Para que no se olvide
Juan Pablo Cárdenas
Ojalá que en la memoria de la humanidad no se borren nunca esas espeluznantes imágenes de la destrucción de Gaza y de los padecimientos de su población. De estos dos años de implacables y crueles bombardeos de parte de Israel que nos hicieron recordar las acciones del nazismo alemán y el genocidio que afectó especialmente a los judíos. A los antepasados, justamente, de quienes hoy agreden al pueblo palestino.
Lacerantes testimonios gráficos de la barbarie cometida por el mismo pueblo que sufriera hace sesenta o setenta años el exterminio propiciado por una ideología totalitaria, comparable solo al fanatismo de un político bárbaro y asesino como Netanyahu y a la obediencia servil de los militares a su servicio.
Aberraciones cometidas por las fuerzas armadas israelíes instruidas militarmente y financiadas por los Estados Unidos, cuya responsabilidad en el horror es indisoluble a lo obrado por la gran potencia del Medio Oriente, ambos referentes convertidos en los principales enemigos de la paz y la convivencia universal. Sin que su común arrogancia pueda ser contrarrestada en lo más mínimo por las Naciones Unidas y la Comunidad Europea, cuyas naciones todavía presumen de un poder que se demostró completamente ineficaz en estos dos años de conflicto. Países pordioseros de la hegemonía estadounidense y que en su conjunto pesaron mucho menos que el gobierno israelí para disuadir a la Casa Blanca de su complicidad en lo acontecido para vergüenza de todo el género humano.
Según las cifras más confiables, fue derribado el ochenta por ciento de los edificios y viviendas de la palestina Gaza. Además de unos 60 mil muertos y otro tanto de heridos y mutilados, sin contar todavía a todos los que se encuentran sepultados entre los escombros. Una población entera sometida al hambre, a la falta de insumos médicos como a la prohibición de recibir ayuda humanitaria desde los países y movimientos solidarios.
Miles de viudas e incontables niños huérfanos. Destrucción de sus hogares, escuelas, hospitales, plazas, estadios y otros lugares de esparcimiento. Verdaderos esqueletos caminantes con la esperanza de que cese tanto odio del cual no tienen responsabilidad alguna. Millares de rostros desencajados por el dolor y con sus ríos de lágrimas dispuestos ahora a seguir adelante. ¡Aquí sobrevivimos para seguir luchando por nuestro reconocimiento como nación!
Horror armado por la desvergüenza de un tirano imperial que, después de provocar y justificar la guerra, hasta quiso ser reconocido con el Premio Nobel de la Paz. Erigido en el gran gendarme del mundo, con sus armas de destrucción masiva y su inmensa codicia por los bienes ajenos. Dispuesto a invadir enseguida a los países de su entorno americano, con el pretexto de acabar con el narcotráfico, acaso el principal negocio, después de la venta de armas, de este país estremecido por la corrupción de sus autoridades, el consumo de estupefacientes y su odio al derecho de esos inmigrantes en quienes Estados Unidos ha fundado su desarrollo. Como si los habitantes de este país no fueran todos los traídos o llegados desde los cinco continentes. Después de hacer desaparecer a todos los pueblos originarios que habitaban este inmenso territorio antes de las invasiones europeas.
En la memoria universal podría ahora fundarse no solo la paz, sino la justicia y la reparación a sus más de dos millones de víctimas. Por cierto, no para convertir a Gaza en un inmenso balneario de lujo como ya lo plantearon Trump y Netanyahu. Lo importante sería solventar todos los esfuerzos posibles para que esta porción del mundo árabe pueda brindarle a la humanidad su rica cultura e identidad. A ver si ahora las Naciones Unidas son capaces de fomentar este esfuerzo, concitando tal vez el apoyo de China, Japón, Rusia y otras potencias que permanecieron silentes frente a esta tragedia que día a día guardaba registros en la televisión, pero poco o nada sirvieron para abrir sus ojos, oídos y corazones. Abocados a sus propios diferendos o preparándose (armándose) para las guerras venideras. Con la cuota de hegemonía que les permita Estados Unidos, pero con la misma impudicia.
A ver si Hamás, el grupo terrorista que prendió la llama del odio, es capaz de desarmar sus manos y atemperar su justa rabia. Entendiendo que nada se obtiene al cometer crímenes tan deleznables como el secuestro y el ominoso cautiverio de gente completamente inocente, convirtiendo en escudos humanos a los propios gazatíes que dice representar. A ver si atreven ahora a comparar su “gesta”, con la de Mandela, Gandhi , Martin Luther King y otros líderes.
Con la franca lucha de tantos pueblos oprimidos que han despreciado el terrorismo como arma de liberación. Como si los miles de fusiles, que ahora pierden, pudieran hacerle frente a las poderosas armas de Israel, cuyos arsenales, como quedara demostrado de nuevo, son superiores y más letales que los de varias naciones árabes. Incluso si actuaran alguna vez unidas y no se sucedieran en la historia sus bochornosas rendiciones.
* Periodista y profesor universitario chileno. En el 2005 recibió en premio nacional de Periodismo y, antes, la Pluma de Oro de la Libertad, otorgada por la Federación Mundial de la Prensa.