánimos al proporcionar una explicación coherente de la realidad, aunque con una connotación dogmático-religiosa.   Como los mitos tienen un carácter ritual y simbólico, es indispensable repetirlo para que la sociedad crea en ellos, así como de su inevitabilidad.  De allí la repetición constante de la frase “es lo que “hay que hacer”, como si fuera el único camino hacia el progreso y no hubiera alternativas.

Hoy a lo “moderno” le agregan la idea de ser “emprendedor” y que cada uno sea su propio patrón.  Por eso la insistencia en el modelo “Rappi”.  Ese modelo de trabajo abarca a unos pocos miles, pero no significa nada para un colectivero, un/a docente, una enfermera o alguien que trabaja en el campo recolectando frutillas o papas.   ¿Acaso se pretende que un colectivero trabaje más horas o aspire a convertirse en dueño de una flota de colectivos? ¿Que una enfermera tenga su empresa? 

¿Que un docente sea dueño de un colegio?  ¿Qué un sonidista de televisión tenga un canal propio? ¿Qué una cajera de un supermercado pueda tener uno? Los ejemplos son infinitos y el discurso de ser “mi propio patrón” o tener una empresa no es para la mayoría de quienes trabajan.  Pero el discurso lo compran.

El paso de las formas antiguas de vida a las modernas debería significar vivir mejor y disponer de más tiempo libre, todo lo contrario de lo que ofrecen con la tan mentada “modernización”.

*Sociólogo y periodista argentino