Maestra derrota, maestro fracaso
Javier Tolcachier
Han sido varias las miradas en el sector progresista luego de la primera vuelta electoral en el Estado Plurinacional de Bolivia. La mayoría de los analistas ha destacado la fragmentación del campo popular, indígena-campesino y de izquierda, presentando el enfrentamiento entre Evo Morales y Luis Arce como causa principal del triunfo de las derechas. Otros, con plena razón, señalaron enfáticamente la brutal estrategia política, judicial y mediática que impidiera presentarse a quien fuera el primer presidente indígena de América Latina y el Caribe.
Estrategia que sin mucho esfuerzo permite remontar un hilo similar en el Ecuador con la proscripción de Rafael Correa o la condena sin prueba alguna a la ex mandataria argentina Cristina Fernández. Todos estos sucesos exhiben rasgos idénticos a las maniobras que encarcelaron a Lula y produjeron el golpe parlamentario mediático contra su entonces sucesora Dilma Rousseff, pocos años después del golpe contra Manuel Zelaya en Honduras y la destitución de Fernando Lugo en Paraguay.
Nada de esto constituye ya una sorpresa, y sin embargo, los conservadores, en alianza con el imperialismo, continúan su avance por medios pseudodemocráticos. Tampoco esto sorprende, ya que desde siempre, el poder oligárquico concentrado ha pretendido cubrir y mantener su ilegitimidad de cualquier manera.
Pero lo que sí puede sorprender, es el apoyo de los sometidos a sus verdugos, apoyo que no puede solo ser adjudicado a la manipulación de la propaganda mediática, aunque esta tenga mucho que ver con el fenómeno.
¿Formas o contenidos?
En un mundo de acelerada digitalización y de interconexión mundial, en paralelo a la caída de anteriores modalidades de producción, consumo y relaciones sociales, hay quienes visualizan la necesidad de modificar las estrategias políticas. Lo que antes fueron mítines, asambleas en los lugares de trabajo, mesas y comunicación puerta a puerta en los barrios o paredes empapeladas con carteles, hoy va siendo reemplazado casi de manera total por tácticas de guerrilla a través de las llamadas “redes sociales”.
Las audiencias sucumben a la desinformación que destilan lo que solo son anuncios pagos en las plataformas hegemónicas, mientras que los “influencers” van supliendo el lugar antaño ocupado por la prédica de las y los luchadores sociales.
Así las cosas, hay quienes, desde los sectores que quieren un mundo más justo, exhortan de modo perentorio a cambiar las formas de transmitir mensajes, sobre todo, para llegar a una nueva generación, usuaria nativa de internet, pero también desconocedora de sus lógicas internas. Sin duda, que en los últimos veinte años se han modificado por completo la producción y los canales de consumo informativo, concentrándose en gran medida en monopolios transnacionales constituidos por plataformas digitales hegemónicas.
Una obviedad es que estas plataformas actúan no solo como un soporte de las narrativas conservadoras mediante diferentes filtros tecnológicos, sino que además constituyen una válvula de salida al capitalismo financiero y un nuevo factor de concentración de poder. Sin embargo, este asunto no es suficientemente tenido en cuenta por las fuerzas populares, que aun no sitúan a la justicia digital y sus derivados comunicacionales en el centro de sus agendas.
Pero también cabe la pregunta si es solamente una cuestión de formas, hoy predominantemente audiovisuales, fugaces y banales, o si hay algo en los mensajes que se quiere transmitir que no conecta con el corazón de las y los jóvenes nacidos en paisajes postindustriales.
La necesidad de nuevos paradigmas revolucionarios
La teoría marxista, surgida en los albores de la Revolución Industrial, que señaló a la lucha de clases como el motor de la historia, influyó poderosamente en el pensamiento y la acción revolucionaria del siglo XX. No era para menos. Ante la evidencia de explotación de amplias masas obreras y campesinas – éstas últimas todavía ancladas en sistemas semifeudales-, las explicaciones económicas de Marx y sus posteriores derivaciones sirvieron de vehículo conceptual para justas revoluciones, afirmando y hasta mostrando ejemplarmente un horizonte utópico positivo de igualdad de oportunidades.
Los detentores del capital, por su parte, combatieron por todos los medios posibles ese avance humano. En ese largo ciclo histórico, lamentablemente todavía persiste en gran parte del planeta la explotación del hombre por el hombre (y de las mujeres por los hombres, para actualizar ese lema). Tampoco es fácil constatar – al menos no parece una generalidad – que surgieran de aquellas realidades revolucionarias los tan ansiados hombres o mujeres nuevos. La mayoría de la humanidad continúa sobreviviendo bajo condiciones difíciles y aun aquellos que suben un pequeño peldaño en sus posibilidades, siguen soñando con abarrotarse de posesiones materiales, es decir, abonar al modelo de vida insensible difundido por sus explotadores.
Las nuevas generaciones de la actualidad, arrulladas en su infancia y temprana juventud por los cantos de sirena de la falsa propaganda neoliberal de los años 80 y 90, asumen la falacia de ser “emprendedores”, mientras se abren paso con sus motocicletas y vehículos por la jungla urbana comandados por un “gran hermano” digital.
Por lo demás, las memorias y vivencias de esta nueva generación no coinciden con las de generaciones precedentes, por lo que en algún punto, se genera un abismo difícilmente salvable. Brecha que puede conducir, acompañada de otros factores, a preferencias ideológicas y políticas distintas y muchas veces enfrentadas. Ese es un punto muy importante a tener en cuenta en la comprensión del agudo interrogante sobre el actual avance de las derechas.
Junto a ello, la escala de valores propugnada a diario por este sistema antihumano, hace que la carencia cotidiana de los muchos, atraída por la ficción de objetos de consumo y vacaciones en paraísos tropicales (irrealidad asentada en paraísos fiscales muy reales), conduzca al endeudamiento, engordando las arcas de la banca usurera y los fondos de inversión que canalizan esas ganancias y se apropian de todo. Esta es, desde una descripción desprovista de detalles, la mecánica mortal que carcome nuestros sueños humanistas. El hambre sueña con la saciedad y aquellos que lo han saciado avanzan en su indigestión, violentando a otros.
Pero posiblemente, como en otros recodos de la historia, hoy esta encerrona aparente abra las puertas a nuevos interrogantes y las revoluciones estén en condiciones de promover nuevos paradigmas.
La pregunta que es necesario hacerse es si el sentido de la vida humana se limita solo al consumo de objetos o este debe responder tan solo a las necesidades colectivas, para permitir a la especie abrirse libremente a otras formas de vivir. Así, es preciso cuestionar el fundamento materialista del sistema, que no tiene salida.
La superación del sistema
Aunque parezca alejado de las ingentes urgencias actuales de los pueblos y de las amenazantes coyunturas políticas, puede ser procedente revisar la concepción que hoy todavía se tiene de lo humano. Esta concepción, que influyó poderosamente en la sociología fundada por el filósofo positivista Auguste Comte, mira a lo social y lo individual desde un ángulo externo, sin tener en cuenta las pulsiones derivadas de la intencionalidad de la conciencia humana.
Al no ser tenido en cuenta o ser minimizado el poder de la intencionalidad, se llega al contrasentido de reducir las posibilidades de transformación del mundo, quedando todo a expensas de automatismos derivados de supuestas leyes mecánicas.
Asimismo, el presupuesto de una naturaleza humana fija, inmóvil y determinada, se opone de manera contundente a la enorme oportunidad de operar cambios profundos en el interior de la especie.
Por lo que, apenas a modo de introducción, afirmamos la necesidad de alejarnos de esas contradicciones y aspirar a una revolución humanista, una revolución que integre la capacidad humana de elegir, modificando crecientemente las condiciones que ciertamente dificultan el desarrollo común, pero también aquellas que generan malestar y sufrimiento mental individual. Esta revolución parte, como todas las revoluciones, de una rebelión contra lo establecido y busca su modificación tanto en el campo de la organización social como en el de las creencias culturales y de época que las subyacen.
Esta revolución integral, por su propia coherencia, denuncia toda forma de violencia, sea esta de carácter físico, económico, racial, de género, religioso, psicológico u otras, como manifestaciones de negación de la intencionalidad de los demás. Por tanto, afirma la conducta no violenta a nivel colectivo e individual en lo cotidiano, como la práctica imprescindible para que los brotes del nuevo mundo echen raíces duraderas.
Sin abundar mucho más, acaso varios de los que hayan llegado en su lectura hasta aquí, manifestarán vehementemente sus reclamos sobre la imposibilidad, la improcedencia o la dificultad que la cuestión supone. A lo que agregaremos que siempre, en toda conquista humana trascendente, se han esgrimido y enfrentado con determinación argumentos similares.
Como bien enseñaron muchos maestros desde tiempos remotos, el éxito es una sustancia fugaz que enceguece y adormece. Siendo el centro aspiracional de una cultura antihumanista, induce al sufrimiento de millones de personas que caen en su emboscada y se frustran por no alcanzarlo.
Por el contrario, la derrota es una buena maestra y el fracaso un excelente motivo para una reflexión profunda. En todo caso, tanto los triunfos como las caídas contienen una buena cuota de ilusoriedad. Lo real es que la historia humana es aprendizaje, cambio y evolución y es en esa luz en la que es bueno enfocarse.
(*) Investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas, miembro del equipo promotor del Foro Humanista Mundial y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.