Nuestro 11 de septiembre
Pedro Brieger
La memoria individual es selectiva y los recuerdos están atravesados por un complejo entramado de historias. También en la política la memoria es selectiva y depende de muchos factores como los personales, ideológicos y etarios, entre otros.
¿Qué recordamos del 11 de septiembre? La pregunta es de cuál.
El 11 de septiembre es un día especial en Cataluña porque se conmemora la Diada, la resistencia y posterior caída de Barcelona en 1714 ante las tropas de Felipe V, el primer rey borbón de España, y la eliminación de las instituciones catalanas. Para la memoria colectiva catalana es un día de resistencia que se institucionalizó durante la Segunda República (1931-1939). Cuando Franco tomó el poder se prohibió toda celebración y ese día se convirtió también en un símbolo de la lucha catalana contra la dictadura.
Años después de la muerte de Franco (1975) se convirtió en fiesta nacional catalana y es motivo de manifestaciones, principalmente impulsadas por los sectores que insisten en independizarse del Reino de España.
Un 11 de septiembre de 1971 murió en Moscú Nikita Jruschov, olvidado y enterrado sin honores para quien había pronunciado un famoso discurso reconociendo los crímenes de Stalin en 1956. Ese momento fue histórico. Su discurso dio la vuelta al mundo, sacudió a la Unión Soviética, a todas las izquierdas y fue un factor importante para la ruptura de Mao con la URSS. Jruschov quedó prácticamente en el olvido, hasta que –paradójicamente- Vladimir Putin lo sacó del arcón de los recuerdos para denostarlo. Putin lo culpó de haber cedido la península de Crimea y otros territorios a Ucrania, que en ese entonces no era un país independiente ya que formaba parte de la Unión Soviética.
Un 11 de septiembre de 1997 en Escocia se votó un referéndum para recuperar un parlamento propio, perdido en 1707. Ese año los parlamentos de Edimburgo y Londres votaron la unificación de los dos reinos para conformar el Reino de Gran Bretaña con un solo parlamento en Westminster. Después de 290 años Escocia lo recuperó por influjo de las voces nacionalistas, aunque sin abandonar el reino. Para Escocia es una fecha importante.
Mucho más cerca en el tiempo, el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 tuvo un impacto global. La primera potencia mundial fue atacada en su territorio y los hechos transmitidos en vivo para todo el mundo. A diferencia del ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor en Hawai el 7 de diciembre de 1941 donde murieron muchos militares, en 2001 se atacó el corazón de los Estados Unidos repleto de civiles. Su visión ombliguista y la ayuda de las grandes cadenas de noticias los llevó incluso a plantear que el siglo XXI había comenzado ese día. Probablemente para muchos estadounidenses sea así.
Sin embargo, hay un 11 de septiembre que es nuestro, latinoamericano. Es la fecha del golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile. Gabriel Boric no había nacido y no tiene un registro en primera persona del bombardeo del palacio de La Moneda, el mismo que hoy habita como presidente. Es verdad, hay filmaciones en blanco y negro del momento del ataque, pero las filmaciones nunca logran transmitir lo que sintieron las personas que recuerdan ese día.
Con el paso del tiempo la memoria se convierte en historia y los recuerdos dejan paso a las interpretaciones. Para algunos el 11 de septiembre es la figura de Allende, el mártir, el que pronunció un discurso heroico invocando que algún día se abrirían nuevamente las grandes alamedas. Desde ya que la imagen de Augusto Pinochet, sentado, con sus gafas negras y su semblante sombrío, quedó inmortalizada en una foto como símbolo de la larga noche represiva de la dictadura que duró 17 años.
Ambos están en la memoria colectiva como la antítesis uno del otro. Cincuenta años después del golpe la antítesis persiste.
Salvador Allende accedió al poder en 1970, en una América Latina convulsionada por la revolución cubana de 1959 que parecía indicar que la única manera de acceder al poder era por la vía armada. A contramano de una revolución que admiraba y con un programa político radical, Allende se sostuvo en que era posible la transición pacífica al socialismo. Por lo menos en su Chile.
Es verdad que la revolución cubana de 1959 se convirtió en un parteaguas para América Latina y el Caribe. Algunos creyeron que la radicalidad de la propuesta provenía de la lucha armada, en contraposición a quienes propugnaban las vías electorales. Si bien es cierto que los movimientos que impulsaron la lucha armada pregonaban un cambio radical, no necesariamente todos tenían proyectos radicales de cambio. Pero muchos de quienes usaron las armas tenían un proyecto de país mucho más moderado que el que tenía Allende.
La mejor prueba de ello es Pepe Mujica en Uruguay. Fue parte de un movimiento guerrillero, estuvo muchos años preso y fue símbolo de resistencia contra la dictadura. Mas su gobierno entre 2010 y 2015 estuvo a años luz de la radicalidad de Allende, que nunca tomó las armas.
Todo está guardado en la memoria dice uno de los versos de la canción de León Gieco. Por eso, no nos quedemos solo con las últimas imágenes de Salvador Allende. Vale la pena desempolvar sus ideas.
*Sociólogo y periodista argentino