¿Puede Gaza ser un estado independiente?
Pedro Brieger
El llamado “Plan de Paz” que presentó Donald Trump acompañado por Biniamín Netaniahu tiene como objetivo derrotar por completo al Movimiento de Resistencia Islámico (HAMAS). No es la primera vez que hay un “plan” para resolver el conflicto entre judíos y árabes (como se decía hace 100 años) o el conflicto palestino-israelí, como se lo conoce ahora.
Hubo numerosos planes. Demasiados. Todos con una constante: privilegiar, apoyar y favorecer a los judíos (antes de 1948) y luego al Estado de Israel, en detrimento de los reclamos de la histórica población local palestina.
Hoy asistimos a un genocidio en curso, y más que plantear soluciones a largo plazo se trata de detenerlo y evitar que el ejército israelí pueda expulsar a toda la población palestina de Gaza.
Hay dos elementos históricos importantes para comprender la situación actual. Por un lado, la población gazatí está formada en su gran mayoría por descendientes de quienes fueron desplazados de sus hogares en 1948 con la creación del Estado de Israel y se convirtieron en refugiados. Por el otro, que HAMAS nació recién en 1987, veinte años después de que el ejército israelí ocupara la Franja de Gaza en la guerra de 1967 e impusiera un régimen militar a sangre y fuego. Por eso, solo desde la ignorancia o la mala fe, puede sostenerse que el problema es HAMAS.
El drama en Gaza hoy es inconmensurable. Según los propios medios de comunicación israelíes, de estrecha vinculación con sus Fuerzas Armadas, un 70 por ciento de la infraestructura de Gaza está destruida. Por otra parte, el diario israelí Haaretz, ya en junio de 2025, tras un relevamiento de diversas fuentes, concluyó que la invasión había provocado cerca de 100 mil muertes. La magnitud de destrucción y muerte en un territorio tan pequeño tiene pocos antecedentes y supera con creces la expulsión de miles de palestinos y palestinas en 1948.
Paradójicamente, si en 1948 no hubo una organización política palestina que subsistiera a la catástrofe, hoy en Gaza existe HAMAS, que no ha sido derrotado a pesar de la superioridad militar israelí y el asesinato de varios de sus principales líderes y cuadros intermedios. Claro que tampoco puede reclamar una victoria porque la Franja ha sido destruida, aunque hablar de “victorias” y “derrotas” siempre resulta subjetivo y relativo.
La prioridad hoy es la detención del genocidio. La dirección política de HAMAS comprende que esto es motivo suficiente para sentarse a negociar y firmar algún acuerdo. Entiende que es indispensable evitar más pérdidas de vidas, la destrucción total de la Franja y la limpieza étnica. La supervivencia humana es el primer paso para cualquier camino que se decida emprender.
En este marco se dan los debates sobre diversos planes de “paz”. Propuestas de “soluciones” no faltan, aunque ninguna hoy es realista: ni la creación de dos Estados (Cisjordania y Gaza con Jerusalén oriental como capital) ni la de un Estado conjunto donde vivan los judíos israelíes y los palestinos. Es más, lo único real es que Israel sigue expandiendo sus asentamientos con población israelí en Cisjordania para que un Estado palestino sea definitivamente inviable.

Sin embargo, existe una tercera vía que hasta ahora no ha sido explorada y surge como consecuencia directa de la nueva realidad provocada por la invasión israelí: que Gaza se convierta en un Estado independiente con fronteras reconocidas internacionalmente. Al fin y al cabo, a diferencia de Cisjordania, no hay asentamientos israelíes. En Gaza solo viven palestinos.
Se pueden mencionar dos acuerdos que incluyen elementos vinculados a esta idea. Primero, el ya fenecido plan de 1994 denominado “Acuerdo sobre la Franja de Gaza y el área de Jericó” firmado por la OLP y que HAMAS rechazó. Allí se establecía que la Franja debía pasar a ser controlada por la Autoridad Palestina con atribuciones similares a las de un gobierno estatal después del retiro de las tropas israelíes. Segundo, en el plan de Trump se menciona un gobierno de transición y se alude a la autodeterminación del pueblo palestino para la creación de un Estado.
Desde el lado palestino se argumentará que es una “traición” a los derechos históricos del pueblo palestino. La palabra traición ya ha sido usada en innumerables oportunidades en la historia del pueblo palestino. Cuando el Frente Democrático de Naif Hawatmeh en 1973 planteó una solución “por etapas” se lo acusó de traicionar el objetivo de liberar toda Palestina. Hawatmeh planteó la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza como primer paso, al que sus detractores llamaron despectivamente un “mini-Estado”. Luego, esa solución la adoptó la OLP.
Al propio Iasser Arafat se lo acusó de traición cuando firmó los Acuerdo de Oslo en 1993 por dejar de lado la cuestión de los refugiados palestinos. Más aún, incluso el fundador de HAMAS, Ahmed Yassín, en marzo de 1995, manifestó que estaba dispuesto a una tregua de 10, 30, 40 o incluso 100 años con el Estado de Israel. Con fundamentos ideológicos diferentes, Yassín (desde una visión teológica islámica) se acercó a la de Hawatmeh (marxista-leninista). Estos son apenas algunos ejemplos de acusaciones mutuas por traicionar el ideal de la liberación de Palestina.
Si cada situación coyuntural es diferente, la actual es crítica y única, porque hay una crisis humanitaria sin precedentes. Por lo tanto, en primer lugar, hay que frenar el genocidio. Luego, lograr que las tropas israelíes abandonen completamente la Franja de Gaza. Y si se logra, ese territorio no puede quedar más en el limbo o a la espera de las “soluciones” que aparezcan en el horizonte. De hecho, la Franja cambió de manos varias veces desde la desintegración del Imperio otomano.
Fue parte del Mandato británico de Palestina hasta 1949, luego de Egipto hasta que en 1967 Israel la ocupó. Su población nunca tuvo la posibilidad de elegir una ciudadanía reconocida internacionalmente y, en la práctica, vive sin un Estado que la represente. Esto quiere decir que, si el ejército israelí se retira de la Franja, jurídicamente la población que vive allí no pertenecerá a ningún país. Por ende, la lógica es que sean sus habitantes quienes puedan decidir qué hacer con ese territorio.
Por otra parte, hay que tomar en cuenta que desde 1948 el pueblo palestino ha quedado disperso y dividido. Cisjordania y Gaza están separados y hace años que prácticamente no hay contacto humano entre ellos, ni siquiera en lo político, porque Cisjordania está manejada por la OLP y Gaza por HAMAS. Esto, sin contar que cerca de un millón de palestinos quedaron dentro de las fronteras del Estado de Israel en 1948, son ciudadanos israelíes y nadie los toma en cuenta cuando se habla de la famosa solución de “dos Estados”. Y, además, miles de palestinos viven como refugiados en otros países.
Se argumentará que Gaza es un territorio demasiado pequeño para un Estado, pero existen al menos diez países más chicos. No es una cuestión de tamaño, es una cuestión política.
Vale la pena recordar que, después de décadas de violencia, en el territorio conocido como Irlanda del Norte, el Sinn Féin firmó el “Acuerdo del Viernes Santo”. Este deja una parte del norte de Irlanda con su conformación política reconocida (Irlanda del Norte) como parte del Reino Unido. El hartazgo de la violencia lo llevó a firmar dicho acuerdo. Sin embargo, el Sinn Féin no abandonó la idea de la reunificación de toda la isla de Irlanda.
Más allá de cualquier debate sobre soluciones ideales y un futuro a largo plazo, la población gazatí necesita sobrevivir. No se trata de aprobar o rechazar el plan de Trump, sino de aprovechar una puerta que se abre para exigir un Estado independiente en Gaza. A corto plazo podría representar una salida pragmática y vital para la supervivencia de la población gazatí.
*Sociólogo y periodista argentino