Colombia, en la mira de Trump

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La Jornada

El presidente estadunidense, Donald Trump, dirigió ayer una de sus características agresiones discursivas contra Colombia –país al que llamó “Columbia”, sin que quede claro si fue por ignorancia o por una ironía incomprensible– y de su mandatario, Gustavo Petro, al que acusó de ser “un líder del narcotráfico que fomenta la producción masiva de drogas en grandes y pequeños campos” y amenazó con que si el presidente colombiano no cierra “esos campos de exterminio de inmediato, Estados Unidos los cerrará, y no será de buena forma”, lo que constituye un amago de
intervención militar en esa nación sudamericana, similar a los que ha formulado contra la vecina Venezuela.

La declaración, divulgada en la red social del magnate, contiene difamaciones tan fuera de proporción como las expresadas sobre elmandatario venezolano, Nicolás Maduro, y se presentó como reacción a los señalamientos
de Petro, quien la víspera denunció que, con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico, las fuerzas militares de Washington desplegadas en el mar Caribe están asesinando a pescadores en episodios de agresiones letales
–divulgados por la propia Casa Blanca– contra pequeñas embarcaciones.

Asimismo, Petro señaló que la motivación real de la hostilidad del gobernante estadunidense no es impedir que las drogas lleguen de Sudamérica a Estados Unidos, sino apoderarse del petróleo de Venezuela y Guyana.

Lo cierto es que, en forma inopinada y sin esgrimir un motivo mínimamente verosímil, el titular del Ejecutivo estadunidense ha ampliado sus amagos militaristas e intervencionistas a estos dos países latinoamericanos, lo
que se suma a la agresividad que Washington, por boca del mismo Trump o de funcionarios de su gobierno, mantiene hacia Brasil –porel juicio y la reciente condena al golpista Jair Bolsonaro, su amigo y aliado– y, en menor medida, hacia México, al que ha calumniado en forma sostenida desde su primera campaña presidencial, en 2016.

La hostilidad trumpiana se manifiesta de las más diversas maneras: desde agresiones comerciales hasta provocaciones militares como las que ha emprendido contra Venezuela, pasando por acusaciones sin fundamento sobre supuestas complicidades gubernamentales con el narcotráfico –acusaciones muchas veces producidas en los medios informativos del país vecino– y las consiguientes amenazas de incursiones armadas.

Y mientras mayores se vuelven los indicadores internos de su incapacidad como gobernante, más crece su beligerancia contra naciones que han sido socias y aliadas de Washington por décadas, por no hablar de sus designios persecutorios hacialos sectores políticos estadunidenses que no lo acompañan en sus disparates.

En estas circunstancias resulta evidente la necesidad de que los países que han sido víctimas de la virulencia trumpiana manifiesten de manera unitaria su rechazo a las provocaciones, las insidias y los amagos injerencistas,
exijan respeto a la autodeterminación y la soberanía y defiendan la cooperación, el diálogo, el respeto a la legalidad internacional, así como la paz como único camino sensato para conducir las relaciones entre Latinoamérica y la superpotencia en declive.

*Editorial del diario mexicano La Jornada