Trump, el escorpión y la rana
Jorge Elbaum
La mayoría de los analistas internacionales de Occidente, formados en la tradición supremacista que desprecia todo aquello que no ha sido liderado por Estados Unidos y la Unión Europea, ha abonado la ilusión de un Donald Trump dispuesto a quebrar los acuerdos bipartidistas básicos del sistema político de los Estados Unidos.
Para justificar dicha hipótesis, exhibían los postulados trumpistas de pacificación en la guerra en Ucrania, su alejamiento de las intervenciones militares, su enemistad con el denominado Estado Profundo (Deep State) y el aparente énfasis industrialista, alejado de las premisas financiaristas. Esta última dimensión facultó a pensadores domésticos a fantasear con un espejismo «nacionalista» que daría paso a mayores posibilidades soberanas para el resto de los países
Ni unos ni otros advierten que el presidente estadounidense es la expresión exasperada de un imperio en paulatino declive que, para mantener su supremacía, es capaz de avalar un genocidio en Gaza, bombardear la República Islámica de Irán, pretender el debilitamiento de los BRICS+, profundizar el bloqueo contra Cuba, promover recompensas para arrestar a un presidente latinoamericano (Nicolás Maduro), intervenir en forma descarada en la Justicia doméstica de Brasil (para defender a su socio Jair Bolsonaro), intervenir en las relaciones comerciales entre países soberanos (Rusia e India), amenazar con el despliegue de submarinos nucleares, conducir la política exterior de Argentina, y declarar la guerra arancelaria a la mitad del planeta.
¿Puede, acaso, interpretarse esta agenda como un cambio respecto a la trayectoria imperial previa de los Estados Unidos?
Constatan que fracasaron. Verifican, además, que los BRICS+ siguen incrementando su influencia, Rusia se fortalece en medio de la guerra y China continúa su desarrollo económico, científico y tecnológico. Ahora vuelven a recurrir a la diplomacia del gran garrote, tratando de convertir al resto del planeta en su patio trasero, es decir, «latinoamericanizando» el mundo.
El clima prospectivo que suscriben Xi Jinping y Vladímir Putin, en relación con los mandobles del magnate devenido en mandatario, asocia la tradición confuciana («La paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia») con las conjeturas karaganovianas de que la herencia colonial de Occidente no tiene posibilidad de admitir la soberanía plena de ningún país, menos aún de aquel, –como la Federación Rusa–, que ocupa más de 17 millones de kilómetros cuadrados, un territorio equivalente al 11 por ciento de la geografía planetaria.
Los líderes de la República Popular y de la Federación saben que los posicionamientos impulsivos y erráticos ejecutados por Trump -relacionados con las sanciones arancelarias, las disputas con la Unión Europea, las políticas racializadoras de persecución contra inmigrantes domésticos y la desintegración de puentes con sus socios comerciales más cercanos (México y Canadá)- contribuirán al debilitamiento progresivo de los Estados Unidos y al fortalecimiento de la Mayoría Global.
Uno de los ejemplos más recientes de la pérdida de credibilidad del Departamento de Estado es la crisis desatada con India, uno de los pocos países de los BRICS+ que mantenía una proximidad afable con Washington. El último miércoles, Trump firmó una orden ejecutiva (un decreto) por el cual le impone aranceles de un 50 por ciento a los productos provenientes de la India, como castigo por comprar petróleo ruso.
Al mismo tiempo, el mandatario estadounidense celebró la reunión de su enviado a Moscú, Steven Witkoff considerando que dicho encuentro fue esperanzador. Trump dice contribuir a la paz mientras humilla a la Unión Europea con aranceles y obligaciones de inversión, amenaza con ultimátum a la primera potencia nuclear del planeta y extorsiona a sus socios comerciales para que no le compren sus productos. Un pacifista indudable.
Rusia es el segundo productor mundial de crudo y el segundo mayor exportador de petróleo. Obtiene alrededor de 9,5 millones de barriles diarios, alrededor del 10% de la demanda mundial. Por su parte, India necesita –para abastecer a sus 1400 millones de habitantes– 5,2 millones de barriles de petróleo por día y no cuenta con suficiente producción doméstica para abastecer esas demandas, razón por la cual importa casi el 85 por ciento de sus necesidades.
Con anterioridad al inicio de la Operación Militar Especial en Ucrania, en febrero de 2022, Nueva Delhi importaba el 0,2 por ciento de sus necesidades de Moscú. En 2024, le compraba a Rusia el 35 por ciento de todos sus requerimientos, gracias a los descuentos acordados por la Federación.
Trump advirtió al primer ministro, Narendra Modi, que en el futuro podría imponerle 250 por ciento de aranceles a la industria farmacológica india, que exporta unos 10 mil millones de dólares anuales a Washington. India fabrica alrededor del 40 por ciento de los medicamentos genéricos que se comercializan en los Estados Unidos, y algunos de sus grandes laboratorios tienen participación accionaria de fondos de inversión estadounidenses. La corporación Eli Lilly –una de las empresas que mayor cantidad de medicamentos produce a nivel global– invirtió en los dos últimos años unos 3 mil millones de dólares en una planta ubicada en la India.
El desprecio hacia un país que ha sufrido el colonialismo anglosajón desde el siglo XVII quedó intensificado en la última visita del primer ministro indio a Washington, cuando la delegación asiática se mostró profundamente indignada por la «falta de respeto» que el presidente estadounidense exhibió ante el premier indio. La respuesta de Nueva Delhi no se hizo esperar: la Cancillería india anunció que renuncia a comprar armas a Washington y que su premier –luego de siete años– visitará China para participar de la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, prevista para el 31 de agosto en la ciudad de Tianjin.
Mientras Trump le reclama a India que interrumpa la compra de petróleo a Moscú, uno de los portales más influyentes de Nueva Delhi, el Firspost, cita a la Comisión de Comercio Internacional estadounidense enumerando las importaciones que Washington realiza a Moscú: 1100 millones de dólares en fertilizantes; 878 millones por Paladio; 624 millones por uranio y 75 millones por componentes de aeronaves.
Puntualizan, además, que, entre enero y mayo de este año, dichas compras estadounidenses de productos rusos se incrementaron respecto al mismo período de 2024. Los académicos chinos, dedicados a monitorear los vínculos de cooperación con el resto del mundo, consideran nadie ha hecho más por los BRICS+ que Donald Trump. El escorpión no puede alterar su naturaleza.
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)